Chile: 50 años del golpe de Estado y el resquebrajamiento social: la memoria que no perdona, ni olvida
Licenciada en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster en Historia mención Estudios Andinos por la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Del silencio sepulcral de 30 años, luego de la dictadura, vino el alarido del estallido social del 2019. Un grito que provenía de la rabia y hartazgo de la herencia de un sistema económico neoliberal, impuesto por las ideas de Milton Friedman en Chile durante la dictadura cívico-militar a través del famoso “ladrillo”. Chile se transformaba en el conejillo de indias del nuevo liberalismo, que privatizó y puso el sello del dinero a la vida y calidad humana. De la crisis social, se logró crear un acuerdo para redactar una nueva constitución. Tuvimos en nuestras manos la oportunidad histórica de comenzar el cambio estructural que el país necesita, pero hace un año la perdimos con el triunfo del rechazo. Ahora, en la conmemoración de los cincuenta años del golpe de Estado que cambió el curso de la historia para siempre, se discute crear otro nuevo texto, escrito principalmente por el sector ultra de la derecha. Se impuso el movimiento reaccionario ante la revuelta, y el resultado es un texto que, de aprobarse, significaría un retroceso preocupante y amenazaría los avances y derechos sociales, de género y medioambientales.
Por ejemplo, el Consejo Constitucional, liderado por la derecha más cruda y extrema, busca constitucionalizar una forma de administrar la cultura propia de los gobiernos autoritarios y antidemocráticos, y vigilar así cualquier manifestación artística y cultural que no sea de su agrado. La cultura y el arte no son serviles a las tradiciones, es más, suelen debatirlas y criticarlas. No se puede poner la creatividad y el derecho a estar en desacuerdo en un orden institucional. Son para generar pensamiento crítico e incentivar la reflexión. A 50 años del golpe, es frustrante ver que ante tantos intentos de hacer preservar y rescatar la memoria del olvido en la que la puso la dictadura, los grupos más allegados a ella, y sus defensores, reticentes a los cambios sociales que el país ya exige y necesita, pretenden generar medidas que recrudecen la represión y recuerdan a los tiempos del oscurantismo chileno.
No olvidemos que el líder del Partido Republicano-vaya nombre- José Antonio Kast, fue un fiel ferviente de Pinochet, apoyando la campaña del “Si” en el plebiscito de 1988, y en reiteradas ocasiones ha demostrado su admiración por el dictador. Asimismo, cuando postuló a la presidencia, postulaba medidas escalofriantes que iban por la misma senda, como echar a la ONU de Chile y crear un Plan de Seguridad Nacional, medida que recordó al Cosena que creó la dictadura cívico-militar. Los grupos ultraconservadores siguen defendiendo sus ideas antidemocráticas con el discurso de la “libertad”, lo que explica como se ha impuesto un pensamiento histórico- cultural del dinero en Chile.
Por su lado, la paradoja de Kepler, postula que no todo se puede tolerar en una sociedad. No se puede tolerar lo intolerable. El postulado hace referencia a que la tolerancia ilimitada puede llevar a la desaparición de la tolerancia, pues si se cede ante los grupos intolerantes, los tolerantes serán destruidos. Es por eso necesario evitar el ascenso de grupos que pregonan abiertamente discursos de odio, de desigualdad social y anti-derechos. La democracia es frágil, y cuidarla significa no dar cabida a este tipo de movimientos que se buscan imponer a través de la violencia. Lamentablemente, vemos un ascenso de movimientos intolerantes que provienen de la derecha institucionalizada.
Se repiten comentarios “sin Allende no hubiera habido Pinochet”, ¿qué quiere decir eso? ¿cómo se puede justificar el ataque terrorista del bombardeo a La Moneda? ¿están queriendo decir que se sienten con el derecho de sacar a un presidente elegido democráticamente si no es de su agrado? Hoy, en un día anunciado de duelo nacional en memoria de las personas fallecidas, torturadas y vejadas a partir del golpe de Estado hasta que acabó la dictadura, simpatizantes de Pinochet izaron la bandera cantando el himno nacional. Aquellos actos, como en Alemania, deberían ser penados y jamás permitidos. Asimismo, la derecha optó por no participar en el acto de la conmemoración por el medio siglo del golpe, y no solo eso.
Vemos el partido UDI, conservador de derecha, justificando el golpe, sin reconocer algo de culpa, ni el papel jugado por su sector. Se culpa única y exclusivamente al gobierno de la Unidad Popular, que quiso “imponer su gobierno político”, según su declaración. Vale decir, vuelven al discurso con el que se ha querido justificar la dictadura, a través de la “instauración de la democracia”, como si Allende no hubiese sido electo democráticamente. Continúan su declaración, sosteniendo que “el 11 de septiembre era algo inevitable”, y luego tratan de lavarse las manos diciendo que condenan “sin matices las violaciones a los derechos fundamentales”. Como podemos apreciar, es bastante contradictorio. Dicen condenar las violaciones a los derechos fundamentales, pero, a la vez, justifican lo que pasó, y, lo más peligroso, tergiversando la historia.
