¡Adiós General! (Esta vez en serio)
Años de luchas
“¿Y que ganamos?” Eso fue lo que me preguntó mi sobrino de 5 años a mis constantes “¡Ganamos! ¡Ganamos!” que yo alegremente repetía, sin cesar, por el triunfo arrollador de la opción Apruebo. Estábamos en una plaza cerca de la casa de mis padres y abuelos, donde se erige una estatua de Salvador Allende y que se ha convertido en punto de encuentro para los vecinos y vecinas del sector. “Un mejor país para ti”, fue mi respuesta, que me salió de mi “guata”, de mis entrañas, y con una sonrisa imborrable.
No sé si me entendió, pero para mí, personalmente, han sido años de luchas, de manifestaciones, y de discusiones en asambleas. Porque cuando todo estalló ese viernes 18 de octubre del 2019, aunque no estaba en mi país, para gritar con fuerza que no eran 30 pesos del alza del pasaje de Metro, sino 30 años de promesas incumplidas e injusticias, y de un constante endeudamiento para poder tener una salud digna, una educación digna, una vida digna, sentía que esto era resultado de años y décadas de movilización ciudadana.
Ingresé a la Universidad a estudiar Historia en el año 2005. Y ese mismo año me involucré en la movilización contra el Crédito con Aval del Estado (CAE). Desde ese año, no dejé nunca más de salir a la calle. Luego vino el histórico Pingüinazo del 2006, que se inició por el alza de la prueba universal de acceso a la educación superior (Prueba Selección Universitaria PSU), y sobre todo por la restricción del uso del pasaje escolar diferenciado en el transporte público a sólo dos veces al día. Pero de aquellas alzas, comenzó a surgir una crítica al modelo educativo, fuertemente marcado por el sistema neoliberal y el abandono del Estado. Surgieron las consignas “No + LOCE”, una ley orgánica que regulaba la Educación chilena, firmada entre gallos y medianoche de la dictadura. Tanto así, que fue promulgada por Pinochet el penúltimo día de la dictadura (en aquellos oscuros tiempos en Chile el poder Legislativo era ejercido por el Ejecutivo, que recaía en manos del dictador). Así, se comenzó a poner en la discusión pública el problema de la Educación, y que con el paso de los años comenzamos a darnos cuenta que el problema era más profundo y cruzaba todos los ámbitos de nuestra vida social. Hasta hoy conservó con orgullo unas especies de pequeños estampitas hechas de papel que con alfileres afirmábamos a nuestras ropas que proclamaban nuestra exigencia de que el Estado se hiciese cargo de la Educación. Fue un tiempo en que tuvimos que salir a explicarle al resto de la sociedad qué estábamos exigiendo y por qué nuestras demandas eran justas y merecían su apoyo.
Luego llegó el año 2011. Nuevamente el mundo estudiantil salía a las calles. En esta ocasión, la movilización se inició debido a la venta de una parte de la propiedad de una Universidad privada a un conglomerado económico, dejando en evidencia que con la Educación era posible hacer negocios y lucrar con ella. Las movilizaciones se extendieron por meses, con paros y tomas de escuelas, colegios y Universidades. Ese mismo año, un movimiento contra la instalación de hidroeléctricas en la Patagonia Chilena, generó una amplia convocatoria y un gran rechazo de la población nacional a este tipo de proyectos, tanto por su alto impacto ambiental, como también por el beneficiario final. La producción eléctrica de aquella megarepresa iría en su totalidad a las grandes mineras. “No a HidroAysen” era la consigna que copó las calles de la capital y otras ciudades, una de las primeras que llamaba la atención a los problemas medioambientales y a los daños ocasionado por un modelo extractivista. A estos movimientos, se puede sumar las protestas de los habitantes de la comuna de Freirina el año 2012, quienes reclamaban cómo la instalación de una planta procesadora de cerdos de la empresa Agrosuper, había destruido su calidad de vida. No puedo dejar de mencionar las protestas que se desarrollaron durante el mes de enero del 2011 en la región austral de Magallanes, a partir del anuncio de aumento del precio del gas natural, recurso fundamental en una zona tan fría, ventosa y lluviosa. Las críticas por el centralismo también se hicieron escuchar en aquella ocasión.
