Educar al presidente: cuando los intelectuales se extravían
Analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES).
Educar al presidente sería la solución. Esa es la alternativa para superar los claroscuros en Pedro Castillo y para enfrentar a Vladimir Cerrón, cuyo papel en el poder no sería tal sino una exageración de la derecha. Esto es lo que dice y propone Sinesio López.
Su alternativa no puede dejar de analizarse porque desnuda muchos de los problemas y desencuentros entre intelectuales, gobierno y política. Pero también revela a una academia que está lejos de resolver crisis políticas, sino que las alimenta.
En la más reciente columna de opinión de López, sostiene que Cerrón "no gobierna" sino que "interfiere" con el gobierno. Es apenas una "piraña" que analistas y voceros, liberales o de derecha, han magnificado hasta convertirlo en un "gran tiburón", para así atacar al gobierno. Este diagnóstico de coyuntura es raro, pero dejémoslo de lado para ir hacia las conclusiones porque son mucho más impactantes.
En efecto, como alternativa para solucionar los actuales problemas indica: "Lo que Castillo necesita es un Comité de asesores de Palacio de alto nivel. Hay que educar al soberano". Es esa propuesta la que debe ser diseccionada palabra por palabra.
Postular que se debe enseñar al presidente implica que Castillo no sabe o no sabe lo suficiente para gobernar, o dicho de otro modo, que sufre de algún grado de ignorancia. Al mismo tiempo, asume que hay otras personas que poseen una sabiduría privilegiada, por encima del presidente, y por tanto deberían educarlo. Allí está el comité que propone López, y que escribe con C mayúscula y lo adjetiva como de “alto nivel” para dejar muy en claro la verticalidad. Los sabedores están por encima del que no sabe.
Hay un inevitable toque de petulancia. No se disimula que esos asesores no solamente brindarían asesoramiento sino que deben educar a Castillo. Eso mismo está en el diagnóstico de López al sostener que el gobierno tiene aspectos positivos y negativos porque está “aprendiendo”. Por lo tanto, la presidencia es inmadura y debe ser educada, y el profesor-presidente se reconvierte en presidente-alumno.
La propuesta de este “Comité” inmediatamente recuerda a la manía de muchos académicos de crear comisiones de ese tipo, muchas veces con propósitos compartibles y necesarios. Pero también están los casos en que sirven para disfrutar de posiciones de poder que alimentan egos personales o son solamente consultorías que sirven como medios de vida. Todo esto es, de modo más general, expresión de las tirantes relaciones entre intelectuales y política, entre esa necesidad de mantener la independencia en los análisis pero a la vez querer participar de los cambios políticos. Sea bajo una u otra situación, los técnicos e intelectuales son parte de una elite, que en esta propuesta se reivindicaría a sí misma como educadora. La imagen que muchos evocarán es la del técnico que enseña al campesino.
También se otorga un papel destacado a la tecnocracia en la gestión presidencial. Dicho de otro modo, la política es representada sobre todo en los engranajes y poleas de los técnicos, de los “pe-hache-de”, y de los asesores. Los militantes políticos no participan en esos espacios, y la vida partidaria queda relegada; los partidos salen debilitados. El presidente debería aprender de ellos, y a partir de sus enseñanzas, decidir.
Al mismo tiempo se expresa un modelo que acepta el presidencialismo centralizado en el presidente. No es menor que “el Comité” que propone López no tiene por objeto brindar consejo al Poder Ejecutivo, o al gabinete, y menos aún a la PCM. La asesoría es directa al presidente, y por lo tanto se esquiva el problema del caudillismo personalista presidencial. Por el contrario, lo refuerza.
Sus palabras finales son todavía más reveladoras porque podría decirse que revela mitos profundamente arraigados. El que debe recibir esa educación es el “soberano”. Esa es la palabra que usa López; no se refiere a Castillo como “presidente”. ¿Está pensando en un rey? Esa duda alimenta una imagen que hace aparecer este texto como si se estuviera en la España en siglo XVIII, ante un rey sin experiencia, un “niño” en su papel de monarca, y que necesita un comité de tutores y maestros que lo guíen hasta que adquiriera experiencia y sabiduría. Todo ello montado en una tradición de Consejos como instituciones de asesoramiento al rey para sus funciones de Estado, que estaba presente por lo menos desde el siglo XVI. Una tradición en la que tampoco puede dejarse de mencionar a Nicolás Maquiavelo con sus “asesoramientos” para el buen gobierno de los príncipes italianos.
Sea de un modo o de otro, si se toman los análisis de coyuntura que realizan otros analistas, y se acepta que el gobierno Castillo está afectado por muchos problemas, desde los silencios presidenciales hasta los pasos en falso de sus ministros, y sin dejar de reconocer que la imagen de desprolijidad es multiplicada por la oposición política y su séquito periodístico, la cuestión clave es si la solución es educar al presidente.
Frente a esta cuestión surge la paradoja final de la propuesta de Sinesio López. Si uno de los problemas de fondo es que el presidente en realidad no gobierna, ya que estaría condicionado o acepta las indicaciones de otros (sean Cerrón, Bellido o quienes sean), no se ofrece una real solución. Es que López postula simplemente cambiar a aquellas personas por otras. Para unos, esa mala influencia proviene de Perú Libre, mientras que López quisiera que esa tarea estuviera en su Comité de Alto Nivel, cuyos miembros serían unos educadores virtuosos. Pero se mantiene una relación asimétrica, con una figura presidencial subordinada que debe recibir indicaciones o enseñanzas, sean de unos o de otros. Sólo cambiarían las voces y las siluetas de los que están detrás del sillón presidencial.
Es por ello que ese tipo de análisis no contribuye a la solución de los problemas, sino que agrava las dificultades actuales. Desde aceptar un presidencialismo individualista hasta la resistencia a concebir la presidencia como una institución necesariamente colectiva, desde la ausencia de los partidos políticos a la petulancia de una expertocracia salvadora. Más que una propuesta de solución, estamos ante otro ejemplo de intelectuales perdidos en la política.