Opinión

Cerrón en su laberinto

Por Jorge Frisancho

Escritor

Cerrón en su laberintoFoto: Sudaca

¿Hacia dónde quieren ir con sus movidas recientes Vladimir Cerrón y el sector de la dirigencia de Perú Libre que responde a sus llamados? Difícil saberlo. El enfrentamiento frontal con el Ejecutivo en que se han enfrascado no les augura mayor bonanza en términos de realpolitik ni contribuye a adelantar su agenda en términos de políticas de estado. En ambos terrenos —que, dicho sea de paso, ellos parecen entender como uno y el mismo— simplemente están lanzándose al vacío. El contrasuelazo será duro y su costo podría resultar muy alto.

Si bien el resquebrajamiento de lo que algunos optimistas han venido llamando la “coalición de gobierno” era en buena medida inevitable (y de hecho, Perú Libre lo venía buscando desde antes de la entrada de Castillo a Palacio), con sus acciones de esta semana Cerrón y compañía amenazan con convertir la fractura en derrumbe, y no se ve muy claro su objetivo.

El fondo supuestamente principista de sus fulminantes denuncias contra el Presidente, a quien acusan de “traición al pueblo”, es inverosímil por una multitud de razones. Dos saltan de inmediato a la vista. En primer lugar, tales denuncias se hacen irrisorias en boca de quienes ayer nomás se vanagloriaban de una astuta alianza con Ricardo Belmont, ese protofascista hijo de la oligarquía al que en su momento calificaron de “marxista desconocido” con el que perfectamente se podía andar una parte del camino. No se puede creer que no les alcance el pragmatismo para colaborar con Mirtha Vásquez en aras de acciones concretas y propósitos específicos.

Y más allá de eso, no hay manera de saber exactamente a qué viraje del gobierno se oponen con tanta vehemencia salvo el mero cambio de personal, cuál “hoja de ruta” hace obligatorio su pase a la oposición, qué políticas puestas en marcha por sus operadores han sido canceladas o se encuentran hoy en peligro. En suma, no se puede saber a qué giro del gobierno corresponden sus acres protestas, pues la realidad es que hasta ahora no ha habido ninguno. Difícilmente puede dar un giro un gobierno cuyo principal problema es no haber empezado siquiera a seguir un rumbo definido.

Hubo, sí, una derrota táctica de Perú Libre en el forcejeo interno de aquella “coalición”, y tras esa derrota el partido perdió el premierato y algunos ministerios. No es poca cosa. Pero sí es un asunto de nombres y puestos, también un asunto de vocabularios y estilos, antes que una cuestión de principios. Y es un asunto también, obviamente, de cuotas de poder, como vociferó el vocero de la bancada hasta entonces oficialista a pocas horas de conocerse el desembarco de sus ministros. Cuotas de poder, pues. A nadie se le escapa que esa es la naturaleza de la disputa. Mucho menos a ellos mismos.

Vladimir Cerrón y sus seguidores parecen convencidos de que en el mapa político peruano hay un espacio a la izquierda de Pedro Castillo al que pueden acceder caracterizando al gobierno de “centro-derechista” y denunciando su captura por los “caviares”. Si lo creen, es probable que estén cayendo en la trampa de su propia retórica y que terminen siendo víctimas de una forma típicamente ultraizquierdista de pensamiento mágico.

Por un lado, la salida de Perú Libre de la “coalición” no mueve automáticamente la figura de Castillo hacia la derecha ni en los hechos concretos ni en la imaginación pública. Aun con Mirtha Vásquez en la PCM, Castillo tiene que seguir respondiendo al ala más radical de su gobierno (la conformada no por PL sino por “los profes”), y eso sin duda condicionará parte de sus decisiones administrativas y sus políticas sectoriales. Al mismo tiempo, tiene que continuar enfrentando el diario embate de los medios pro-empresariales, el terruqueo incesante de los voceros de la oligarquía y el sabotaje poco disimulado de los agentes económicos y financieros, nada de lo cual cesó con el cambio de gabinete. Merecidamente o no, eso le confiere ante la ciudadanía un genérico carisma antisistema contra el que los tuitazos de Vladimir Cerrón pueden bastante poco, no importa cuánto los reboten sus militantes más convencidos.

Por otro lado, romper con el Ejecutivo no es posible sin romper también con los sectores de la bancada que lo continúan apoyando, pero —cualquiera sea el beneficio que ven en cortar los lazos con Castillo y Vásquez— Cerrón y su grupo no tienen nada que ganar con ese quiebre. Más bien, si se desarma el bloque parlamentario del oficialismo, pierden mucho: la única palanca efectiva con que cuentan para la negociación, su único poder concreto, está en el Congreso, y si hasta la semana pasada no les alcanzaba para la hegemonía (cuestión de números puros y duros), hoy están en riesgo de que no les alcance ni para sentarse a la mesa.

De hecho, eso es lo más sorprendente de lo que está ocurriendo. Cerrón y su círculo, a quienes con frecuencia se les atribuye acerada destreza para el infighting político, no parecen haber calibrado bien cuánto arriesgaban —gratis— al convertirse en oposición congresal. Pero no deben haber tardado mucho en caer en la cuenta. No había terminado la semana cuando uno de sus congresistas más señeros y con mayor credibilidad radical dentro y fuera del partido, Guillermo Bermejo, ya les estaba enmendando la plana. Se están poniendo del lado de los golpistas, les dijo. Están abandonando al pueblo. Les tiene que haber dolido.

Bermejo ha entendido bien lo que está en juego no solo con respecto al peso relativo de su propia curul (si se quiebra la bancada, ese peso será cercano a cero), sino sobre todo con respecto a un proyecto por el que Perú Libre ha luchado, pero en el cual nunca fue el único actor ni la única plataforma de soporte. Dadas las condiciones de su triunfo electoral, la composición del Legislativo, el alineamiento de los poderes fácticos y el atribulado arranque de la gestión en estos casi tres meses, el partido siempre debió sentirse motivado a la negociación y al consenso con las demás facciones si quería lograr alguno de sus supuestos objetivos de fondo, pero se sintió más motivado a la diatriba, la zancadilla y el sabotaje. Buscaban aislar a Castillo y copar el gobierno; hoy los aislados son ellos.

La dinámica básica no ha cambiado. Aun si fuera verdad que el logro de aquellos objetivos es menos cierto con Mirtha Vásquez en la PCM (cosa debatible), dejar al gobierno más desprotegido de lo que ya estaba en el Congreso no es una respuesta radical a ese problema, sino todo lo contrario. La puntual intervención del congresista Bermejo señala una disputa interna en el partido y pone a Cerrón y su grupo sobre aviso, llamándolos a hacer algo distinto a lo que han venido haciendo. Ojalá lo entiendan. La senda en la que se encuentran no conduce a nada bueno. Si no empiezan pronto a retroceder, van a perder —y esta vez no serán solo ellos— mucho más que un puñado de ministerios.