Autogol de Cerrón
Escritor
Esta semana debió ser medianamente triunfal para el gobierno que empieza. Y si no triunfal, al menos debió ser celebratoria. No lo ha sido. Ha sido una semana de serios traspiés, y de ello, lamentablemente, todas las culpas son propias.
Aunque hubo en él más de una ocasión para alzar la ceja, el discurso inaugural del Presidente Pedro Castillo ante el Congreso de la República dejó un balance positivo. La mayor parte del tiempo hizo sonar las notas correctas, a medio camino entre la conciliación con los sectores que la necesitan y la promesa de transformación para aquellos que la demandan o la esperan, e incluso se las arregló para delinear con claridad una ruta legal y legítima hacia la nueva Constitución, su oferta más emblemática.
Hubiera estado bien que ese discurso quede por un fin de semana como insignia del nuevo gobierno. Hubiera estado bien y hubiera sido fácil conseguirlo. Pocas horas más tarde, sin embargo, la memoria de lo dicho por Castillo ya se había desdibujado casi hasta la desaparición. La crisis de un Ejecutivo que ni siquiera había empezado a ocupar sus oficinas lo desplazó de los titulares en menos de un día.
¿Qué pasó? No es ningún misterio: Vladimir Cerrón decidió que ese era un buen momento para proyectar dominio y reclamar protagonismo, y buscó ganar terreno en su guerra de posiciones dentro de la coalición castillista. La supina torpeza de sus movidas puede calcularse considerando lo que obtuvo: menos que cero. Cerrón termina la semana bastante más debilitado de como la empezó, lo cual no sería necesariamente un problema si no fuera porque junto a él, también se debilita el gobierno.
Una forma de troleo político
La designación como Primer Ministro de Guido Bellido, ficha de Cerrón, fue un primer error significativo. Y no lo fue debido a quién lo propuso (o lo impuso), sino debido a quién es él mismo. Es legítimo que a Perú Libre le corresponda el premierato. Es el partido por el cual postuló Castillo, es parte clave de la coalición que gobernará y, sobre todo, es lo más cercano que tendrá este gobierno a una bancada propia, un sine qua non de su supervivencia en los próximos meses. Bellido, sin embargo, es una figura innecesariamente provocadora, y su designación es casi una forma de troleo político.
Su largo historial de declaraciones homofóbicas y misóginas, su talante archiconservador en temas sociales y su retórica autoritaria lo hacen muy difícil de aceptar para importantes sectores de la izquierda y del centro liberal. Al mismo tiempo, carga el lastre de una investigación pendiente por apología del terrorismo, resultado de posturas negacionistas con respecto a los crímenes de Sendero Luminoso, y eso lo convierte en cebo presto para el terruqueo por la derecha congresal y mediática (además, por supuesto, de una aberrante afrenta a las víctimas de aquellos crímenes, sal sobre la herida de su largo sufrimiento).
Pero no hace falta extenderse sobre los contenidos ideológicos, políticos y programáticos de esta decisión, o tomar partido con respecto a ellos, para entender por qué la mera idea de un “gabinete Bellido” es un error. Basta mirarla como realpolitik pura y dura. Cerrón y la dirigencia de Perú Libre parecen haber querido aislar a Castillo de sus apoyos “externos” (es decir, apoyos fuera del partido), pero lo hicieron en un momento en el que el gobierno —no el Presidente— necesita de esos apoyos para empezar a existir, y sin tener nada realmente que ofrecer a cambio. Lo que esos apoyos "externos" le dan al gobierno, el partido por sí solo no puede dárselo. Sin ellos, lo que tiene es muy poco. No le alcanza para sobrevivir, y menos aun para implementar una mínima agenda.
Y en la medida en que Perú Libre es parte de ese gobierno — los intereses de Cerrón y su organización política están directamente conectados a la capacidad de Castillo para gobernar—, aislarlo es aislarse a sí mismos. Si el Ejecutivo no puede gobernar, todo lo que Cerrón y PL tendrán realmente, por mucha PCM y carteras que manejen, será un puñado de curules que solas suman casi nada. Ese será su escudo para las confrontaciones que vienen, en las cuales —esta no es una exageración— muy pronto se jugará la continuidad de Castillo en el cargo. En otras palabras: este intento de Cerrón de ganar poder fue, en realidad, una manera de perderlo.
Cerrón contra los caviares
Esto se ve más claramente aun en lo sucedido con Pedro Francke y el ministerio de Economía. Cerrón se pasó la semana no solo saboteando el nombramiento de Francke en los conciliábulos internos, sino, incomprensiblemente, tuiteando su desdén de manera pública y abierta. Habló de una “conspiración caviar” y comparó a Francke con los “Chicago Boys” (basta recordar que ese apelativo designa al grupo de economistas al servicio del genocida Augusto Pinochet, los mismos que pusieron en marcha el primer programa neoliberal implantado en el mundo, para entender la abismal mezquindad del insulto).
Obviamente, Cerrón estaba retando a Francke con una disyuntiva: o aceptaba el cargo en una posición indigna y sumisa, o se quedaba fuera. Pero lo hizo sin tener un cuadro viable que nominar al importantísimo MEF, un puesto para el que Francke no solo estaba voceado sino que llevaba semanas construyendo necesarios consensos.
Francke, junto a Aníbal Torres, hoy ministro de Justicia, hizo lo que le tocaba: se fue a su casa, pues era evidente que Cerrón, a través de la PCM, no iba a permitirle hacer su trabajo si lo asumía. Y eso bastó para que el bluff se desinflara: en menos de 24 horas, el propio Bellido tuvo que pedirles a Francke y a Torres que regresen, comprometiéndose a respetar su independencia y además —quizá como resultado de esa misma negociación— emitiendo un comunicado con el membrete oficial de la PCM en el que denuncia la homofobia, la discriminación de género y cualquier contemporización con el terrorismo, en tácita aceptación de las críticas a su idoneidad para el cargo.
El problema con todo esto, por si hiciera falta recordarlo, es que más allá de quién queda en la lona y quién parado después de este breve pugilato, de lo que estamos hablando es de una coalición de gobierno que debe enfrentar no solo problemas agudos de administración estatal y políticas públicas, sino también batallas que serán acérrimas con enemigos voraces y bien apertrechados. Vladimir Cerrón no parece saberlo. Ciertamente actúa como si no lo supiera. Actúa como si no tuviera claro que restarle a Pedro Castillo capacidad ejecutiva es restársela a sí mismo, y que debilitando a un gobierno que empieza ya bajo considerable riesgo existencial no acumulará más poder, sino que más bien perderá el que hoy detenta.
Me gustaría creer que Cerrón sacará lecciones de lo que ha ocurrido en estos días. Me gustaría creer que saldrá sabiendo que necesita a Castillo tanto como Castillo a él, y que sin apoyos “externos” ninguno de los dos llegará lejos. Me gustaría creer que entenderá lo que significa ser parte de una coalición de gobierno y que trabajará para darle estabilidad y no, como ha hecho esta semana, para zamaquearle el terreno. Me gustaría, pero la verdad es que no lo creo. Soy pesimista: me parece que lo que hemos visto en estos días augura muy mal para el futuro inmediato del nuevo gobierno, y que más temprano que tarde volveremos a verlo.