Opinión

España 1936: un poeta

Por Ronald Vega-Pezo
España 1936: un poetaFoto: https://www.larazon.es/

El fin de semana del diecisiete de julio de mil novecientos treinta y seis, se produce en España un levantamiento militar que busca derrocar el régimen democráticamente electo en febrero del mismo año. Con el apoyo de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, el general Francisco Franco, junto a otros altos mandos del ejército, busca tomar el control del país convencido de que lograrlo sería cuestión de días. Se equivocaba. No estaba en sus planes, ni en el de ninguno de los militares sublevados, encontrar la férrea resistencia con la que el pueblo español los haría retroceder: la guerra había comenzado.

Los acontecimientos bélicos españoles fueron seguidos por el poeta César Vallejo desde París, ciudad en la que residía desde inicios de la década del veinte. En carta fechada en octubre Vallejo, que hasta entonces ha participado de forma activa y con un alto grado de compromiso en la creación de organismos de apoyo a la causa de la República española en la capital francesa, dirá: “Aquí trabajamos mucho y no todo lo que quisiéramos a causa de nuestra condición de extranjeros. Y nada de esto nos satisface y querríamos volar al mismo frente de batalla. Nunca medí tanto mi pequeñez humana como ahora. Nunca me di más cuenta de lo poco que puede un hombre individualmente. Esto me aplasta.”.

Al terminar el mes de noviembre de aquel mil novecientos treinta y seis, los militares sublevados habían tomado el control de importantes ciudades del sur del país y continuaban avanzando en otros frentes; las democracias occidentales, reunidas en Londres, proclamaban un Pacto de no intervención por el que Francia, Inglaterra, Estados Unidos y otros países europeos rechazaron apoyar a la República española. En agosto, en la ciudad de Granada, muere acribillado por las huestes sublevadas el poeta y dramaturgo Federico García Lorca.

Ante este dantesco escenario, Vallejo decide viajar.

Georgette Philippart, viuda del poeta, dice al respecto: “Al transcurrir las últimas semanas de 1936, Vallejo no duda que el horizonte de la República se vuelve alarmante. Va agudizándose su inquietud y no pudiendo contener más tiempo su incertidumbre sale en diciembre para Barcelona y Madrid…”. Aquel diciembre, el poeta pisa suelo español por primera vez desde que comenzó la guerra. Es posible entrever lo que significó ese viaje para Vallejo en dos documentos escritos poco tiempo después, ya de regreso en París.

El primero es una carta de enero de 1937, pocos días después de su regreso, en la que escribe: “De España traje una gran afirmación de fe y esperanza en el triunfo del pueblo. Una fuerza formidable hay en los hombres y en la atmósfera. Desde luego nadie admite ni siquiera en mientes la posibilidad de una derrota. Desde el punto de vista revolucionario los pasos que se han dado son aún más halagadores.”. El segundo documento es un artículo escrito algunas semanas después del viaje, en febrero de 1937, y que se publicará veinte años después, al que tituló Los Enunciados populares de la guerra civil española, en el que se lee: “Por primera vez, la razón de una guerra cesa de ser una razón de estado, para ser la expresión, directa e inmediata, del interés del pueblo y de su instinto histórico, manifestados al aire libre y como a boca de jarro. Por primera vez se hace una guerra por voluntad espontánea del pueblo y, por primera vez, en fin, es el pueblo mismo, son los transeúntes y no ya los soldados, quienes sin coerción del Estado, sin capitanes, sin espíritu ni organización militares, sin armas ni kepis, corren al encuentro del enemigo y mueren por una causa clara, definida, despojada de nieblas oficiales más o menos inconfesables. Puesto así el pueblo a cargo de su propia lucha, se comprende de suyo que se sientan en esta lucha latidos humanos de una autenticidad popular y de un alcance germinal extraordinarios, sin precedentes.”.

La víspera de la asonada militar, varios kilómetros al norte de Barcelona, en un pequeño poblado del noreste español del que era originaria, Beatriz Medina Soria cumplía veintisiete años. Enterada del levantamiento no dudó un segundo en enrolarse en una de las tantas organizaciones populares que hicieron frente a los atacantes. El arrojo demostrado durante las primeras semanas del conflicto la llevó a ser destacada en otros frentes de batalla, en los que brilló por su audacia y sagacidad. A fines de noviembre, tras obtener un permiso especial, regresó a su pueblo. Días después, llevando en el alma el peso de todo lo vivido en los últimos meses, Beatriz caminaba meditabunda por una pequeña calle de tierra cuando, al levantar la vista, vio a un hombre que venía del otro lado de la calle dirigiéndose hacia ella. Se lo quedó mirando, algo en él llamaba su atención.