Golpe a la memoria en Ayacucho
Antropólogo de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga y y Educador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
gabo.gomeztineo@gmail.com
Acaba de azotarnos la crisis por la pandemia y ni eso tocó el fondo de los corazones de algunos peruanos que son parte de este gobierno. Se supone que ahora estamos “humanizados y sensibles” con los temas que la pandemia puse en evidencia como una necesidad urgente: el ser humanitario y aprender a respetar el dolor y el sufrimiento de los otros mostrando un poco de empatía. Pero ni en pandemia se ve eso, y mucho menos de parte de las instituciones de nuestro Estado que dicen que se fajaron para trabajar por los peruanos y por los más necesitados como los familiares de los desaparecidos, asesinados extrajudicialmente en la Hoyada al lado del cuartel los Cabitos en Ayacucho durante las décadas de los 80 y 90. La intención de expropiar una parte de los terrenos de La Hoyada por el Ministerio de Trasportes y Comunicaciones para brindárselos al aeropuerto solo refleja esa idea indolente e intolerante al dolor ajeno de parte de los funcionarios que han decidido hacer esta medida. Entender el significado y valor simbólico de La Hoyada para muchas familias que hemos perdido a nuestros seres queridos debe ser un ejercicio básico para los funcionarios que quieren expropiarlo y montar cemento sobre ella.
La Hoyada representa ese espacio sagrado y ritual para entablar dialogo y conexión entre los familiares con sus muertos que no pudieron ser encontrados y enterrados en un cementerio, para cerrar el duelo. También para otro grupo de familiares que aún guardamos esperanzas de encontrar justicia y verdad, La Hoyada representa una ilusión aunque sea remota de evidencia para probar los execrables sucesos y alcanzar algo de justicia y por ello se debe salvaguardar. La Hoyada también es un espacio de memoria para el país, para la democracia, para la juventud, para la ciudadanía, para mantener la paz, para valorar la dignidad humana y como tal es misión y deber del Estado protegerlo antes de ser mercantilistas y entregarlo para otros usos.
Si nuestros gobernantes están muy preocupados por los efectos de la crisis y quieren reactivar las economías y pensar mercantilmente incluso La Hoyada sería una oportunidad para generar circuitos y flujos de comercio y servicios en sus alrededores si se construye de una vez un gran museo de sitio como el LUM (Lugar de la Memoria) ubicado en Lima. Si bien actualmente hay la intención de hacer un “Santuario de la Memoria” y esta en la fase de elaboración del expediente técnico, ello no garantiza que se culmine. Con los golpes reiterativos a la memoria histórica en nuestro país, los familiares que han luchado por años sienten la injusticia y el atropello de parte del Gobierno.
El informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación en una de sus recomendaciones indica que la memoria debe ser preservada y promovida para garantizar la no repetición de hechos similares, a través de la incorporación de contenidos sobre los hechos del pasado en la formación ciudadana.
Hasta la fecha no hemos logrado construir una memoria colectiva y compartida para todos los peruanos, existe una batalla por la memoria en el que un grupo de peruanos quieren imponer una “posverdad”, excluyendo a las memorias de las víctimas. Los golpes a los lugares emblemáticos de memoria en nuestro país son el reflejo de lo que piensan algunos de estos peruanos; por ejemplo la estigmatización del LUM y del museo de ANFASEP o el maltrato a las pinturas de los artistas de la comunidad de Sarhua en Ayacucho.
Ahora nos acercamos a las campaña electoral para elegir presidente y congresistas, y lo más probable es que algunos candidatos, que no comulgan con la memoria de las víctimas que recogió la CVR, comenzaran a estigmatizar y terruquear a todo aquel que incorpore los temas de memoria en su discurso de campaña.
Los ayacuchanos necesitamos tener un emblema de memoria, un emblema que sea una respuesta a la deuda histórica por haber sido el epicentro de la violencia política y la región con la mayor afectación. Han pasado 40 años y las nuevas generaciones ni siquiera tienen idea de lo pasó, porque no existe un lugar físico de memoria y lo poco que existe con todas sus precariedades y la protección de los familiares, es vapuleado, como ocurre con La Hoyada, donde ha habido que enfrentarse a invasores de terreno, políticos negacionistas u oportunistas y funcionarios del Estado.
En una coyuntura de crisis y a punto de cumplir el Bicentenario de la Independencia seguimos rogando y exigiendo que se respeten los derechos humanos; que se respete el derecho a la verdad y la memoria. Esperemos que en los próximos días, se llegue a una negociación correcta y justa para los familiares y que no se continúe con la expropiación de parte de los terrenos de La Hoyada y que no se siga pisoteando la memoria de los ayacuchanos. Borrar la memoria es alimentar la cultura de impunidad y la negación y si continuamos con esas acciones, no estamos apuntando a contribuir a la construcción de la ciudadanía que necesita el país para garantizar la convivencia democrática.