Atreverse al cambio es cosa de machos
Escritora y abogada feminista
Cuando parecía haber salvado el escollo de la confianza al gabinete, es indudable que los temas de género y sexualidad le dieron de lleno en la cara al Premier Bellido en esta última semana. Primero, la omisión del Premier a referirse a la orientación sexual en el discurso del voto de confianza al gabinete y segundo, la agresión verbal que habría hecho a la Tercera Vicepresidenta del Congreso de la República, Patricia Chirinos. Cierta o no, su actitud relajada en cuanto al género y pegada a un regionalismo tradicional, han hecho hoy que la letra entre con sangre.
Recordemos sobre ambos temas que ya como Premier, Bellido declaró a inicios de agosto que Verónika Mendoza no había ganado las elecciones “por forzar el pensamiento de la gente” pues el Perú no estaba preparado "como sociedad para cambios culturales tan chocantes" como los propuestos por la candidata de Juntos por el Perú.
Lo paradójico es que Bellido, Cerrón o Castillo, se reafirman tanto revolucionarios como “decoloniales” y dejan caer banderas que la izquierda había enarbolado en los últimos tiempos, justamente para no coincidir con las posiciones de la ultraderecha en cuanto a estos asuntos y tener una visión más integral de democracia. La excusa de que la sociedad “no está preparada para cambios culturales chocantes” la venimos oyendo cada vez que trataba de cruzarse un nuevo umbral democrático, por ejemplo, cuando se peleaba por el voto del campesino analfabeto en 1978. La frase no confirma sino un pretexto para no llevar adelante ningún cambio, y rechaza hacer la tarea de transformar mentalidades y estructuras que provocan opresión.
¿Machismo, homofobia o simplemente pragmatismo político? La historia ha dado muchos ejemplos de cómo se mantiene la opresión cuando no se quiere quedar mal con el poder establecido. El género y la sexualidad se han definido mundialmente en los últimos tiempos, como los dos tabúes para determinar la suerte de algún candidato. Las ultraderechas los rechazan para asegurarse votos que garantizan los sectores conservadores de las iglesias. Si se trata de mero pragmatismo de parte de Perú Libre, porque el pueblo quiere pan y circo, y a eso nos limitamos, no tenemos la estatura suficiente para dirigir un Estado que mal que bien hemos tratado de hacer avanzar en términos de ciudadanía para todxs sus connacionales. Estas exigencias democráticas sin embargo, las conocía muy bien el ex canciller Béjar que se dio el lujo de mencionar hasta los últimos instrumentos internacionales en materia de protección al género y la sexualidad. ¿Se necesita ser “cosmopolita”, “moderno”, o “urbano” para entender el desigual poder en la relación entre hombres y mujeres, o que existe una diversidad sexual humana presente en todo tiempo y lugar, sin ser un “vicio burgués y occidental”?
Nuestro Estado, una vez independiente, quedó en la periferia del mundo occidental, demorando la distribución de recursos y reconocimiento de derechos a lxs peruanxs. Para compensar esa carencia de derechos y poder seguir sobreviviendo en el territorio, cada cual hizo un esfuerzo individual por ocultar sus estigmas: planchar el “pelo malo”, ocultar el dejo provinciano, quitarse la pollera o el sombrero paisano, casarse con alguien “para mejorar la raza” o acumular mujeres o hijos para aparentar ser más “macho”. Ya estamos hartos de que se inventen o mantengan prejuicios para crear exclusión, y si nos declaráramos víctimas de algún tipo de discriminación, ello no debería ser excusa para ejercerla contra otro. Mal haría una mujer en quejarse de ser violentada y al mismo tiempo ser racista, o un campesino de ser excluido y al mismo tiempo ser machista u homófobo.
A estas discusiones habría que añadir en cuanto al tema de la sexualidad, que menos se conoce y más se distorsiona, que la sexualidad es una mezcla de dato biológico y relación social, y que tiene una historia en el Perú anterior a la conquista española que debería interesar a quienes se dicen “decoloniales”. Son numerosos los cronistas que relatan desde su mirada cristiana, la “depravación” de los indígenas de las Américas. El uso público del cuerpo chocaba con el uso privado dado por los españoles. Costumbres como el “servinakuy”, en que perder la virginidad no dependía del matrimonio, prácticas sexuales no heterosexuales o el travestismo de los hombres que hablaban como mujer - “huaussas” en aymara- parecieron a los conquistadores algo tan “chocante” como quizás le parezcan a los defensores de la discriminación. Los conquistadores decidieron occidentalizar esa sexualidad “bárbara” mediante tres siglos de Inquisición, y hoy parece que tienen dignos herederos tanto de derecha como de izquierda.