Dignidad a través de la memoria: del 11 de septiembre al 18 de octubre
Licenciada en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster en Historia mención Estudios Andinos por la Pontificia Universidad Católica del Perú.
“No hay justicia
No hay verdad
Solamente impunidad”
“Ni perdón, ni olvido” y “Dictadura nunca más”, son consignas que se escuchan con fuerza en Chile en cada conmemoración del fatídico 11 de septiembre de 1973. Resuenan, una y otra vez, para recordar el día que cambió nuestra historia para siempre. Son una insignia también de la lucha por el rescate de la memoria histórica, y contra el olvido. Empero, como enfatiza Steve Stern, la memoria implica más que solo rememorar. Significa dar sentido, significados que atribuimos a los hechos pasados. Y la recreamos. Una y otra vez. Por ello crear puentes y “nudos” de memoria, es una labor constante para repensar y replantear el país.
Por ejemplo, una memoria emblemática y que, se ha transformado en hegemónica para los sectores beneficiados de la Dictadura, es verla como una salvación del país, ante la crisis económica de la Unidad Popular (aunque ahora contamos con los archivos desclasificados de la intervención y boicot estadounidense) o del “Plan Zeta”, comprobado también que fue una fake news. Otra, crítica al período, sería la memoria como ruptura lacerante no resuelta. La Dictadura destruyó vidas, dejando heridas y un dolor insoportable. El tercer tipo de memoria emblemática que encontró Stern en el país, y que también es crítica a la dictadura, es la memoria como prueba de la consecuencia ética y moral. Algo hay que hacer frente a la violación de los derechos humanos. Y, la cuarta y última, sería la memoria como olvido o caja cerrada. Aquí, se toma el 11 de septiembre y todo lo ocurrido luego, como un tema peligroso y explosivo, que es mejor callar para lograr paz y tranquilidad mediante la omisión. De esta manera, sería una “amnesia voluntaria”, cargada de memoria que se prefiere callar.
Así, las pugnas entre la memoria y la contra-memoria tienen, también, un carácter político. Luego de “la vuelta a la democracia”, si bien se realizó el informe Rettig, se visibilizó la violación a los derechos humanos, la justicia no llegó. La alegría prometida tampoco. Y, al parecer, se instauró, poco a poco, la memoria como olvido. Nuestros padres callaron. Los colegios, también. Ni qué decir de los medios de comunicación, y canales oficiales. Se sabía, pero no se podía analizar ni recabar mucho en nuestro pasado reciente, no convenía. Como bien lo plasmaron miles de chilenos en las calles rayadas con desfogue, rabia por tanto mutismo, entre polifonía de ideas, demandas y denuncias, aquél 18 de octubre del 2019. “No era paz, era silencio”.
“No son 30 pesos, son 30 años” se volvió en otra frase emblema del estallido social. Porque resume la falla estructural de un sistema que solo se jactaba de su economía por sobre las vidas humanas, nosotros mismos nos volvimos mercancías y, la vida en general. El progreso económico, como justificación a hechos atroces, también era un discurso bastante usual en el país. Hasta ahora. Porque crecimos con el mito del progreso chileno, pero a la vez sabíamos que, sin privilegios, era imposible poder conseguir una vida digna.
Así, la efervescencia social que significó el estallido, lo vimos con asombro, ilusión, esperanza, y también dolor. Volver a ver tanques militares, reprimiendo y violentando a estudiantes y manifestantes, con técnicas bastantes similares a la dictadura- hasta secuestros fueron captados por los celulares y redes sociales, que se transformaron en una gran ayuda para denunciar los atentados contra los derechos humanos--, con un gobierno autoritario de derecha que, en vez de dialogar y buscar soluciones, volvía a utilizar discursos de Guerra Fría sobre el “enemigo interno” y llamando a una guerra contra su propio pueblo. A los mismos políticos de derecha, defender lo indefendible.
Los medios de comunicación también volvieron a mentir, a tergiversar, a criminalizar la protesta, igual que el presidente. Carabineros, si bien desde las marchas estudiantiles del 2011 que volvieron a abrir debate sobre la estructura chilena y el lucro de todos los aspectos de la vida, incluso los derechos como a una buena educación y salud, reprimían de manera brutal las marchas, durante el estallido el uso de la violencia fue bastante más excesivo. Y, con el mismo lenguaje que en los años 70. Para ellos, todos los manifestantes eran comunistas. Y, por ende, también personas sin derechos. Volvieron a atentar contra Víctor Jara, rayando su tumba. Carabineros trataron de quemar lanzando lacrimógenas el Museo de Violeta Parra. Nuevamente, los símbolos de resistencia, dignidad humana, quisieron hacerlos desaparecer.
¿Dónde estaba el “milagro chileno”? ¿Para quiénes?. Escuchábamos a una primera dama, Morel, asustada afirmando que “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”. Luego del saqueo que significó la Dictadura, para los sectores acomodados y cercanos al gobierno militar, que nos callaron, que querían obligar a que aceptáramos que así era el nuevo Chile, con la promesa de un futuro digno en el oasis, que nunca llegó. Ante la ausencia de un futuro prometedor, otra frase fuerza del estallido fue “nos quitaron tanto que perdimos el miedo”. ¿Miedo a qué? Si el Estado no garantiza nada. Si la sociedad neoliberal nos exige auto explotarnos, sin ningún beneficio a cambio. Ahora se exigía repartir de manera justa la torta.
No solo fue un despertar, salir de un letargo, sino también, de la resignación. De pensar que, en Chile, las cosas siempre serían igual, y nunca cambiarían. Porque, la tensión, y la verdad, siempre estuvo ahí. Solo que, como menciona Stern, la caja se intentó mantener cerrada. Pero se abrió, explosivamente Ahora, se busca, en estas luchas de memoria y contra-memoria, “ganar la batalla por el sentido, por el cómo y quiénes deben escribir la historia del país. Manifestantes fueron vistos como violentistas por romper con la tradición y las buenas costumbres, que siempre impone el que ha vencido en la historia” (Quiroga, Pasten:2020). De esta manera, la calle se vuelve un espacio de comunicación, de enseñanza. De este modo se observó durante el estallido “la irrupción de miradas históricas y políticas que subvierten el código propio de la calle, colonizada esta por narrativas publicitarias consustanciales a la ciudad neoliberal”. (Quiroga, Pasten:2020).
Este valor representativo que los chilenos empezaron a expresar, a través del arte, las performances, y los rayados, volvió a crear un sentimiento de comunidad, y de poder ser verdaderos actores de cambio. Tanto así, que hoy se está pensando y comenzando el proceso de una nueva constitución. Hecha en democracia, y por todos los sectores excluidos históricamente, como pueblos originarios mujeres, y diversidades. Aunque, seguimos esperando que los responsables políticos de los crímenes de lesa humanidad paguen. Como Piñera. Otra continuidad histórica que causa rabia, y pena.
Nunca más callar, no hay vuelta atrás. Cualquier cosa, tenemos la calle. Para marcharla, recorrerla, y rayarla. Cuántas veces sea necesario. Ahora tampoco olvidamos los miles de mutilados, y las violaciones de los derechos humanos durante el estallido. Se acabó el silencio. Para siempre.