Opinión

Nosotras contamos la historia

Por Gustavo Montoya

Historiador

Nosotras contamos la historiaFoto: The Learning Factory

La reciente puesta en escena de la obra Libertadorxs, del escritor británico Alan Riding, bajo la dirección de Paola Vicente -magnífica oportunidad para rememorar aquel encuentro que aún ronda con el misterio- permite recuperar la atmósfera histórica de la época. Sobre el encuentro en Guayaquil entre San Martín y Bolívar existe una extensa y heterogénea bibliografía que, por cierto, se remonta a los años inmediatamente posteriores. Se han escrito novelas, cuentos, poesía, teatro, libros de historia, y, lo más importante, existen las memorias y la correspondencia de los actores históricos directa o indirectamente vinculados a la entrevista.

De entrada hay que advertir que, tanto la obra como la puesta en escena, con toda seguridad han demandado una enorme capacidad de imaginación y de creatividad. Y lo más visible e innovador del estreno en el auditorio de LUM, es la apuesta por proyectar en voces y sensibilidades femeninas, a los actores históricos masculinos de la entrevista. En efecto, San Martín, Bolívar, Pérez, Canela y Guido son representados por cinco talentosas actrices, quienes han logrado recrear con solvencia toda la magnitud ideológica del encuentro, como también la trascendencia política y militar del mismo. Casi como decir: nosotras contamos la historia. Con toda la carga simbólica, alternativa y transgresora que tiene, el sustituir las narrativas hegemónicas y dominantes masculinas.

Es notorio que Riding tuvo que nutrirse con la lectura de fuentes directas de la época, con libros y relatos de los contemporáneos del acontecimiento, y así desarrollar la imprescindible imaginación histórica sobre la que se sostiene su obra. Ciertamente nunca sabremos lo que conversaron San Martín y Bolívar, en cambio es posible imaginarlo, con un adecuado y metódico estudio de los eventos políticos, sociales y sobre todo militares, tanto de la víspera del encuentro, como de los posteriores acontecimientos. Y en este último punto, interesa ensayar una desagregación de los acontecimientos atendiendo fundamentalmente al curso de la guerra y las modificaciones en el proceso político que le fueron inherentes.

Libertadorxs es una original y atrevida obra con un excelente despliegue dramatúrgico, que se interna para recrear el encuentro entre las dos figuras históricas de mayor envergadura histórica y bajo cuya dirección se desarrolló el proceso revolucionario continental. En consecuencia, se trata también de dos modelos y tendencias, tanto militares como ideológico doctrinarias, que convergieron en Guayaquil, para definir el curso y el final de la guerra continental en el nudo del imperio, esto es, en el Perú. De ahí que lo acontecido en Guayaquil tuvo una centralidad decisiva para el posterior desarrollo de la campaña libertadora. Y es bajo estas consideraciones que la obra de Riding, y la puesta en escena en LUM, adquieren una riqueza cualitativa, por el despliegue de una recreación histórica notable.

Las protagonistas del drama histórico que fue la entrevista de Guayaquil nos ofrecen, a través de sus diálogos, meditaciones y soliloquios, una serie de elementos conceptuales que se sostienen en un adecuado manejo heurístico del evento histórico, para dotarle de la suficiente verosimilitud a lo acontecido en el encuentro. En las conversaciones de los Libertadorxs y sus edecanes, se ofrece un amplio y sofisticado abanico de dilemas, proyecciones y desafíos a los que tuvieron que enfrentar los sujetos históricos de la época. Veamos un par de ejemplos, de los múltiples que recorren la obra: Guayaquil y Lima.

Uno de ellos, probablemente el más delicado y urgente, fue el asunto de la soberanía de Guayaquil, que si bien no fue el objetivo o la agenda principal del encuentro entre los libertadores, sin embargo, si nos acercamos a las realidades históricas de la época, sin duda fue uno de los dilemas más complejos a los que tuvieron que hacer frente las élites sociales y políticas de los territorios recientemente independizados. El problema de la soberanía de los pueblos, territorios y comunidades recientemente independizados recorrió todo el continente, conduciendo a las antiguas ciudades, audiencias y capitales virreinales a erigir Juntas de Gobierno, las que pronto generaron el horror de la guerra civil y la anarquía.

Y fue a la vista de tal escenario que se reproducía de un extremo a otro del continente, que los libertadores se reunieron en el puerto de Guayaquil. ¿Cómo estabilizar las tendencias del movimiento revolucionario continental que sacudía a todos los pueblos, involucrando a grupos sociales antagónicos y con agendas contrapuestas, en el marco de una guerra de liberación continental y que muy pronto había derivado en guerras civiles sacando a flote todas las contradicciones, aporías y resentimientos incubados a lo largo del sistema de dominio colonial? Las posturas de San Martín y Bolívar, sus diferencias y acuerdos, dan cuenta justamente de la acumulación progresiva de problemas de toda índole aún irresueltos. El encuentro de Guayaquil fue, en muchos sentidos, un balance de la revolución y de la guerra.

Hay que indicar que la riqueza de la obra puesta en escena se hunde en tales consideraciones que atraviesan los diálogos salpicados de humor, alarma, desconcierto y cálculos de uno y otro lado. Paola Vicente y las artistas que la acompañan, han logrado reconstruir ese humus y encrucijada histórica, a la que se solía referir Antonio Gramsci. Si bien las emociones y sentimientos humanos históricos son irrepetibles, en cambio, a través de la magia del teatro es posible ingresar a lo acontecido e imaginar lo vivido.

