Opinión

El lápiz como símbolo

Por Carolina Ortiz Fernández

Socióloga y escritora

El lápiz como símboloFoto: Facebook "Pedro Castillo Presidente 2021"

Los resultados electorales del 11 de abril -con la ausencia y voto nulo o en blanco de más del 40% del electorado peruano- no fueron una sorpresa, no solo por la desconfianza en los candidatos y en lo que usualmente se llama la clase política, sino sobre todo por las circunstancias aterradoras en las que está sumida la mayoría de la población trabajadora: la falta de oxígeno y su inescrupulosa comercialización, la carencia de atenciones médicas adecuadas y de derechos fundamentales para una vida digna, la sentida pérdida de más de 160,000 peruanas y peruanos, el desempleo y una afectada salud emocional.

El despunte del profesor Pedro Castillo fue inesperado pero explicable. En algunos sondeos realizados en las calles y en las redes, me llamó la atención que en uno y otro espacio, algunas personas sostuviesen que no sabían por quién votar, pero que a diferencia de los diversos símbolos, les llamaba la atención el “lapicito”.

¿Qué discurso condensa el lápiz cómo símbolo?

Entre los registros fotográficos que circulan por los espacios públicos y las redes, me llamaron la atención varias imágenes. En esta ocasión me referiré a dos, la imagen de un padre con sus dos hijos en plena pinta en un muro de su pueblo (Imagen 1). Y, la segunda, aquella que muestra al profesor Castillo a caballo junto a un cartel de Tupac Amaru II.

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La primera imagen, en la que podemos apreciar a dos niños y a un adulto, parece configurar el sentir de una familia que se ha identificado con el lápiz como símbolo, y de receptora del discurso representado por el candidato Castillo se convierte en emisora. Padre e hijos difunden el símbolo del gran lápiz de la esperanza. Y no es la única imagen de una familia en pleno. A modo de ejemplo veamos esta otra fotografía:

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Las huellas condensadas en el significado del lápiz tienen historia, cuyo comienzo se remonta al sábado 16 de noviembre de 1532 precisamente en Cajamarca, fecha en que se inicia el violento encuentro en nuestra región. El padre Valverde muestra el libro/biblia/breviario a Atahuallpa como símbolo de poder. Allí están escritas las leyes de un ser poderoso, que todo lo puede y todo lo sabe. Como sabemos, la letra y la escritura se impusieron, aunque fueron muy pocos los que realmente tuvieron acceso a ella y aún hoy permanece como parte de las relaciones de la eficaz dominación simbólica, junto al racismo, al clasismo y el sexismo, ya que prevalece la historia escrita usualmente por hombres “blancos” o “ablancados” y por algunas mujeres “blancas” que ignoran o no se interesan por las condiciones de vida de la mayor parte de la población que fue subyugada usando como instrumento, entre otros factores, el poder de la palabra escrita.

En la colonia y durante la República se admitió el acceso de algunos sectores a la ciudad letrada, pero solo con la lengua y episteme dominante, desde la visión eurocéntrica y patriarcal aún vigente en las instituciones políticas y culturales, incluida la educación escolar y universitaria. Lxs letrados con poder económico tuvieron y tienen la posibilidad de elegir, de decidir, de nombrar, de disponer de tiempo y recursos, tienen aún el privilegio de escribir la historia, de vivir en mejores condiciones, de arrebatarnos la vida muchas veces sin que nos demos cuenta, de sostenerse con el trabajo no reconocido de las mujeres y de la población trabajadora, en nombre de un estado nación monocultural, de partidos e instituciones patriarcales, patrimoniales y un capitalismo salvaje que destruyen el ecosistema.

Identificarse con el lápiz, como símbolo, en sociedades profundamente desiguales, expresa el deseo de recibir educación escolarizada para escribir y ser actores de la propia historia y como un factor deseado de movilidad social. El enunciado que condensa la imagen del lápiz de Perú Libre, adquiere mayor sentido con la persona que lo emite y porta, en este caso el candidato que se presenta señalando su lugar de enunciación: “Soy Pedro Castillo, soy maestro, rondero y agricultor, un hombre de pueblo”.

Las imágenes en los medios que precedieron a los resultados de las elecciones generales del 11 de abril, fueron las de un padre de familia trabajando la tierra, dando de comer a sus gallinas, desayunando, picando cebolla en un mercado, trabajando con sus manos, como la mayoría de la población trabajadora. Hoy sabemos que obtuvo victoria en 46 de los 50 distritos que era bastión de la izquierda, cuya composición dibuja un rostro difuso que se pierde en sonadas liberales y oportunistas de varios de sus vetustos caudillos, muy distantes del trabajo con las manos, sin conocimiento cabal del territorio ni de las necesidades urgentes de la población, entre ellos el 72% del heterogéneo “sector informal” que crece en todo el país. Sabemos que el maestro Castillo fue muy bien recibido en los distritos indicados, que ofreció el 10% del presupuesto para la educación y la salud; y que cuenta en sus filas con numerosas maestras y maestros, quienes también han contribuido en su elección.

El profesor Castillo ha empezado su campaña para la segunda vuelta electoral en la región norte. Los lápices y sus portadores resaltan en los apoteósicos recibimientos en esta región.

Todo parece indicar que el candidato Castillo será el próximo presidente de la república peruana ¿tendrá que afrontar un congreso y fuerzas armadas adversas? En estos momentos le siguen los pasos numerosos adeptos de la derecha que se maquillan con cierto lenguaje “izquierdoso”, que harán lo imposible para que la propuesta desarrollista antiimperialista y de economía popular de mercado enarbolada por Castillo profundice el emprendimiento funcional al extractivismo y al neoliberalismo, a no ser que la población trabajadora, organizada con autonomía, no sea solo receptora del tono esperanzador de su discurso, sino que se convierta en actora, en toda su diversidad, al defender su autoridad para escribir su propia historia, la historia negada. Mercedes Cabello a fines del siglo XIX dio cuenta de los líderes criollos que en nombre de dios, de los indios y del pueblo conducían rebeliones y una vez en el poder gobernaron contra el país, como lo han hecho a lo largo del siglo XX y XXI gobernantes criollos y también cholos con el pensamiento y visión de la blanquitud.

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La segunda imagen propone una asociación entre Pedro Castillo y Túpac Amaru. “Volveré y seré millones” resuena de manera muy emotiva en los carteles y expresiones de numerosos seguidores de Cusco y Puno, así como en los improvisados versos que pronuncia el profesor Castillo en sus discursos y que nos recuerdan el rotundo “Canto coral a Túpac Amaru, que es la libertad” del gran Alejandro Romualdo, pero las ausencias de Micaelas en ellos y en cada uno de los componentes de su ideario puede diluir la esperanza y ser mortal para el posible futuro gobierno y el país.