Opinión

“De silencio y otros ruidos”: rupturas y continuidades en el análisis del pasado reciente

Por Nina Humala

Abogada por la UNMSM. Ha llevado diversos cursos y especializaciones en gobernabilidad y políticas públicas, así como en memoria, justicia y derechos humanos.. Actualmente promueve y difunde temas relacionados a las secuelas del conflicto armado interno del Perú y el terruqueo.

“De silencio y otros ruidos”: rupturas y continuidades en el análisis del pasado recienteFoto: Facebook Marco Avilés

De silencio y otros ruidos. Memorias de un hijo de la guerra (Punto Cardinal Editores, 2022) nos presenta y pone sobre la mesa no solo un testimonio de la memoria o una “memoria incómoda”, Rafael Salgado va más allá de eso, nos brinda una mirada contemplativa del proceso propio y muy particular que implica estar en su posición. El ser hijo de alguien que para una sociedad como la peruana representa a la insanía, la vehemencia, lo patológico y lo desechable.

Hay capítulos que nos describe y nos cuenta sobre su padre y su madre. Esas relaciones primigenias que nos marcan a todos como seres humanos, esas huellas que nos terminan enseñando cómo podemos o debemos sostener las relaciones interpersonales. Sin embargo, la historia de su padre no es el eje sobre el que discurre todas las historias que acontecen. Y cuando digo “la historia de su padre”, ineludiblemente hago alusión también a la historia del país, pues su militancia está ligada para siempre a nuestra historia.

Tradicionalmente se habla de memorias “salvadoras”, “víctimocentristas” o “subversivas”, y creo genuinamente que este libro no encaja necesariamente en ninguna de estas categorías. El proceso personal de quienes son hijos de militantes subversivos entraña su propia identidad, o al menos eso es lo que logro ver construido en el autor. Es difícil y muy complicado lograr esa identidad más allá de los padres militantes, pero Rafael consigue llevarnos de la mano en ese proceso tan descarnado e íntimo. Y en especial, como el propio autor cuenta, en un proceso tan complejo, sobre todo por los distintos sectores que siempre buscarán que se alcancen ciertas expectativas para validar ese proceso. Por un lado, los grupos de Derechos Humanos que esperan una condena al padre, ciertos sectores sociales esperan un deslinde categórico con el propio progenitor, sus ideas y todo vestigio de él, aunque igual, por supuesto, la sospecha siempre quedará. La carga genética es algo de lo que uno no se puede deshacer. También están los propios compañeros de militancia del padre que también tendrán sus propios criterios, y expectativas. Atravesar y sortear todo ello es un proceso complicado, tenso, frustrante, pues no importa qué postura o abordaje se termine adoptando, siempre habrá la sanción moral y/o política de alguno o de todos estos entornos sociales.

En una primera etapa del desarrollo del libro, vemos cómo le es posible al autor sobrellevar el duelo por la pérdida de su padre gracias a este orgullo que se tiene por sus ideales políticos, esa “figura heroica” que todo hijo necesita, tal vez (o probablemente). Este orgullo es la herramienta que le permite no colapsar y continuar con una vida aparentemente funcional, aunque llena de silencios. Silencios de parte de su propia familia nuclear, de la familia extendida, silencios en el barrio, en el colegio. Silencios para sobrevivir, también.

En un siguiente momento, la CVR lo vuelve a confrontar con lo sucedido con su padre. No solo la muerte, sino además la forma cruel en la que murió en manos de agentes estatales, cuando lo que hubiera correspondido era la detención y procesamiento. Ese silencio y ese orgullo por la figura heroica se ven interpelados frente a la exposición que realizó la Comisión de la Verdad respecto al caso, pues este fue recogido y recomendado para ser judicializado.

Este nuevo acontecimiento trae también una nueva frustración cuando, de manera inédita, el Estado reconoce a Rafael Salgado Castilla como víctima, para años después, retirar tal condición, y suspender el certificado. Lo increíble es la frase del funcionario que responde con un “por tener un juicio por terrorismo” frente a la pregunta de por qué fue excluido del registro de víctimas del conflicto armado. Como si fuera posible enjuiciar a un muerto (aunque en este país, las persecuciones post mortem tal vez empiecen a ser funcionales, también).

Luego podemos apreciar un segundo encuentro o choque de vidas atravesadas cuando conoce y re-conoce a otros hijos de militantes del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru. Nos menciona a la Asociación Pro-Defensa de la Vida y la Libertad (Aprodevil) conformada por familiares de militantes del MRTA que surge para denunciar las violaciones de los derechos humanos cometidos contra aquellos. Este encuentro, este lograr sentirse identificado con otros, siendo ya un joven adulto, y seguramente, cuando ni siquiera aspiraba a algo así, transforma por completo la realidad del autor. Pasa de estar absorto en sus silencios de infancia y adolescencia a sostener con firmeza un megáfono en la Plaza San Martín para denunciar a viva voz lo ocurrido con su padre. Pasar de ese orgullo/vergüenza pública y silenciosa a tener el soporte para poder salir a luchar por justicia es un salto abrupto que quiebra las etapas de vida.

