Derecha bruta
Escritor
La semana pasada, con el nombramiento de Héctor Valer como Primer Ministro, Pedro Castillo les hizo a sus enemigos de derecha un regalo inesperado: la posibilidad de volver a izar bien alta la bandera de una "salida a la crisis" —salida consistente en que Castillo se vaya a su casa—que debieron bajar en diciembre, cuando se les cayó su plan de vacancia.
Al seleccionar para su Premier a un personaje cuyos principales lastres no son ideológicos o políticos en sentido estricto, sino materia de derechos, justicia y ética, Castillo les sirvió en bandeja a sus enemigos la ocasión de convocar a un espectro amplio de la ciudadanía en torno a un tema que cruza fronteras partidarias, la violencia doméstica y de género, y articular a partir de él una oposición social a los designios de Palacio. A Valer no se le objetó por ser demasiado "rojo" (no lo es), sino por pegarle a su esposa, a su hija y hasta a su sicóloga. Fue tremendo autogol castillista.
La derecha peruana, empero, es la derecha peruana, y le cuesta (felizmente) dar pie con bola. No pasaron muchas horas antes de que se empeñara en politizar esa oposición social, como si no se hubiera dado la más mínima cuenta de lo que tenía entre manos.
El sábado, ahí estaba Keiko Fujimori en medios y redes, demandando la renuncia de Castillo y de paso recordándonos que hace apenas unos meses, una mayoría de ciudadanos decidió en las urnas que Castillo estará muy mal, pero ella, Keiko, es nuestro mal mayor. No debería haber hecho falta un PhD en Ciencias Políticas para saberlo: al conectar la protesta con el rostro, la voz y el apellido de "la lideresa", lo único que consiguieron fue empezar a desinflarla (a la protesta), desconvocando a los millones de peruanos que saben de quién se trata. Al sacarla de tournée mediática en esa precisa coyuntura, circunscribieron el espectro en lugar de expandirlo y fujimorizaron un momento en el que a nadie hasta entonces se le había ocurrido mencionarla.
(Esto, dicho sea de paso, sirvió como buen contrapeso a la idea de un "fujimorismo de izquierda" reflotada poco antes por el politólogo Alberto Vergara para definir a Castillo. Ver a Keiko en la televisión nos recordó a todos que, más allá del debate sobre tal concepto, hay un fujimorismo sin comillas y sin adjetivos, un fujimorismo fujimorista que ya ha costado muy caro y continúa al acecho).
Pero ahí no quedó la cosa. El domingo, los editores responsables de El Comercio, vocero de las voluntades derechistas del Perú, quisieron transformarse en voceros de la indignación ciudadana con una edición-choque dedicada a demandar la renuncia de Castillo. Presentaron a sus lectores 13 columnas de opinión, cuatro análisis legales, tres entrevistas y un informe de datos sobre el tema, además por supuesto de su editorial, todos reclamando que el Presidente se vaya, y que lo haga ya-ya. ¿Salidas a la crisis? Solo esa —la misma que han venido pidiendo desde antes de que Castillo asumiera.
Olvídense de buscar voces disidentes a una ortodoxia digna del Völkischer Beobachter en 1940. Es que ni siquiera como agitación y propaganda tal táctica es efectiva: en vez de formular un discurso nuevo para una nueva coyuntura, eligieron repetir, con obvia autosatisfacción, todo lo que han dicho ya en todas las coyunturas previas.
Para un lector aún indeciso sobre el tema (créanme, los hay), la sensación de sesgo político y buleo al presidente era inevitable, junto a la de deja-vu. Y ahí está el quid: El Comercio no le estaba hablando a ese hipotético lector sino a su público de siempre, ya dispuesto a apoyar la salida de Castillo aunque sea por la ventana. Por eso pensaron óptimo no incluir una sola línea, por ejemplo, sobre la protesta que a finales de semana se empezaba a gestar en redes sociales bajo el lema #que se vayan todos. Ni un solo titular, gorro o bajada sobre la indignación feminista por el nombramiento de Valer, o sobre los comunicados de protesta que su nombramiento suscitó entre comunidades amazónicas (que lo conocen bien). Una vez más: su táctica fue circunscribir la protesta en lugar de expandirla. Es como si creyeran que los peruanos se han cansado de Pedro Castillo, pero no de ellos. No hay mayor evidencia de que eso sea cierto.
Para coronar la faena, El Comercio decidió invitar a una serie de personajes a responder la pregunta ¿Cómo salimos de la crisis? La gran mayoría se sumó al coro monocorde y pidió, con mayor o menor grado de coherencia lógica, la renuncia de Castillo o su expectoración por cualquier medio. Pero en realidad ese no es el problema. El problema, como muchos observadores anotaron de inmediato, fue la selección de invitados. Parecía una broma (y quizá hasta lo fuera).
Para responder a esa pregunta crucial, plato de fondo de su edición de choque y emblema de su conversión en vocero de los indignados del Perú, El Comercio invitó a... un puñado de caritas parlantes de la tele, algunos opinantes asalariados con columna propia (muchos, de su propio establo o del de otros pasquines del grupo), un influencer y el inadjetivable Beto Ortiz, ahí en representación de Willax.
¿Algún opinante o periodista que nos sorprenda porque no sabemos ya, y desde hace años, exactamente lo que piensa? No. ¿Algún ciudadano común, alguna voz de la calle a tomar la cual no estaban invitando? Ninguna. ¿Voceros de alguna organización social, de algún movimiento, de algún colectivo de activistas? Cero. ¿Alguien, por lo menos, que no esté basado o identificado en Lima? Are you kidding me? Si quieren diversidad, que venga alguien de Willax, y listo.
Ahí está, pues. El Comercio, y con él la derecha peruana, está convencido de que la respuesta a la pregunta sobre cómo salir de "la crisis" requiere escuchar únicamente la voz de las élites y los ecos de su propia burbuja, sin hacer ni siquiera el gesto de incorporar a la ciudadanía y articular sus necesidades y demandas como parte de la plataforma. Primero fujimorizan y luego elitizan, como si no se hubieran enterado de que esa es la razón por la que Pedro Castillo les ganó las elecciones. Es decir, para aprovechar un momento en el que inesperadamente van con viento en popa, ponen en movimiento los mismos hábitos, los mismos tics y las mismas tácticas perdedoras.
No pronosticaré lo que vaya a suceder con la actual campaña pro-renuncia o lo que pueda ocurrir después de ella. La situación es demasiado fluida para pitonisos. Pero esto me queda claro: al menos en términos de su estrategia de medios y su trabajo comunicacional, esta derecha no entiende ni quiere entender el terreno en el que juega. Habla, habla y habla, pero solo para sí misma. Encerrada en su burbuja, no sabe leer la situación política. Todavía puede ganar, pero es realmente una derecha bruta.