El 2016 comenzó a otro movimiento social; el movimiento “No Mas AFP”. Se ponía en el tapete otro de los grandes dramas de la sociedad chilena: las paupérrimas pensiones de los adultos mayores, resultado del cambio en el sistema realizado también en dictadura militar. Finalmente el 2018 se iniciaron dos nuevos movimientos. Por un lado, las movilizaciones en torno a las comunas vecinas de Quintero y Puchuncaví, donde se encuentra uno de los enclaves más grandes de empresas vinculadas con la minería y con un alto impacto ambiental, expresado en la constante intoxicación de niñas y niños producto de las emanaciones de las mismas industrias. Se autodenominaron “zonas de sacrificio”, producto de un modelo extractivista y neoliberal, que solo busca el beneficio económico, sin pensar en la calidad de vida de los y las habitantes. Por otro lado, la explosión del movimiento feminista, a partir de una serie de tomas universitarias denunciando los abusos sexuales y de poder, dentro de las estructuras universitarias, puso en discusión y crítica a nuestra sociedad patriarcal. Y así podría seguir mencionando tantos microestallidos como Pascua Lama, Barrancones, y sin mencionar las constantes movilizaciones desde mediados de los años 90’ del pueblo Mapuche.
El país secuestrado
La opción Apruebo logró un 78,27% a nivel nacional, contra un 21,73% de la opción del Rechazo. Apruebo significa que la sociedad chilena desea redactar una nueva Constitución, sacudiéndose de sus espaldas la última herencia dictatorial, el último enclave autoritario: la Constitución de 1980. Un rayado de las calles de Santiago, y que circuló por Instagram días antes del plebiscito, gritaba “¡Desjaimeguzmanizate!”, haciendo referencia al abogado conservador y autor de dicha nefasta Constitución, Jaime Guzmán.
Ayer también se decidió redactar, por primera vez en nuestra vida republicana, una Constitución a través de un órgano constituido plenamente por representantes elegidos por las y los chilenos. Un 78,99% de los votos optó por la Convención Constitucional, órgano que tiene como una de las características la paridad, y que posiblemente tenga cupos reservados para los pueblos originarios.
Más allá de que en todas las regiones del país ganó el Apruebo y la Convención Constitucional (el promedio de los resultados del Apruebo es de un 77%, y un 78% en la Convención), es interesante desmenuzar los resultados región por región y comuna por comuna. La región donde se dio el resultado más estrecho fue la Araucanía, donde el Apruebo obtuvo un 66,84% versus un 33,16% del Rechazo. La realidad fue similar respecto a los resultados en relación al órgano que redactará la nueva Constitución, en la misma región, donde un 70% prefirió la Convención Constitucional y un 29% una Convención Mixta.
Sin embargo, hay cinco comunas, donde ganó el Rechazo. Dos de ellas son fronterizas: al norte Colchane y Antártica en el extremo sur. En este último caso es interesante agregar que es una comuna con alta presencia de Fuerzas Armadas, aunque solo hayan votado 31 personas, dividiéndose sus preferencias en 10 de ellas por el Apruebo y 21 por el Rechazo. Las otras tres comunas se ubican en la región Metropolitana: Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea. En las últimas dos comunas la diferencia fue más amplia, en comparación a la primera. En Lo Barnechea un 61% votó por el Rechazo y un 38% por el Apruebo; en Vitacura en 66% por el Rechazo y un 33% por el Apruebo; y en Las Condes un 55% por el Rechazo y un 44% por el Apruebo. En el caso del tipo de órgano redactor, en Las Condes un 51% votó por Convención Mixta y un 48% por una Convención Constitucional; en Lo Barnechea un 58% votó por Convención Mixta y un 41% en Convención Constitucional; y en Vitacura 62% votó Convención Mixta y un 37% por Convención Constitucional. Pero, ¿qué tienen en común estas comunas? Allí se concentra la población con los mayores ingresos del país, ese 1% de la población que acumula el 33% de los ingresos.
Este escenario debe contrastarse con otros datos. Las comunas donde se registraron los más altos porcentajes por la opción Apruebo fueron Illapel, Mejillones, Tocopilla, Petorca, Huasco, Andacollo, Chañaral, Diego de Almagro, María Elena y Freirina. En todas ellas el Apruebo obtuvo entre 91,8% y 89% de las preferencias. El denominador común de todas ellas: son “zonas de sacrificio” debido a los estragos causados por la megaminería. Y específicamente en la región Metropolitana, las comunas con ingresos más bajos es donde la preferencia por el Apruebo obtuvo los porcentajes más altos: Renca, Lo Espejo y La Pintana con un 88%. El caso de La Pintana no deja de ser emblemático, por su relación con la dictadura. Allí, hacia los márgenes del sur de Santiago, fueron desplazadas forzosamente, a punta de fusil, familias completas. Es también donde se han construido viviendas sociales, convertidas en ghettos, donde escasean –por no decir que no existen- los parques y donde el transporte público solo llega a las afueras. Allí, la participación en este plebiscito fue un 14% más alta que en la segunda vuelta de la última elección presidencial del 2017[1]. La situación socio-económica de Renca no es tan diferente a la de La Pintana. También allí la participación fue alta: un 12% más que la última elección. Esta situación no puede dejarse de lado y tampoco debe pensarse como una anécdota del proceso. Son territorios donde la pobreza, la delincuencia, la deserción escolar y la sensación de abandono son altos. Imposible que no recuerde lo que un escolar de un colegio en toma de La Pintana, durante las movilizaciones del año 2006, me dijo: “si no conseguimos lo que estamos luchando, ya perdimos todo y nuestras vidas no tienen vuelta”.
