Comercio, historia y cultura: "Palmero subió la Palma...
Historiadora
Catay, catay, y dile a la palmerita chumay, chumay…" Para el grueso de los norteños esta canción es un tondero que expresa el profundo sentir de los piuranos y para los capitalinos, la canción es una típica marinera de salón limeño. Pocos saben, sin embargo, que esta canción es también una música tradicional de Colima, México y, sobre todo, es originariamente una música popular de las Islas Canarias; hay varias fusiones disponibles "on line" para quien quiera escucharlas.
Un elemento musical que también nos permite pensar históricamente. Primero que emerge desde lo más profundo del tiempo aunque, como bien dicen Leturia y De Casas en Orígenes, Ritmo y Controversias de la Música criolla (2018), recién para el siglo XX se consolida la letra de esta canción: Hildebrando Castro Pozo (1924) escribe el tondero y Rosa Mercedes de Ayarza Morales la recopila como marinera (ca.1960). Sin embargo y como en toda sociedad tradicional, como todavía hoy en el Ande, la gente interpreta y reinterpreta la letra de la música; la escribe mientras la canta y la baila. No necesariamente hay autor establecido sino que el canto expresa la creatividad del alma y del momento.
¿Migrantes?. Si, alguien tuvo que traerla. Pero ¿un migrante o un conjunto de ellos puede lograr que una canción se enraice en la cultura de una tierra tan distinta? ¿Se puede imponer una música como se impone una ley? O quizás, más bien, refleja no un momento sino un continuo en el tiempo de relaciones constantes y continuas, fuertes, sostenidas y evidentes entre estos distintos grupos sociales, a una historia de fuertes contactos.
Dicho sea de paso, la historia no sólo se hace de documentos de archivos que pensados y procesados, se convierten en importantes libros que llenan anaqueles, sino que también sale de la vida misma, de toda expresión de la realidad de una sociedad; todo es cuestión de saber leer. Es más una historia oral, que expresa un sentir y no un escribir. La música es un sentir, reavivado, reinventado y reinterpretado a lo largo del tiempo por la gente que, en este caso, tácita o subconscientemente recuerda una realidad conjunta, un espíritu común.
Vinculaciones que nos remiten necesariamente a un momento en que el escenario americano era común y parte del imperio español. Y además, se piensa en el comercio y el rol estelar de los mercaderes en la tardía etapa colonial y en la antesala de la independencia. Pues Piura y Lima son ciudades -puerto, una con Paita y la otra con el Callao; el tráfago mercantil las vivificaba en la época y hasta hoy son conocidos los vínculos que tienen. Es natural que perteneciendo a una misma jurisdicción, el virreinato del Perú, hubiera un fuerte contacto entre ellas.
Pero para inicios del siglo XIX, los vínculos mercantiles realmente cubrían todo el territorio del imperio español y en la cabeza de cada mercader su espacio de realización era el imperial. No sólo se trataba solo del comercio que comenzaba en Lima y terminaba en Cádiz, como tradicionalmente se piensa, sino de ese tráfago invisible que no registran los documentos oficiales pero que no por eso está menos presente. Un mercadeo que comunica a pueblo con pueblo, a pueblo con villa y a villa con ciudad y que centrados en el mar, suponía el caleteo para pequeños, medianos e incluso grandes comerciantes. El comercio era realmente vital: las crónicas de piratas ingleses en el siglo XVII señalan que los indígenas sechuranos llegaban cotidianamente a “El Realejo”, un puerto en la actual Nicaragua. Y es más que posible que, siguiendo una tónica mercantil virreinal, desde aquí y a lo largo del siglo XVIII, se enganchara con rutas de comercio que llevaban a Manzanillo, ciudad puerto de Colima.
No se ha prestado mucha atención a los vínculos con México, considerado tan sólo el otro gran virreinato español en América y desde lo oficial a lo oficial. Cierto, estaba el galeón de Manila, pero Paita era punto clave del Pacifico sur y era la cara marítima visible del puerto fluvial de Guayaquil. Puerto que se sabe que gracias al cacao tenía fuertes negociaciones con México e incluso la Luisiana, hoy en el sur de Estados Unidos. Don José de Villamil, activo e influyente prócer de la independencia del puerto guayaquileño, era luisianés. Paita debió tener una activa negociación más allá del Pacífico sur porque incluso, para 1800 se le va a conocer como la "Little Jamaica".
Porque todos los comerciantes norteños, además, cruzaban al Caribe, ese poderoso espacio transimperial que, como el de Entre Ríos en el virreinato de Buenos Aires, eran zonas de encuentro de mercaderes de distintos reinos e imperios. Ingleses, franceses, holandeses, prusianos y hasta rusos se encontraban con españoles y sobre todo criollos y todos comerciaban independientemente de su raza y condición pues hasta los esclavos negociaban a la sombra de sus amos y en el grupo al que pertenecían. No era el tipo de comercio actual sino uno sustentado en redes humanas que para el siglo XVIII se habían vuelto cada vez más amplias, densas y que cruzaban todo el espacio imperial.
Tan amplias y tan densas que nos remite a las Islas Canarias con las cuáles, al menos el norte del Perú, tiene relaciones insospechadas cuanto invisibles pero no menos reales. Un comercio que incluye el Caribe y que supone una enorme vitalidad económica que alimenta a América pero que también se vuelca sobre el viejo continente: Palmero subió a la Palma y su capital Santa Cruz de Tenerife, era el camino no oficial para colocar productos americanos en Europa, tal como señala el historiador Sergio Solbes (2018). Y con Piura, hay vínculos humanos muy profundos: finalmente, el Brigadier Melchor de Aymerich, último presidente de la Audiencia de Quito, estuvo destacado inicialmente a Cuenca a donde llegó con su esposa, canaria, doña Josefa Espinosa de los Monteros y Avilés. Quien, por esas grandes casualidades de la historia, tenía el mismo apellido que uno de los grupos de comerciantes más poderoso de la Piura de 1800, don Joseph Espinosa de los Monteros. Por cierto que las casualidades existen pero no está demás señalar que la presencia de este Brigadier será decidora para la independencia de Trujillo, la del norte e indirectamente de la del Perú.
Una música, varias letras, diverso sentir popular. Pero en el recuerdo de todos, se mantiene un latente sentir común, sea que se baile tondero, que sea una marinera limeña, un son colimano o una canción popular de Canarias. Detrás el recuerdo tácito de que alguna formamos parte activa de un todo en el que la diversidad y la diferencia encontraba sitio y que, hoy de alguna manera, se reinventa con la tecnología. "Palmero subió a la Palma, catay catay…"