Lograron crear un orden instaurado en la dictadura a través de la violencia de Estado institucionalizada, utilizando la censura, la quema de libros, callando a quienes tenían pensamiento crítico e imaginativo. Y, al igual que hoy, dominando a través del miedo creado por las fakes news, el mayor de aquella época fue el denominado “Plan Z” con el que crearon histeria colectiva. Podemos percibir la dificultad de la derecha de tener una narración ante lo sucedido, y una verdadera disculpa. Algunos dicen que se debe ver “tal como fue”, pero aún niegan su responsabilidad y complicidad en el boicot al gobierno de Allende, con el apoyo de la CIA y de Nixon en Estados Unidos. No son inventos, como algunos molestos afirman, es la verdad, que supieron callar y esconder, y que tanto incomoda a un sector privilegiado de la sociedad nacional.
Con acciones encubiertas, EE. UU. primero buscó evitar que el Congreso chileno ratificara la victoria electoral de Allende en 1970, apoyando un plan fallido de la ultraderecha para secuestrar al comandante en jefe del Ejército y defensor del orden constitucional, René Schneider, quien resultaría asesinado. La documentación parcial de una serie de documentos desclasificados, dejan en evidencia la intervención del gobierno estadounidense primero en intentar que Allende no saliera electo presidente, luego en el boicot a su gobierno, y posteriormente en el golpe de estado aliados con la derecha. Así como también la técnica de generar caos y desorden, para poder luego justificar una dictadura antidemocrática, como la “garante del orden”.
Por lo tanto, se hace necesario mantener y luchar cada año y día por la memoria y velar por contar la verdad, desde todos los ámbitos posibles. Los museos y centros de memoria tienen un rol fundamental en esta misión, pues acercan a la población con una realidad dolorosa que por largo tiempo se ha preferido callar y esconder. Por otro lado, las representaciones artísticas y teatrales también se han perfilado en su lucha por mantener la memoria en un país con harta amnesia, por lo que todas las obras montadas y ejercicios de memoria se han hecho fundamentales para poder narrar y reconstruir tiempos dolorosos. El trabajo sociológico e histórico desde una perspectiva teatral, del cine y la literatura, ayudan a recrear y hacer empatizar a las personas con lo ocurrido. Las ciencias sociales y humanistas, como la disciplina de la historia y su educación en las aulas, deben incentivar el desarrollo de pensamiento crítico y analítico de lo que ocurrió desde hace 50 años, pero que, en realidad, nunca ha parado de ocurrir. Nuestra misión es resguardar el pasado, y recuperar la voz de quienes ya no están, y que merece ser escuchada y narrada.
Chile tiene un dolor que no cierra. Es imposible cerrar una herida que no para de sangrar. Todavía no hay justicia para un sinnúmero de familias de chilenos, que esperan reparación y verdad. Los medios cómplices siguen sin asumir su culpa, como lo debería haber hecho Edwards de El Mercurio, y todos los sectores y personas cómplices en general. Ni Pinochet pagó con la cárcel. Por ende, es urgente siempre preservar la memoria, y más en tiempos en que comienza a ascender, nuevamente, la ultraderecha negacionista con todas sus fuerzas. Es lo único que tenemos. Mi país parece tener el Síndrome de Estocolmo. Un sector sigue justificando lo injustificable y las más de 40.000 muertes y tantos más desaparecidos y torturados a favor de un modelo socioeconómico fracasado, pero que siguen defendiendo a capa y espada, y por encima del valor y dignidad humana.
Nací el 25 de noviembre de 1988, un mes y medio después de que ganara el plebiscito del NO en Chile. (4 de octubre del 88) pertenezco, por ende, a la generación hija de la recién “ganada” democracia. Cuando se impuso la utópica y violenta “teoría del empate”. ¿Se podía hablar de democracia, cuando los militares que habían perpetrado tan horrendos crímenes seguían en el Senado? ¿Cuándo agentes de la DINA y la CNI seguían teniendo puestos en la PDI, el Ejército y Carabineros? ¿Se puede hablar de una democracia real, cuando Pinochet seguía siendo senador vitalicio? El miedo se apoderó en las generaciones que vivieron las atroces prácticas de la dictadura, y fuimos nosotros, hijos y herederos del horror callado, contenido, quienes salimos nuevamente a las calles. Es así como, nuestra generación, tiene una deuda por hacer preservar la memoria de las atrocidades que tuvieron que vivir nuestros antecesores. Debemos seguir pidiendo justicia y reparación, lo que algunos solo llaman “odio y resentimiento”.
Seguimos esperando que llegue la alegría, que nunca llegó. Pero hay que seguir, y no perder la esperanza. Por todas las mujeres violadas, y torturadas. Por aquellas embarazadas desaparecidas. Por todos los niños robados y desaparecidos, por todos los jóvenes universitarios perseguidos y callados por pensar en un Chile mejor, por los artistas, por nuestros padres, que vivieron de manera directa el horror y la violencia, por los padres de mis amigos torturados, que han tratado de reconstruirse y darnos lo mejor en un sistema que se quiso perfilar como democrático, aunque los enemigos con nombre y apellido seguían en el poder. Por los cuerpos que aún claman justifica desde el fondo del mar, o enterrados en el desierto. Debemos seguir gritando: “¡Para Qué Nunca Más en Chile!”, “¡Fascismo Nunca Más!” y, como me dice mi padre, seguir peleando, cada uno desde su trinchera, por un lugar mejor, por recuperar la memoria y estar siempre del lado correcto de la historia.