Antifujimorismo sin pedido de disculpas*
Sociólogo
El fujimorismo ha instalado con relativo éxito la narrativa del odio para caracterizar a sus adversarios, aglutinados en ese heterogéneo conjunto ciudadano denominado antifujimorismo. Por ejemplo, en octubre del 2018 tras recibir la noticia de que el indulto humanitario otorgado por Pedro Pablo Kuczynski a su padre había sido anulado, Keiko Fujimori declaró: “Él (Alberto Fujimori) ha purgado doce años de prisión y en los últimos días de su vida, en las tardes que le quedan por lo menos tenía una sensación de libertad, porque ni siquiera era una libertad plena, es una libertad restringida. Invoco a nuestros enemigos políticos, les digo ¡ya basta!, tiene que haber también un alto y un límite, al cálculo político, al odio, al ensañamiento…”(1). Resulta verosímil reconocer entre aquellos enemigos políticos a los que Keiko Fujimori refiere en sus declaraciones al colectivo antifujimorista. Esta narrativa afirma que quienes cuestionan la posibilidad de indultar a Alberto Fujimori y que rechazan el retorno del fujimorismo al gobierno actúan movilizados por el odio(2). Desde esta lógica el antifujimorismo no sería otra cosa que una suerte de reacción irracional animada por la venganza, ¡los antis tendrían la culpa de tanta inestabilidad política en el país! Sentenciaría esta narrativa.
Similar argumento que responsabiliza al antifujimorismo de bloquear la obtención de consensos básicos que den estabilidad política al país, lo encontramos también entre analistas. Por ejemplo, en una columna publicada por el diario El Comercio el 24 de diciembre del 2016, Carlos Meléndez argumentó que el antifujimorismo podría socavar la convivencia ciudadana y el pluralismo político ya que “En tanto ‘anti’, no soporta matices ni distingue entre sus rivales a élites y electores”’. Sin desconocer la pertinente llamada de atención en torno al desafío de lograr un diálogo más fructífero con quienes votan por el fujimorismo, me parece imprescindible un análisis más preciso del carácter de lo ‘anti’ en el antifujimorismo. Y es que tanto la narrativa fujimorista como la interpretación de Meléndez en torno a lo ‘anti’ no distinguen entre no tolerancia y oposición.
Para que funcione el juego democrático todos los participantes deben aceptar y cumplir de manera irrestricta los principios y reglas que lo regulan. Esta aceptación y cumplimiento de las reglas habilitan un lenguaje compartido por todos los participantes, lo cual posibilita la construcción de consensos. El problema empieza cuando uno o varios de los participantes no aceptan e incumplen los principios y las reglas de juego. Eso sucede con los líderes y las lideresas del fujimorismo. Los referentes del fujimorismo carecen de vocación democrática, lo que los define más bien es el autoritarismo, la utilización de la democracia para reivindicar su ‘legado’ y para responder a los intereses de los aliados de turno. Hasta el día de hoy sus dirigentes reivindican la dictadura asesina y corrupta de los años noventa; y en los últimos años sus prácticas en el Parlamento han hecho uso de los procedimientos del régimen democrático para su revancha partidaria. Pregunto entonces ¿por qué deberíamos tolerar la conducta de quienes desconocen los principios e incumplen las reglas democráticas? Seamos claros, al reivindicar una dictadura asesina (aquella que avaló las matanzas de Barrios Altos, La Cantuta, el asesinato de dirigentes sindicales y campesinos), la lideresa del fujimorismo y sus más cercanos colaboradores renuncian a reconocer el principio de la democracia: los derechos humanos. Por ello en el antifujimorismo podemos identificar una racionalidad democrática, pues levanta la voz cuando esta corre peligro. El antifujimorismo colabora en la definición de esa frontera que permite diferenciar la democracia del autoritarismo.
Por otra parte, cuando aceptamos y cumplimos los principios y reglas que organizan el juego democrático habilitamos la posibilidad de que operen las oposiciones políticas sin poner en riesgo a la democracia. La oposición, el disenso es lo constitutivo de lo político porque es desde ahí que se construyen consensos. Pero es un disenso atemperado por el respeto de los derechos humanos, un disenso que acepta la pluralidad e incluso la convivencia de posiciones políticas irreconciliables(3). Compartir el lenguaje de la vocación democrática, la aceptación y cumplimiento de sus principios y reglas a pesar de nuestras diferencias, nos ayudará a avanzar hacia esa sociedad libre e igualitaria que prometió la república. En breve: ante el autoritarismo y la reivindicación de dictaduras asesinas corresponde la intolerancia; y ante proyectos políticos que no compartimos pero que aceptan y cumplen los principios y reglas de la democracia corresponde la oposición.
Ahora bien, ser consecuente con lo hasta aquí planteado exige de cara a las elecciones de junio estar también alertas a lo que Pedro Castillo plantea para el país. Considero que Pedro Castillo debe ganarse en esta campaña presidencial el voto antifujimorista despejando todas las dudas de un posible talante autoritario en un eventual gobierno suyo. En tal sentido, Castillo en las próximas semanas deberá articular con diferentes sectores sociales y políticos, asumiendo compromisos serios y responsables para lograr, de llegar al poder, una comunidad política incluyente.
...
- Parafraseo el título de uno de los capítulos del libro Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo escrito por Ernesto Laclau, el cual lleva por nombre “Posmarxismo sin pedido de disculpas”.
(1)La nulidad del indulto fue solicitada a la Corte Suprema por representantes de la parte civil del proceso penal seguido contra Alberto Fujimori por los casos Barrios Altos y La Cantuta.
(2)Un portal web afín al fujimorismo como lo es “El Montonero”’ ha difundido esta narrativa basada en la equivalencia entre odio y antifujimorismo. Para ejemplo un botón: https://elmontonero.pe/columna-del-director/la-venganza-marxista-contra-los-fujimori
(3) Por ejemplo, Lourdes Flores Nano a través de un video que compartió en las redes sociales, argumentó que nadie con ‘formación socialcristiana’ del Partido Popular Cristiano (PPC) podría respaldar una alternativa comunista en las elecciones de junio. Esta posición evidencia la oposición que el PPC ha planteado a la izquierda a lo largo de su historia. Ahora bien, no deja de llamar la atención que la lideresa del PPC, a la hora de expresar su apoyo a la señora Fujimori, omita referir la centralidad que los derechos humanos deben tener en el orden democrático según el mismo pensamiento socialcristiano. El numeral 407 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia señala lo siguiente: “Una auténtica democracia no es solo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de la persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del ‘bien común’ como fin y criterio regulador de la vida política”. La miopía de la lideresa del PPC resulta llamativa.