Chota como punto de inflexión
Escritor y periodista
Hacía diecinueve años que un debate político no se realizaba en lugares “convencionales”. Los arenales de Manchay, localidad del distrito limeño de Pachacámac, fueron el escenario de la confrontación de ideas entre Alberto Andrade, entonces alcalde de Lima que iba por la reelección; y Luis Castañeda, su retador del momento. Pese a que el primero tenía un liderazgo cómodo en las encuestas, retó al segundo a este intercambio. Castañeda le respondió que debía ser fuera del centro de Lima. “Ensúciate los pies en Manchay, con los provincianos migrantes”, lo retó enseguida. “Si quieres Manchay, Manchay te daré”, respondió el fundador de Somos Perú. La política limeña se trasladaba a un lugar postergado de la capital.
La historia es conocida. Castañeda le ganó en el debate a Andrade y luego lo derrotó en los comicios de noviembre del 2002. Pero Manchay, diecinueve años después, sigue casi en las mismas condiciones. Las promesas de Castañeda de construir trenes para llegar a esta localidad fueron humo. La utilización política fue evidente. Los debates electorales, ya sean por la alcaldía de Lima o por la presidencia, volvieron a grandes hoteles y luminosos sets de televisión.
Así transcurrió el tiempo hasta este debate presidencial en Chota. Hasta hace un mes, nadie imaginaba que un candidato presidencial festejaría su pase a la segunda vuelta en esta provincia cajamarquina. Y mucho menos que allí se realizaría uno de los debates con miras a la elección decisiva del próximo 6 de junio. El repentino ascenso al primer plano de la política nacional de Pedro Castillo, cuya candidatura es una expresión de la indignación de millones de peruanos ante el abandono estatal de décadas, lo ha hecho posible. Su acuerdo con Keiko Fujimori materializó que esta primera confrontación se haga efectiva en una ciudad que ni siquiera es capital de departamento.
Pero el hecho de que el debate se haya realizado en Chota no es lo único. A diferencia del famoso debate en Manchay entre Castañeda y Andrade, organizado por la prensa, el Estado y la sociedad civil de la Lima mesocrática; este fue llevado a cabo por la municipalidad de Chota. Con más desprecio que desconfianza, ciertos periodistas que le hacen el coro a una candidata expresaban sus dudas sobre cómo se realizaría. Acaso pensaron que la plaza de armas de Chota sería una discusión de loquitos de la plaza San Martín, una bronca del Mundialito del Porvenir, una batalla campal de la Copa Perú. Nada de eso ocurrió.
El debate en Chota estuvo bien organizado. Superó con creces los realizados por el Jurado Nacional de Elecciones y Canal N antes de la primera vuelta. Es destacable el papel del alcalde Werner Cabrera, excongresista, quien se puso al hombro la organización. El debate fue dividido en cinco bloques concretos, en los que los candidatos podían expresar sus ideas durante cinco minutos, tiempo suficiente para exponerlas. Luego tenían derecho a un minuto y medio adicional para las respectivas réplicas. Nada de preguntas de periodistas con agenda propia ni intervenciones “ciudadanas” que parecen dirigidas. Los moderadores, Carlos Idrogo y Henry Flores, limitados a su papel y sin figurettismos. Es cierto que hubo directas e indirectas, portátiles y pifias, pero eso es parte de la política y del espectáculo. Quienes esperaban un intercambio de rosas, paz y amor, se equivocó.
La municipalidad de Chota demostró que puede organizar un debate presidencial. De la mano de la policía y sus ronderos, evitó cualquier acto de violencia. En suma, demostró capacidad, criterio y organización que causan admiración y envidia. Esta es una lección más para la Lima mesocrática, que a partir de ahora deberá bajar su soberbia ante el país. Desde sus escritorios estatales o sets de televisión, suelen menospreciar la capacidad de las regiones para resolver sus problemas. En la pandemia reforzaron ese menosprecio, con el imaginario de un gobierno central proactivo y unas regiones incompetentes y corruptas. Declararon intocables a Martín Vizcarra y Pilar Mazzetti por su supuesta buena gestión. Ya se sabe que esto no solo no era verdad, sino que además se aprovecharon de sus puestos a costa del sufrimiento de millones de peruanos. Varias regiones, en silencio y dentro de sus limitaciones políticas y logísticas, están avanzando con la vacunación gracias a un Francisco Sagasti que, aún con sus anteojeras de mercado, ha hecho más que en toda la gestión de Vizcarra.
Chota, ciudad incendiada en la Guerra del Pacífico, resistente con sus ronderos a Sendero Luminoso, que gusta de los caballos de paso y las corridas de toros, no quedará en el olvido como Manchay. Es el punto de partida para una nueva forma de hacer política y organizar la sociedad, en la que la Lima mesocrática ya no se impondrá como hasta ahora. Más ciudades y localidades de la costa, sierra y selva empezarán a tomar protagonismo, que en algunos casos tuvieron, y que en otros nunca les fue permitido ejercer. Al margen de quién pueda ser considerado ganador de este primer debate, e incluso de quién triunfe en esta elección presidencial, un viejo orden, alimentado por el poder de las élites económicas, de opinión pública y académicas, ha empezado a caer. Una revolución democrática y silenciosa ha empezado. Chota puede ser el punto de inflexión de los grandes cambios que el Perú no puede darse el lujo de postergar.