¿El peor año de la historia?
Escritor y periodista
El año 2020 se terminó en el calendario, pero parece que continúa. La pandemia del coronavirus, que lo ha marcado ante la historia, permanece entre nosotros, y ahora con una variante que es más contagiosa, detalle que si bien reduce su fuerza, la propaga más rápido entre confiados y negacionistas. El anuncio de distribución de vacunas ha generado un sentimiento de esperanza, lo que no significa que el virus haya desaparecido.
Es válido preguntarse si el 2020 ha sido el peor año de la historia. Esta interrogante podría atribuirse con facilidad a la generación que nació con el actual siglo, tendiente a magnificar todo lo actual sin valorar la historia pasada. Lionel Messi es el mejor futbolista de la historia. Pelé y Maradona no existen, ni siquiera Zidane o Ronaldinho. Para saber de política, nada como haber visto Game of Thrones, ¿para qué leer a Maquiavelo o Rousseau? Ahora basta con ser influencer para postular al Congreso, al diablo con la militancia política de base y la formación doctrinaria e ideológica. La mejor serie de todos los tiempos es Breaking Bad. El reguetón es el ritmo de moda: el rock y el criollismo es cosa de boomers, o de viejos lesbianos, para no ponernos tan gringos con los términos. Pura cancelación sin debate. Todo tiempo pasado fue peor. La historia ha llegado a su fin, decía Francis Fukuyama.
Estas ideas no solo son compartidas por la generación presente, sino por algunas que le preceden, acaso para “no pasar de moda”. Una explicación sería el predominio del presentismo, ese concepto filosófico que no solo cancela el pasado, sino que lo juzga con los valores del presente. A esto se agrega la exaltación del descomunal avance de la tecnología en el presente siglo, que nos ha facilitado la vida. Hasta el siglo pasado, si uno quería comunicarse con alguien en el extranjero, debía marcar códigos desde su teléfono fijo, a costa de una cuenta alta en el recibo. Ahora se hacen videollamadas por WhatsApp a cualquier país sin costo alguno. Los diarios informaban sobre las noticias del exterior gracias a los desaparecidos cables; hoy basta mirar las redes sociales para enterarse de lo que pasa en el mundo. Antes se debía ir a una agencia para hacer trámites o pagar las cuentas; ahora casi todo eso se puede hacer desde el Smartphone. Ya no necesitamos un equipo de sonido para escuchar discos de música: podemos hacerlo en el celular o tener nuestros favoritos en una cuenta de Spotify. Todo esto ha generado la citada exaltación de la tecnología, porque nos ahorra recursos y ayuda a la inmediatez para realizar todas nuestras actividades, desde las urgentes hasta las importantes.
El ahorro y la inmediatez son los valores de este siglo, producto de la hegemonía del neoliberalismo, la corriente política, económica y cultural de los tiempos que corren. Todo tiene que ser rápido, no como en la época de nuestros padres y abuelos. Las ganancias deben obtenerse de inmediato. La ganadería, una actividad económica menos visible que otras como la banca y el marketing, ha sido afectada por ello. Los pollos, patos y cerdos deben crecer más rápido: hay que venderlos de inmediato. Esos procesos de aceleración de la producción, marcados por la intervención humana, han generado diversas zoonosis que a su vez han causado varios virus en este siglo veintiuno, con enfermedades desconocidas que han devenido en epidemias, como las del zika y el ébola en el África. Una primera variante del coronavirus se generó a inicios de este siglo, pero fue contenida de inmediato. Todas estas nuevas enfermedades, de aparición más veloz que en otros tiempos, eran avisos de que lo que se había vivido en otros períodos de la historia de la humanidad podría repetirse. Todos fueron ignorados.
La última pandemia que azotó a la humanidad fue la de la mal llamada “gripe española”, que mató a cincuenta millones de seres humanos entre 1918 y 1920. Apareció en la etapa final de la Primera Guerra Mundial, lo que obligó a que los países que estaban en combate silencien el tema en la prensa, para no bajar la moral de sus soldados y vencer en todos sus frentes. Solo la prensa de España, que no participaba de esta conflagración, difundió sin censura las noticias sobre la enfermedad en sus diarios. Ese silencio generalizado, que además no registrado en libros, pinturas o monumentos recordatorios, hace parecer que la gripe española nunca ocurrió, aunque hasta ahora tengamos sus efectos entre nosotros. Por eso, cuando apareció el nuevo coronavirus, todos se remitieron a la pandemia de la peste negra, que data de la Edad Media. Nadie pensaba que esto iba a pasar en nuestros años maravillosos de ahorro e inmediatez. Ha sucedido, y continúa.
Recién ahora damos valor a la historia, esa disciplina que había sido tan despreciada en el presente siglo, y que nos ayuda a sostener la esperanza de que, como ocurrió con la gripe española o la peste negra, la calamidad que vive el mundo pronto pasará. Ahora buscamos en Google cómo fueron aquellos tiempos, y cómo fueron superados. La tecnología no solo sirve para creernos los superhombres, en palabras de Nietzsche, sino para darnos cuenta de que, pese a lo duro que ha sido, el 2020 no ha sido el peor año de la historia; ni tampoco que todo tiempo pasado fue peor. De lo que no hay duda es que el 2020 marcará un antes y un después en el presente siglo. Más pandemias vendrán sobre nosotros, a menos que cambien nuestros modos de producción y de estilos de vida.