También menciona que en esta búsqueda de justicia por las violaciones de derechos humanos, se enarboló un discurso que buscaba fundarse en el Informe Final de la CVR, y también buscaba diferenciarse del otro grupo (también condenado por terrorismo), Sendero Luminoso. Una forma de enfatizar el “nosotros matamos menos”, aunque al final de cuentas, en la sociedad peruana no interesa ese tipo de cifras oficiales o siquiera, exámenes políticos (o morales). Sendero y el MRTA son exactamente igual de enemigos en la sociedad peruana.

Luego el autor nos narra su estadía en Cuba que es donde logra conocer a varios hijos de militantes y seguir compenetrando en esa identidad, esa perspectiva de la historia peruana, ese lado que la sociedad no quiere ver, pero que existe.

Allí empieza un nuevo proceso. En tierras lejanas es mucho más sencillo desembarazarse del estigma con el que se carga aquí, es más sencillo hablar, contar, sentir. Nos cuenta cómo con los otros hijos que conoció emprenden un proceso que inicia con el entender la militancia en el MRTA para llegar a entender al padre o la madre militantes. Qué contexto histórico se vivía, qué condiciones sociales precedieron, qué creencias o ideales pre existían a la militancia asumida por los padres.

Es así que nace el colectivo Hijxs, punto que capturó por completo mi atención, pues todo el proceso en conjunto que Rafael nos describe es un proceso que seguramente muchos hijos de condiciones iguales o con alguna similitud han llevado, hemos llevado. Desde la rabia por los atropellos, las terapias psicológicas colectivas, este querer articular con espacios de memoria y derechos humanos como la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Sin embargo, toparse constantemente con la dificultad tan grande que representa ser quien uno es, casi sin importar que el discurso y los actos estén alineados a una férrea defensa de los derechos humanos. Uno nunca deja de ser hijo de quien es a los ojos externos.

Con el colectivo Hijxs llegaron a realizar eventos de memoria, estudios, aportes valiosos en la necesaria disputa de sentidos comunes. Y es después de este rico y muy duro proceso que Rafael también llega a tomar consciencia de otro aspecto de la relación con su padre: la ausencia. Esa ausencia que no empezó con el brutal asesinato, sino desde mucho antes. Entender que en un momento determinado de la historia, lo central en la vida de su padre no era la familia o él, sino esa lucha que había decidido empezar. Es complejo entender que uno, en la condición de hijo, también está inserto de manera abstracta en esa lucha que se pretende legítima, pero esta deviene necesariamente en muchas ausencias. Es esta complejidad de emociones que Rafael también nos expone la que enriquece de honestidad y crudeza el libro. Pensaría además que también hay algo de culpa en ese sentido de ausencia.

Destaco del libro el aprendizaje personal tan duro que tuvo que atravesar el autor. Conocer del asesinato de su padre, vivir la violencia familiar, también la violencia sexual en el ámbito escolar. Todo interconectado, cada aspecto y cada hecho que se presenta después de lo sucedido con el padre. Rescato ese aprendizaje personal porque ha sido llevado de manera colectiva, y que hoy nos trae este libro que era ya urgente. Se resalta una vez más esta necesidad de encontrarnos y re-encontrarnos en el otro, compartir bregas y enfoques de esa brega, por más dura que esta pueda ser.

Hace siete años se presentaba Los Rendidos de José Carlos Agüero, y también se ven puntos similares, aunque con sus propios contrastes también, por supuesto. Me pregunto cuánto hemos avanzado desde aquel momento al día de hoy. Hace casi diez años también se exponía esta visión que solo rescata a la víctima inocente, hoy Rafael lo vuelve a hacer, con más fuerza y aspereza, pues parece no haber cambiado demasiado, o tal vez nada.

Hoy por hoy se podría seguir repitiendo el tan mentado “no es el momento” o “estoy de acuerdo contigo, pero no se puede decir públicamente”. A pesar de ello, Rafael nos viene a exponer las lecciones aprendidas a lo largo de su lucha. Yo personalmente rescato esas lecciones para seguir acompañando e impulsando la brega por la memoria y justicia para todas las víctimas, del pasado, y las actuales, y para seguir impulsando la lucha por los derechos humanos que son universales, aunque muchas veces se pretenda omitir el aspecto “universal”.

Rafael nos dice en la página 187 “Cuento mi historia para generar brechas en la verdad oficial, para crear puentes, para promover espacios de diálogo entre diversas memorias, apostando en que la memoria es una lucha que nos une en la construcción de un país sin impunidad, justo y en paz”.