Aunque muchos hubiéramos querido que la participación en esta elección hubiese sido más alta de los más de 7 millones 500 mil votos, no deja de ser significativo que está fue la más alta desde el cambio realizado al sistema electoral en el 2009. Además, un gráfico del PNUD demuestra que existe una similitud, respecto a la participación que hubo para el plebiscito de 1988[2]. Respecto a los votos, un 99,85% fueron absolutos; es decir, emitidos de manera correcta sin ninguna raya o mensaje escrito, dato que sorprendentemente pude apreciar en mi experiencia como apoderada de la opción Apruebo y Convención Constitucional en el conteo de los votos[3].
Estos datos y escenarios son interesantes contrastarlos con la idea de polarización política y social que los políticos del Rechazo (los partidos Unión Demócrata Independiente y Renovación Nacional, herederos de Pinochet y de Guzmán) buscaban transmitir por todos los medios días previos al plebiscito. Los resultados han mostrado que más bien el país casi en su totalidad quiere un cambio, al que se resiste la elite parapetada en esas tres comunas. Una elite que tiene miedo al cambio de un modelo instaurado en dictadura, que le ha permitido construir sus riquezas y privilegios y que ha tenido secuestrado al país durante casi cincuenta años. Una elite que, como dejó claramente expresado una encuesta que apareció publicada dos semanas antes en el diario El Mercurio, percibe a la sociedad chilena erróneamente, poniendo en evidencia su desconexión. Como ejemplo: la elite chilena considera que el 57% de la población es clase media, un 25% clase baja y que la clase acomodada constituye un 18%. Sin embargo, según los datos socio-económicos, el 77% de la población pertenece a la clase baja, el 20% a la clase media y la clase acomodada solo son el 3% de la población nacional. Un país donde el 50% de los trabajadores tiene un sueldo mensual menor a $401.000 (USD 515). ¿Ingenuidad? ¿Desconexión? ¿Altos índices de imaginación? ¿O simple desinterés? Es por ello, que cuando se produjo el estallido, Cecilia Morel, esposa del Presidente Piñera, lo describió como una invasión alienígena, haciendo referencia a lo inexplicable que era lo que estaba sucediendo, y que llevó a que su propio marido fuera a un restaurant en el Barrio Alto a comer pizza aquella noche, mientras el país ardía. Desconocimiento expresado por el ex Ministro de Salud, Jaime Mañalich, quien en plena pandemia y frente a las características de la realidad de vida de los chilenos y chilenas, declaró no saber que existía tan altos niveles de hacinamiento y pobreza en el país.
El día decisivo
Mi día domingo 25 de octubre comenzó temprano. Me había inscrito para ser apoderada por las opciones Apruebo y Convención Constitucional. Para ello era importante presentarme en el local de votación y con los vocales de la mesa que iba a patrocinar. A las 8 de la mañana me encontraba presentando mi poder simple, emitido por el Comando, para acreditarme y quedar registrada en el acta. La mañana avanzó sin ningún inconveniente, con el ingreso intermitente de personas a los locales de votación. Los aforos se encontraban limitados, pero las filas a las afueras de los locales eran gigantescas, simulando serpientes por las calles aledañas a ellos. Entre las 10 y 14 hrs, el promedio de espera para emitir el voto era de una hora aproximadamente. La gente esperó tranquila y pacientemente. Buena parte de la mañana estuve allí. Solo me escapé del local donde era apoderada, para poder ejercer mi derecho (no sufragaba en el mismo lugar) y para almorzar algo liviano, frente a la larga y tensa tarde que se venía. El horario de votación fue extendido dos horas más, como una de las tantas medidas sanitarias que se implementaron. Otras de estas medidas fueron, además del control de aforo, el uso de mascarillas obligatorias, la distancia social, la nula manipulación de la cédula de identidad (DNI), la petición de que cada elector portase un lápiz azul (de buena parte de los electores que vi votar en mi mesa –por no decir todos-, portaban sus propios lápices), la desinfección de las cámaras secretas cada vez que alguien entraba y salía e ellas, y un sinfín de personas llamadas facilitadores, contratadas por el Servicio Electoral, para estar proveyendo de alcohol gel.
