El elector peruano y la náusea
Escritor y gestor cultural
La realidad que tenemos al frente es altamente nauseabunda y desalentadora. Así ha sido desde que hemos tenido uso de razón, pero el asunto se ha exacerbado en los últimos treinta años. Cada día acontecen espectáculos deleznables en la escena política del país y todo indica que nada puede detener la barbarie. Hoy, a escasas semanas de volver a las ánforas, es patético lo que tenemos a la vista: un profesor sin equipo técnico ni visión de futuro, carente de la mínima preparación que pudiera pensarse para un cargo como el que postula, un outsider quizá con buenas intenciones pero con sólo un remedo de plan de gobierno; al frente, en las antípodas de la derecha más cavernaria y antiderechos: una procesada por presuntos delitos de crimen organizado, lavado de activos, obstrucción a la justicia y falsas declaraciones en procedimientos administrativos, acusaciones de la Fiscalía de la Nación que se sostienen en delitos previos de corrupción, fraude en la administración y tráfico de drogas.
Por más que se han esforzado, ninguno de los candidatos ha generado confianza en las grandes mayorías, quienes hartas de ir al suicidio político en que se ha convertido el sufragio en el Perú, mantienen un cauto silencio agazapado en el considerable porcentaje de votos en blanco, viciados e indecisos. ¿Adónde vamos a ir con un escenario como este, con la crisis de representatividad más aguda que haya registrado nuestra historia y con una pandemia exacerbada que no cesa de diezmarnos?. Con la partidocracia transfigurada en vientres de alquiler y en carteles o asociaciones para delinquir, los años que se avecinan serán igual o más duros que en los noventa. En el caso de la candidata Fujimori, el equipo técnico que la acompaña está plagado de personajes oscuros, nada gratos para quienes sobrevivimos a la infausta, corrupta y genocida década de los noventa, un tiempo que sentimos cada día más vigente cuando constatamos el triste papel de la prensa vendida, aparato de propaganda fujimorista que impide que los peruanos puedan ver en los medios las propuestas de ambos candidatos de manera equitativa.
La náusea del elector peruano, el estómago revuelto del ciudadano informado y consciente, se explica en la migraña y los mareos originados por el envenenamiento diario a que nos somete la clase dirigente y los medios de comunicación de la concentración. La historia clínica y política de los peruanos arroja síntomas, radiografías anteriores y signos de que nuevamente nos hemos colocado frente al abismo. Por más promesas de respeto a los derechos humanos, por más alianzas políticas improvisadas y acuerdos de institucionalidad democrática que firmen y aseguren respetar los candidatos, las grandes mayorías saben que es demagogia pura, que en el Perú siempre es posible caer más bajo en materia política y que a la hora de las ánforas el voto reflejará lo que muchos de nosotros pensamos: que se ha acabado el tiempo de los tecnócratas que creen entender el país desde la teoría; que en materia de derechos humanos (en especial los de las minorías raciales, étnicas, de clase, religión, lingüísticas o sexuales) se avecinan posibles retrocesos que tenemos que contrarrestar y combatir; que la memoria de la violencia sufrida durante la dictadura debe imponerse; que son tiempos duros (quizá imposibles) los que vienen, pero que tenemos que seguir resistiendo.