Opinión

Cuando la política deviene en banalidad

Por Jorge Luis Duárez

Sociólogo

Cuando la política deviene en banalidadFoto: Noticias SER

Coyuntura

Consultada por las lamentables muertes ocurridas durante las protestas sociales que se vienen generando en diferentes localidades del país, Dina Boluarte en más de una ocasión ha realizado invocaciones a la paz y dado sus condolencias a las familias de los deudos. Pero la misma Boluarte ha decidido nombrar a su otrora Ministro de Defensa Alberto Otárola -responsable de las intervenciones militares en las protestas sociales- como Presidente del Consejo de Ministros. Para la ahora presidenta del Perú no existe responsabilidad política alguna en la muerte de quienes levantaron su voz de protesta o de simples transeúntes que tuvieron la ‘mala suerte’ de encontrarse con una bala perdida. ¿Puede tener algún efecto aquellas palabras que invocan a la paz sin enmienda alguna? ¿Acaso los actos vandálicos que también han ocurrido y en lo cual se ha enfocado el gobierno y buena parte de la prensa pueden desviarnos del carácter eminentemente político de la crisis que atravesamos?

En este contexto al Congreso ya de por sí desacreditado no se le ocurrió mejor idea que tomarse una fotografía para ‘celebrar’ su triunfo una vez vacado Pedro Castillo. Quienes hablaron de fraude y quisieron invalidar el voto de miles de humildes peruanos y peruanas en el proceso electoral del 2021 se esforzaban por presentarse ahora como los defensores de la democracia. ¿Acaso no se dieron cuenta que con dicha actitud no hacían otra cosa que reforzar la opinión común de que solo actúan por intereses particulares? ¿Acaso no se dan cuenta de que ellos son parte del problema?

Si miramos en las izquierdas encontramos a quienes aún niegan lo innegable, que Pedro Castillo intentó dar un golpe de estado. Algunos militantes de las izquierdas demandan la libertad del expresidente golpista volviendo superflua toda convicción democrática. Condenan el autogolpe de Fujimori de 1992 por ser ‘del otro bando’ y no por principios democráticos, como si por alcanzar la democracia social y económica podría hipotecarse el Estado de derecho.

Lo que vemos en estos días es que el gobierno de Dina Boluarte se aferra al autoritarismo para sobrevivir, el Congreso se reafirma en los intereses particulares ahondando su desconexión con la sociedad y ciertos sectores de las izquierdas se muestran ensimismados en sus ideas antidemocráticas. El caos generado por los propios actores políticos termina generando en los debates que uno suele escuchar en los medios de comunicación alternativas cortoplacistas para ‘salir de la crisis’, quedando en el olvido el tratamiento de las reformas de fondo, abandonándose el planteamiento de objetivos nacionales de mediano y largo plazo.

Más allá de la coyuntura

La tierra que vio germinar a Gonzales Prada, Haya de la Torre, al amauta José Carlos Mariátegui y María Alvarado (por citar solo algunos nombres) se ha quedado huérfana de pensamiento y acción política. La patria de Jorge Basadre y Víctor Andres Belaúnde ha sido reemplazada por la republiqueta de los Acuña y López Aliaga. Lo que encontramos es un Perú sin imaginación política, incapaz de ampliar su perspectiva, de trascender el interés grupal o particular hacia el interés público o el bien común.

Si miramos más allá de la coyuntura podemos interpretar la actual crisis política como el resultado de la inexistencia en el Perú de espacios comunes que permitan encontrarnos y conocernos en nuestras diferencias (socioeconómicas, étnico-raciales, de género, en nuestra condición de migrantes, entre otras posibles), para así debatir, disentir y consensuar visiones de país. Dos instituciones que debieron cumplir la función de construir estos espacios comunes son la escuela pública y los partidos políticos, los cuales se han mostrado impotentes en el Perú. La escuela pública se concibió como pilar del proyecto republicano en tanto estaba orientada a instituir ciudadanía y valores tales como la igualdad. Nuestra República ha sido incapaz de consolidar un sistema educativo público y de calidad, afianzándose más bien progresivamente la privatización de la educación de calidad y, con ella, la reproducción de las desigualdades sociales. Por su parte, los partidos políticos deberían articular las demandas y las aspiraciones de la ciudadanía, confrontando proyectos alternativos de país. Lo que tenemos en el Perú son grupos de interés que defienden intereses particulares sin ofrecer proyecto alguno. Sin espacios comunes lo que prevalece son los estereotipos y prejuicios que en el terreno de lo político devienen por ejemplo en discriminación, racismo y terruqueo.

Durante la República podemos encontrar momentos más proclives a la construcción de espacios comunes o públicos, y otros menos proclives. En los últimos treinta años (1992-2022) si en algo ha tenido profundo éxito la prédica neoliberal ha sido en habernos convencido de que en esta vida lo único importante es el trabajo, la familia y los avatares cotidianos, refugiándonos en nuestra vida privada; el reflexionar sobre los asuntos públicos y actuar sobre ellos ha devenido en superfluo, irrelevante o en terreno para la avidez y picardía de los corruptos.

Coincido con quienes hacen un llamado a la paz para que no haya más muertes en las protestas sociales que continuarán ante un sistema político que se muestra cada vez más incapaz de responder a las demandas de la población movilizada. Estoy de acuerdo con que al ser esta una crisis política exige una respuesta política y el diálogo es el único camino posible. Pero si queremos mirar más allá de lo coyuntural considero que es fundamental construir espacios comunes, esas esferas públicas que permitan discutir y consensuar las reformas necesarias para recomponer nuestro tejido social. Eso demanda de nuevos actores políticos con la suficiente imaginación y vocación innovadora para proponer proyectos colectivos alternativos, visiones de país que nos comprometan y movilicen. Esta es una de las tareas pendientes.