Canción sin nombre: demandas sin justicia
Escritor y periodista
El título de la película de Melina León, Canción sin nombre, nos traslada a la idea de lo incompleto. Todas las canciones tienen un nombre. Nos podemos saber la letra y hasta conocer a quien canta ese tema conocido, pero necesitamos saber cómo se llama. Si no lo tiene, pues algo nos falta. En la era del Google, ponemos una parte de la letra en el buscador y asunto arreglado.
Si vinculamos estas ideas con esta película, lo cierto es que encajan con la historia que cuenta. El drama de perder un hijo recién nacido, no saber adónde se lo llevaron, descubrir que está en manos de desconocidos, y en algún lugar lejano, es una de las peores situaciones que podría pasar una madre que, para colmo de males, ni siquiera le pudo poner un nombre a su niño. El hecho de tener la primicia, escarbar en los sucesos, dar con una pista, y detenerte porque es peligroso que sepas demasiado y vayas más allá, es una de las grandes frustraciones que puede experimentar un periodista, como tantas veces ocurre; lo que puede implicar el despido y hasta la propia vida. Las mafias de tráfico de bebés, coludidas con la justicia y la política, junto a la discriminación racial, bloquean la verdad: diferentes delitos, el mismo modus operandi de nuestros tiempos, acaso con menos sofisticación que en la actualidad. Todo esto no solo es incompleto, sino injusto. Preguntas sin respuestas y demandas sin justicia.
Los hechos que se narran en Canción sin nombre ocurren a finales de los años ochenta, época de escasez, inflación, coche bombas, toques de queda, apagones. Un drama más a los que ya se vivían en esa época, acaso similares a los que padecemos en estos tiempos pandémicos. Es posible que quienes superan los cincuenta años recuerden esos hechos. En los primeros años de aquella década perdida, hubo una red de tráfico de bebes que fue atendida por la prensa de entonces. El agravamiento de la crisis económica y social de aquel tiempo dejó en el olvido aquella problemática, que es sui géneris en comparación con los robos de bebés que ocurrieron en España durante el franquismo o en Argentina en su última dictadura militar, pues estas acciones fueron una política de estado en aquellos países.
En cuanto a los actores, fue audaz la selección de intérpretes que no eran los más mediáticos, por decirlo de alguna manera. Tommy Párraga, quien ya había participado en películas como La hora final y La pasión de Javier, realiza su primer protagónico con la misma seriedad de aquellas producciones, haciendo del periodista Pedro Campos. Pamela Mendoza Arpi, debutante en estas lides, interpreta a Georgina Condori, joven migrante ayacuchana que sufrirá el drama de la pérdida de su bebé en una clínica sospechosa.
La narrativa de Canción sin nombre es distinta a la de Hollywood: rodada en blanco y negro, silencios largos, planos detenidos. Quienes están acostumbrados a las películas de Hollywood sentirán pesado este estilo. Quienes ya han bebido de esa narrativa, como en Roma de Alonso Cuarón, la apreciarán mejor. La relación sentimental entre el periodista Campos y un artista de extraño acento caribeño en un país que, en aquellos tiempos, no recibía aún tantos migrantes extranjeros como en los últimos años, parece ser una historia paralela no tan vinculada a la trama principal. Tampoco responde a un contexto mucho más conservador que el que vivimos en la actualidad.
Canción sin nombre es una buena película; con un poco más de contexto histórico funciona mejor. Es un mérito que con las dificultades de presupuesto y logística que ha tenido, haya logrado algunas distinciones importantes. Ha sido exhibida en festivales importantes, como el de Cannes (Francia), donde León se convirtió en la primera realizadora peruana en presentar su trabajo; además de Sídney (Australia), Nueva Zelanda y Múnich (Alemania), entre otros, en los que ha recibido críticas favorables. Ha ganado los premios a Mejor Película y Mejor Fotografía en el Festival Internacional de Estocolmo (Suecia), el Colón de Oro en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva (España); y el premio Nuevas voces/ Nuevas visiones en el Festival de Cine de Palm Springs (California, Estados Unidos). Y por si fuera poco, fue seleccionada como precandidata a los premios de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de los Estados Unidos, conocidos como los Premios Oscar, distinción que finalmente no pudo conseguir, como sí lo hizo en su momento La teta asustada en el año 2010.
Pudo llamarse Preguntas sin respuestas, pero Canción sin nombre le queda mejor como título a la película de Melina León. Un bebé robado y una investigación trunca son como composiciones musicales a las que les falta alguna nota para redondear la faena. Los historiadores pueden contribuir a reconstruir ese episodio olvidado de la historia peruana reciente.