2021: ¿Hay esperanzas de cambio?
Teólogo y docente
Suena a pesimista el título, ¿verdad? Y si, a veces hay que serlo. En estos momentos se quiere frases alentadoras, motivadoras, pero hablo desde el campo político y la verdad, este decide el futuro de todo ¿o no?.
Si los poderes de facto que manejan a los cooptados “poderes del estado” continúan en el poder después del 28 de julio, nada cambiaría.
Si la política económica está marcada por la supuesta “economía social de mercado” y que en lo fáctico es una economía liberal, demostrada con creces durante la pandemia reinante con los precios de artículos de necesidad pública. ¿Saben ustedes cuántas veces aparece en nuestra Constitución el término “necesidad pública”?: sólo dos veces. (artículos 70 y 71) al referirse a la propiedad individual. La palabra “precio” o “precios” es sagrada. He buscado varias veces y no aparece. No se toca. Pero la palabra mercado, sí. Pero no para significar control sobre ella, sino para decirnos que hay “derecho a la información sobre los bienes y servicios que se encuentran a su disposición en el mercado”, mero eufemismo.
Si el nuevo congreso está plagado de agentes de este sistema político económico, entiéndase por partidos que abiertamente declaran la continuidad de la malhadada constitución, por el sistema económico liberal, nada habrá cambiado.
Los partidos llamados de izquierda o derecha andan divididos, pero por diversas razones. Dígase fragmentados. Los de la derecha por táctica. Todos defienden el sistema de libre mercado. Vapuleados por la flagrante realidad de los precios elevados que hemos vivido durante la pandemia, lo hacen presentando candidatos oleados y sacramentados. Todos mostrándose técnicos con la correspondiente capacidad para sacarnos del hoyo económico, social y de salud en el que nos hallamos.
La izquierda fragmentada por las individuales tenencias de poder que dicen representar. Variopinta en su ideología, pero unánimes en su postura de verdad antiimperialista, pero también copia y calco que no quería José Carlos Mariátegui, de una misma visión, misión y acción política. No cambiará como no cambia la amnesia histórica del peruano. Después de un par de gobiernos olvidamos al pretérito gobernador que robó. Tara que pervive en el imaginario cultural de cada peruano. No hay una transmisión evolutiva de las experiencias sociales de generación a generación, lo que supondrían avanzar en la escala nacional.
En nuestro Perú los errores no enseñan, lo cual sería edificante; en nuestro Perú los errores se perdonan, se olvidan, lo peor, es que se repiten. ¿Cómo entender que esto pase en todos los ciudadanos de un país?
Es como que un virus haya penetrado en el inconsciente de cada ciudadano que cuando escucha la palabra “error” la toma como buena, aceptable, es más, desearla de nuevo para ver cómo es. Cada peruano ama el error. Ama al que comete un delito. Ama al que le roba. Lo devuelve al poder. Y cosa curiosa, desdeña al que está limpio socialmente.
Al que miente se le cree a pie juntillas; al que dice la verdad le buscamos una mentira. La verdad no existe en la mente del peruano. La verdad – científicamente hablando – se entiende como una unidad lógica e indiscutible entre lo que percibimos y lo que sabemos que es verdadero. Lo negro es negro. Lo que es frio es frio. Aquí a lo negro lo volvemos gris; a lo frio le podemos llamar tibio.
Y si, la prensa se encarga de eso. ¿Alguien tiene esperanza de que el 28 de julio cambie esto? Volvimos a lo mismo. La pandemia muestra lo peor del sistema económico, pero en el cerebro de cada persona no pasó nada. “Unos que nacen, otros morirán, la vida sigue igual”.