Opinión

Áncash: la herida donde vivimos

Por Augusto Rubio Acosta

Escritor y gestor cultural

Áncash: la herida donde vivimosRSD. Radio Santo Domingo

Hay una frase de Santayana, instaurada en el campo de concentración de Dachau (en Baviera) que sentencia que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla. En Áncash, región donde nadie o muy pocos dudan o se interrogan respecto a lo que sucede, donde el mundo no se construye a base de preguntas, el poder (que históricamente nos ha hundido y postergado sin límites) y nuestras taras decimonómicas como sociedad, hacen que seamos una tierra en donde quienes la habitan no sepan cómo vivir.

No sabemos vivir porque no razonamos ni interpretamos el mundo. Con el espíritu clausurado, con irresponsabilidad cívica, con intolerancia e incomprensión entre nosotros mismos, nuestra capacidad de juicio está mutilada. Así, es hipócrita que los ancashinos quieran expectorar a todos los gobernadores regionales poco después de haber asumido el cargo y de haberlos encumbrado en las ánforas con abrumadora mayoría. Es hipócrita porque cada titular regional a quienes queremos arrancarle la cabeza, nos representa: resume nuestras taras y bajezas, lo parásitos que somos esperando que llueva, que el gobierno regional resuelva nuestros más íntimos problemas, sin ser siquiera capaces de articularnos como sociedad civil coherente y crítica, transparente y luchadora para afrontar nuestra aguda problemática.

¿Es realmente viable una región así, con la clase de ciudadanos que tenemos, sin que a pesar del transcurrir de los años algo vayamos cambiando como consecuencia de errores y frustraciones, de la vasta experiencia negativa acumulada?, ¿cuándo existirá un mayor discernimiento entre lo que anhelamos como pueblo y la realidad?, ¿llegará el día en que tomemos conciencia de las verdaderas posibilidades que tenemos como espacio geográfico y sociedad civil, para entonces ponerle el pecho a nuestro destino?

En una región como la nuestra, devastada por la crisis económica y sanitaria, por urgencias y angustias laborales y sociales, por la enorme desigualdad entre ricos y pobres, no existe otro camino que el diálogo y la construcción de amplios consensos ciudadanos para poder salir del histórico atraso en que nos encontramos. Necesitamos enhebrar una fuerza que junte a los inconformes que exigen sus derechos, y a quienes de algún modo representan y defienden los mismos desde todas las instancias, no necesariamente las político-partidarias copadas por mafias y carteles que sólo representan a oscuros intereses. Necesitamos una reunión de voluntades, nuevas formas de participación y pertenencia. Las viejas instituciones fracasaron y nunca nos garantizaron nada: ni libertad ni justicia, ni equidad ni defensa o promoción de nuestros derechos. La paz social que anhelamos, la solución a nuestra grave problemática, está en la reserva moral de la región, en la inteligencia y energía de los jóvenes y no tan viejos, en el fervor de las mujeres pensantes y trabajadoras. Hace falta activar, entonces, desde iniciativas independientes la construcción de un espacio que hoy no existe; lo que no es útil habrá que echarlo a la hoguera.

Renovar la política es deber de todos, de lo contrario pasarán más años y continuaremos habitando (y sobreviviendo) en la herida abierta que heredamos de nuestros padres y que no hemos sido capaces de curar, ni siquiera de detener la hemorragia.