Belaúnde, unas cuantas verdades
Escritor y gestor cultural
Desde que era muy niño escuché a mi padre hablar en casa o defender a ultranza en "debates" familiares [a veces no tan alturados] a un tal Belaúnde, de quien era inútil e insulso seguidor y a quien consideraba demasiado. En algún momento de mi infancia, mi padre [que también se llamaba como el arquitecto] me mostró su viejo carnet partidario y hasta unas cartas firmadas de puño y letra por el antes mencionado personaje, las mismas que habían llegado desde Lima y conservaba con unción. En mi retina han quedado fijadas las discusiones dominicales con mi abuelo, quien nos visitaba los fines de semana para defender al viejo partido de Haya de la Torre y enfrentarse a mi padre, un lector de Expreso y de La Prensa, periódicos que traía el canillita hasta la primera cuadra de la avenida Meiggs, para contaminar y sesgar la información de quienes accedíamos a su lectura.
Eran los primeros años de la década de los ochenta y recuerdo que mi abuelo, un hombre del campo que se enteraba por radio del acontecer nacional, le reclamaba a mi padre por la página 11 [del corrupto contrato con la IPC], por los negociados del contrabando, las promesas incumplidas de reforma agraria, la transformación educativa y económica, con el que el antes mencionado Belaúnde se llenó la boca hasta el hartazgo durante su fracasado y felizmente interrumpido primer gobierno. Nunca supe qué le había visto mi padre a la lampa, al belaundismo y a quienes a pesar del desastroso segundo quinquenio que asumieron, aparecieron siempre como sinonimo de hidalguía, decencia y moral, cuando sólo eran ídolos de barro en una sociedad siempre desinformada.
El segundo gobierno de Belaúnde [el que viví y recuerdo], repitió el caudillismo, el clientelismo y el populismo que hasta hoy le es característico al partido del Paseo Colón. En el primer lustro ochentero recuerdo la "solidaridad" peruana con Argentina durante la guerra de las Malvinas, el surgimiento de Sendero Luminoso [a quienes se subestimó sobremanera] y la política de "tierra arrasada" donde los sinchis y las fuerzas armadas asesinaron a miles de campesinos pobres e inocentes y los enterraron en cientos de fosas comunes en las alturas de la serranía peruana. Cómo estar de acuerdo con esta mirada "blanca" y elitista de Belaúnde y sus secuaces, cómo no indignarse con el endeudamiento internacional galopante al que sometió al país, con el espíritu entreguista y de rodillas ante los depredadores internacionales. Recuerdo, además, que el arquitecto se llenaba la boca hablando de sus proyectos habitacionales y de la Marginal de la selva; rodearse también de quienes adulaban su "honestidad" y honradez personal, como si ello significara capacidad para gobernar e impedir que su entorno se enriqueciera con los fondos públicos.
Podría continuar durante días escribiendo aquí mis impresiones y recuerdos de lo que significa para mí el fundador de Acción Popular, pero debo cerrar esta columna. Escuchar al ministro del Interior referirse en buenos términos a Belaúnde y a sus dos gobiernos, durante la conferencia de prensa de hace unas semanas [en plena crisis política y sanitaria], exacerbaron mi memoria y mi sentir. Gracias por estar ahí para leerme, por escucharme decir unas cuantas verdades.