¿Dónde comenzó el desastre?
Doctor en geología, sedimentólogo y geomorfólogo especialista en la prevención de riesgos por peligros geológicos. Investigador de los sistemas fluviales en el norte del Perú.
El desborde del Río Alcamayo que acaba de afectar al distrito de Machu Picchu, los deslizamientos ocurridos en el norte del país luego del terremoto de 7.5 grados ocurrido el 28 de noviembre del año pasado, e incluso el tsunami que este último 15 de enero embistió la costa peruana por efecto de la erupción volcánica en Tonga no constituyeron en sí mismos “desastres naturales “. Se trataron más bien, de procesos naturales cuyo nivel de destructividad pudo y podría mitigarse en el futuro. Una responsabilidad que recae principalmente en las decisiones que tomemos como sociedad.
Frente a este desafío, una de las claves para evitar la exposición al riesgo – aquella que muchas veces se soslaya- se encuentra en la comprensión de la dinámica natural de la superficie terrestre. Para ello, es clave generar conocimiento científico respecto a la geomorfología del territorio y emplearlo como una herramienta para el desarrollo de políticas y normas para la prevención de catástrofes -que como hoy somos testigos- golpean trágicamente al Perú.
Los procesos naturales y el cambio climático
El actual contexto de cambio climático global viene desencadenando diversos procesos naturales con efectos devastadores. Pero el problema no radica en el aumento aparente de la frecuencia de estos eventos, sino más bien en la intervención humana que muchas veces no respeta la dinámica natural de estos procesos.
Los “desastres” categorizados comúnmente como “naturales” constituyen manifestaciones que acompañan a la evolución del clima y la dinámica de nuestro planeta en millones de años. Sin embargo, generaciones humanas han concebido estas expresiones de la naturaleza como fenómenos extraordinarios, inesperables o impredecibles. Estas dinámicas en la superficie terrestre son de origen natural y se encuentran asociadas lógicamente con el paisaje en el que se producen, siendo así no deberían sorprendernos.
¿Por qué la dinámica natural del planeta aún nos sorprende?
El problema radica en la frecuencia de los procesos naturales individuales. A menudo estos tienen un periodo de actividad mucho más largo que la longitud de una generación humana o se repiten pocas veces durante nuestra vida. Y aun cuando ciertos eventos se presentasen de manera recurrente en determinados territorios la sociedad humana tiende a reconocerlos como “fenómenos” excepcionales, aquello que hace que se perciban como algo “antinatural”. No obstante, la recurrencia de estos procesos naturales está registrada en la morfología del paisaje (acumulación de sedimentos, cortes por erosión, etc.). Solo necesitamos aprender a leer el paisaje antes de emplear el territorio en los distintos ámbitos de la actividad humana.
El paisaje es como un libro, allí se registra su propio desarrollo. La morfología de la superficie terrestre revela in situ los procesos que dieron lugar a su conformación y seguirán formándola. Los procesos naturales del territorio -cuyas manifestaciones se presentan algunas veces en la forma de desastres- han coexistido paralelamente así desde tiempos inmemoriales. Numerosos valles por ejemplo nos muestran que la erosión es uno de los procesos más extendidos que forman el paisaje, que las llanuras aluviales de los ríos donde se registra el paso de las inundaciones son parte inherente del desarrollo de los sistemas fluviales, etc.
¿Por qué los procesos naturales tienen efectos destructivos?
La respuesta es simple. La actividad humana no respeta muchas veces los procesos naturales durante la planificación y construcción de las ciudades, actividades económicas extractivas, obras técnicas, agroindustria, etc. Por citar un ejemplo, la mayor parte del daño ocasionado por el Niño Costero en 2017, es decir las pérdidas humanas, materiales y las decenas de años de retroceso en el desarrollo del país, se debió principalmente a la interferencia humana negativa. Empero, este comportamiento solo es el reflejo de una problemática mayor.
Durante los últimos siglos la sociedad humana por diversos factores, entre ellos el económico, ha tendido a quebrar su relación con la naturaleza, esto ha obstaculizado la comprensión de los procesos naturales propios al territorio que habita. El creciente antropocentrismo destinado a maximizar el uso indiscriminado de la naturaleza para cubrir las necesidades humanas ha quebrado la interacción respetuosa con el medio ambiente, desequilibrando así el ecosistema planetario. Dicho de otro modo, al prescindir del conocimiento científico de los procesos naturales presentes en la superficie terrestre en sus proyectos de desarrollo, el ser humano ha colocado y seguirá colocando – como vemos ahora mismo- a la vida en medio de la muerte.
¿Cómo prevenir los efectos destructivos de los procesos naturales?
Si se considera que un proceso natural es destructivo, las tareas de prevención quedan totalmente en nuestras manos. Es decir, en cambiar culturalmente el enfoque. Y, para ello existen múltiples posibilidades. Por ejemplo, que las ciudades con carencias heredadas en relación con su exposición a peligros naturales logren readaptarse, que los nuevos asentamientos humanos y nuevos centros poblados alrededor de estas viejas ciudades, o en torno a otras nuevas se planifiquen y orienten su bienestar social y crecimiento de actividades económicas con respeto a las dinámicas del territorio. Así con esta nueva visión los desastres se reducirían considerablemente. Pero para alcanzar esta meta debemos ser capaces de reconocer, comprender, y respetar los procesos naturales en nuestros territorios. Ello ha quedado demostrado, con las catástrofes que han teñido de muerte los últimos meses al Perú, como el actual derrame de petróleo que viene afectando gravemente el ecosistema de la costa marítima.
Todas estas calamidades juntas constituyen serias señales que marcan la necesidad de un cambio de paradigma en la planificación y ordenamiento del territorio en Perú. Correspondería entonces tener en cuenta para el futuro y ante cualquier proyecto de intervención humana sobre el territorio que estas no deben cambiar significativamente sus parámetros físicos aquellos que controlan la dinámica de los procesos naturales. Caso contrario, los niveles de riesgos potenciales serían una vez más devastadores. Por ejemplo, instalar una infraestructura para el transporte de petróleo en una zona de alto riesgo por tsunami deja abierta muchas interrogantes sobre las decisiones humanas y el nivel de exposición que se mantienen frente a los procesos destructivos de la naturaleza. Elegir un lugar seguro para cualquier actividad humana siempre será la forma más fácil y económica de eliminar los riesgos de desastre, pérdidas económicas sociales y ambientales. En esta tarea todos somos co-responsables.