A medida que fue corriendo la tarde comenzó a hacerse lento el flujo de votantes. Y el apoderado de las opciones opuestas a las mías no aparecía. Aunque las últimas encuestas daban por ganadora a la opción Apruebo, debo decir que soy de aquellas que creo que las cosas no están ganadas hasta que realmente ocurren los triunfos. Incluso temía de una mayoría silenciosa que fuese en masa a votar para mantener un statuo quo. La gran mayoría de apoderados con los que me tocó compartir eran personas relativamente jóvenes, de 20 y 30 años de edad.
La campaña se hizo a pulso, juntando peso a peso. En el comando de mi comuna llegamos a hacer una rifa para juntar dinero y poder comprarnos implementos de seguridad. El sabor ciudadano de la campaña por el Apruebo era innegable. Y cuando me refiero a la campaña no solo me refiero a la realizada por los comando oficialmente, sino también a todas las iniciativas y acciones que personas comunes decidieron emprender. Desde afiches impresos en tamaño carta y que uno se podían encontrar pegados en los troncos de los árboles, diseñadores gráficos que inspirados en la esperanza decidieron crear y liberar a través de redes sociales, carteles hechos de forma doméstica que colgaban de los balcones o pegados en las ventanas de las casa que decía “Apruebo+CC”, entre otras muchas otras[4]. No puedo dejar de señalar que según los datos del Servicio Electoral de septiembre, la campaña del Apruebo había recibido solo 22 millones para realizar campaña, versus los 126 millones de la opción Rechazo, dinero que se cuadriplicó para fines del periodo de propaganda.
Al acercarse las 19 hrs. apareció un chico, mucho más alto que el promedio, con polera blanca y haciéndose el gracioso. Era el apoderado del Rechazo y con el que me tocaría disputar los votos en caso de que fuese necesario. La verdad no hizo mucho, porque los constantes Apruebo que comenzaron a escucharse en el lugar de votación donde estaba -de las seis mesas- eran innegables. Las rayas sobre las opciones eran claras y tajantes: Apruebo. “Son música para mis oídos”, me dijo una señora que estaba presenciando el conteo, quien me sacó una sonrisa, que algo de relajo me trajo a la tensa alegría que experimentaba. Después de años de marchas, veía como se desechaba aquella Constitución de la parecía imposible deshacerse. La victoria era contundente en mi mesa: 153 votos Apruebo y 35 Rechazo. Ningún nulo, ningún blanco. Experiencia que terminó por replicarse en la gran mayoría de las mesas de todo el país. Las bocinas de los autos comenzaron a sonar como soundtrack esa noche y miles de personas salieron a las esquinas de las avenidas más cercanas a sus casas, con banderas, cacerolas y cucharas de palo, las mismas que repicaron ensordecedoramente desde aquel 18 de octubre para expresar el descontento y sobretodo cansancio de una sociedad.
Es cierto que nada terminó el pasado domingo. Al contrario, hemos comenzado a transitar como país un largo proceso que nos tomará casi dos años para construir un nuevo pacto social. Nadie nos ha dicho que a va ser fácil. Creo que la gran mayoría lo tenemos claro. Será agotador, pero totalmente necesario. Pero todo ello no nos quita la esperanza y alegría de un mejor porvenir. Mientras tanto, en mi cabeza siguen retumbando aquellos dichos que declamó Allende al salir electo democráticamente como Presidente de la República un 4 de septiembre de 1970: “Les digo que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche, cuando acaricien a sus hijxs, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria”. Hemos vencido y ha sido hermoso.
[1] Debemos considerar que desde el año 2009 la inscripción en el padrón electoral es automática al cumplir los 18 años y la participación es voluntaria.
[2] El plebiscito de 1988 fue aquel donde la ciudadanía fue convocada de decidir si quería o no la continuidad de Pinochet en el poder.
[3] Incluso, en la mesa que apoderé, respecto a los votos de la papeleta “Apruebo o Rechazo”, no se emitió ningún voto nulo o blanco.
[4] CC es la sigla de Convención Constitucional.