El otro gran dilema que se desprende de la obra, y sin duda alguna abordado en Guayaquil por los libertadores, fue la independencia del Perú y la guerra aún pendiente con los realistas. Me voy a alejar de la perspectiva de Riding por un momento, para, en primer lugar, trazar la coyuntura política y militar de la época.

San Martín llega a Guayaquil en una posición absolutamente desventajosa, tanto en el plano militar como el político. La derrota en Macacona en abril de 1822, fue un durísimo golpe a las posiciones patriotas en el verdadero teatro de la guerra: Los Andes centrales. En Lima, el Protectorado tenía que hacer frente a una oposición republicana que no hacía sino fortalecerse con los innumerables yerros del régimen. El intento de ensayar una fórmula de gobierno que restringiera las libertades políticas y la representación popular, a cambio de tener una Asamblea compuesta de propietarios, iba en contra de la tendencia continental ya echada a andar, que apostó por regímenes republicanos y liberales. Monteagudo intentó precisamente manipular las elecciones al primer Congreso Constituyente. Las columnas realistas en la sierra central y el sur andino, desde donde el virrey La Serna gobernaba con la Constitución, no hacían sino proyectar el fracaso militar y el entrampamiento político de los libertadores, a cuyas tropas, buena parte de las regiones empezaron a verlas como tropas de ocupación e invasoras. Después de todo, San Martín, desde su llegada al Perú, nunca había salido de Lima. La escasez de plata y el uso de papel moneda, las deportaciones de Monteagudo por la forma autoritaria con que se conducía, terminaron por aglutinar a toda la oposición al gobierno; cuando en Guayaquil se entrevistaban los libertadores, en Lima estalló un movimiento de masas que no se detuvo hasta exigir la salida y expulsión de Monteagudo del país. Y era obvio que Bolívar estaba al corriente de todo ello, y llegaba a Guayaquil, tras una sucesión de victorias militares y de fortalecerse políticamente. La campaña admirable (1814), los triunfos de Boyacá (1819) y Carabobo (1821), el decisivo triunfo en Pichincha (1822), habían creado una máquina de guerra unificada, y lo más resaltante, con una cadena de mando inflexible. El ejército sanmartiniano ya había ingresado a un peligroso estado de insubordinación y resquebrajamiento.

Como se sabe, luego de Guayaquil San Martín instala el primer Congreso Constituyente, y en seguida se retira del país. Se opta por un régimen parlamentario bajo la figura del Triunvirato, temeroso de que el poder recientemente instituido se les escape de las manos. Sin embargo, la representatividad de ese Congreso era débil ya que las dos terceras partes del territorio peruano seguían en manos de las orgullosas banderas del rey. La propia naturaleza del régimen, que intentó hacerse cargo de la conducción de la guerra y, al mismo tiempo, sentar las bases del nuevo gobierno republicano, terminó atada de manos y el epílogo fue otra derrota patriota en las batallas de Torata y Moquegua en enero de 1823.

Sobrevino el golpe de Estado de Riva Agüero en febrero de 1823, luego la ocupación realista de Lima, el traslado del gobierno a Trujillo, y el estallido de la guerra civil. A ello debe sumarse otra derrota patriota, en las alturas de Zepita en agosto de 1823, y con ello, la seria amenaza de que el virrey La Serna descendiera del Cuzco a la capital y se hiciera fuerte socialmente. Y es en medio de todo este panorama desolador y sombrío que Bolívar es llamado por el propio congreso peruano para hacerse cargo de la conducción de la guerra, bajo la figura de la Dictadura, tal vez la única alternativa para exorcizar la anarquía, la guerra civil, la fragmentación política y la dispersión ideológica entre los republicanos peruanos.

Para volver a la obra de Riding, el dilema entre democracia y dictadura, que aparece insoluble en la obra y en su puesta en escena, pese a que es una recreación de lo acontecido, tiene el enorme propósito de ensayar una urgente pedagogía política entre los asistentes. Justamente se trata de reconsiderar el pasado. Ese pasado que es irrecuperable, único, y, sin embargo, una de las dimensiones de la reflexión histórica es que no se convierta en un diálogo con los muertos. Los pueblos y los individuos suelen quedarse atrapados en algunas ideas que terminan convirtiéndose en cárceles mentales de larga duración. Plantear el encuentro de Guayaquil, bajo un encuadre que opone la democracia con la dictadura, es reducir la suma de complejidades, alternativas y desafíos a los que tuvieron que hacer frente, no solo los libertadores, sino también esas multitudes civiles y milicias armadas, que realmente asistían y fueron protagonistas de un horizonte de expectativas, donde la aspiración por la libertad, la justicia y la igualdad tuvieron brillo propio.

La disyuntiva entre dictadura y democracia que se muestra en la obra podría hacernos perder de vista los republicanismos -en plural-, que salieron a flote, y que estuvieron en el imaginario y las expectativas de la época. Habría que distinguir entre la república social que imaginaron las mayorías de ese tiempo, y en cuyo nombre también se levantaron en armas pueblos enteros, para abolir las oprobiosas jerarquías sociales y económicas, impuestas a sangre y fuego por el imperio y sus aliados coloniales, de ese otro proyecto republicano de las élites, compuesto de retórica, y que circulaba en los salones y saraos, para inflamar los discursos oficiosos y alimentar los editoriales y la imprenta, el cual tanto interés ha despertado entre cierta historiografía, que se solaza edulcorando el pasado.