Opinión

El salario del miedo

Por Nicanor Domínguez

Historiador

El salario del miedo

Parecería que cada cinco años, en el contexto de las elecciones presidenciales, el Perú enfrenta el fin del mundo. El “comunismo internacional” quiere destruirnos, nos dicen casi todos los medios de comunicación. Sin embargo, a último minuto en la segunda vuelta, nos salvan los candidatos más a la derecha del espectro político: Toledo, García, Humala (domesticado después de asumir el mando) y Kuczynski. Por desgracia, todos estos “héroes de la democracia” terminaron invariablemente enjuiciados por corrupción. La alternativa de hoy, ya descartada en las elecciones del 2011 y 2016, es la candidata Fujimori, que no tiene que esperar a gobernar para tener juicios en curso por corrupción.

Debe ser complicado presupuestar la llegada de ingentes ingresos por propaganda electoral “anticomunista” cada cinco años. Quedan cuatro años de “vacas flacas” de por medio. Hacen recordar la famosa película del director francés Clouzot, ‘El salario del miedo’ (1953): cuatro expatriados europeos son contratados por la ‘Southern Oil Company’ para manejar, por pésimos caminos, dos camiones cargados de nitroglicerina para apagar un incendio en un yacimiento petrolero. Una obra maestra del suspenso en el cine, ha sido también vista como una descarnada crítica existencialista sobre la postguerra y una denuncia del imperialismo norteamericano en Latinoamérica. La publicidad de las campañas electorales peruanas no parece menos desesperada que la decisión de los cuatro camioneros del film, mostrándonos los más bajos impulsos de quienes hacen buen dinero con el temor del prójimo, demonizando o “terruqueando” al contrincante.

Hace cinco años, en abril del 2016, publiqué en Noticias SER el texto que sigue. En ese momento se “terruqueaba” incesantemente a Verónika Mendoza, porque parecía que iba a pasar a la segunda vuelta y enfrentarse a Keiko Fujimori. Debiera quedar claro que quienes no distinguen entre los distintos y variados grupos de Izquierda, y los mezclan indiscriminadamente, actúan políticamente. Mezclan intencionalmente la ignorancia con el miedo, especialmente el miedo que quieren promover entre la población y, en estos días, entre los votantes. Así se ganan su salario.

La Izquierda peruana contra Sendero Luminoso (1970-2000)

La Izquierda en el Perú puede ser definida como aquella “tradición crítica” desarrollada por diversos intelectuales, políticos y sus seguidores, que, desde al menos Manuel González Prada y su “Discurso en el Teatro Politeama” (1888), han cuestionado el estado de cosas en el país como injusto y han propuesto, tras diagnosticar los problemas a enfrentar, variadas maneras de resolver ‘los males’ que aquejan a nuestro país. En un reciente libro del historiador José Luis Rénique, Incendiar la pradera: Un ensayo sobre la revolución en el Perú (Lima, 2015), se propone esta interpretación y se incluye a una serie de intelectuales y políticos peruanos dentro de esta larga “tradición crítica”, comenzando precisamente con González Prada, pasando por Haya y Mariátegui, siguiendo con Luis de la Puente Uceda y Hugo Blanco, hasta llegar a los líderes de la “Nueva Izquierda” y a “Sendero Luminoso”.

Es muy cierto que, si exceptuamos a González Prada, todos estos personajes han partido de la tradición política marxista, aunque sus maneras de entender y aplicar esas ‘herramientas de análisis’ han sido muy variadas, y en más de una ocasión hasta opuestas. Ejemplos ya clásicos: la Polémica Haya-Mariátegui (1928), la división del Partido Comunista Peruano entre “moscovitas” y “pequineses” (1964), la ruptura de los maoístas peruanos entre “Bandera Roja” y “Sendero Luminoso” (1970), la quiebra del frente electoral ARI (1980), la disolución de “Izquierda Unida” (1989), las tres mini-candidaturas izquierdistas en las elecciones presidenciales del año 2006 (que sumaron apenas el 1.17% de los más de 14.6 millones de votos emitidos, por lo que no hubo ningún parlamentario izquierdista en el período 2006-2011 --en el cuestionado segundo gobierno de Alan García--, cosa que no había ocurrido nunca antes, desde las elecciones a la Asamblea Constituyente en 1978).

En cierto sentido, la historia de la Izquierda peruana, que refleja en parte la historia de las ideas izquierdistas (marxistas o no-marxistas) a nivel mundial, es una historia de las sucesivas divisiones y fragmentaciones de sus seguidores. La polémica entre Marx y Bakunin que terminó con la Primera Internacional (1872), la ruptura de los Socialistas rusos entre “Bolcheviques” y “Mencheviques” (1903), la división de los partidos Socialdemócratas y la aparición de partidos Comunistas en apoyo de la Rusia soviética (1920), la caída en desgracia de Trotsky y su exilio ordenado por Stalin (1925-1929), la ruptura y mutua descalificación de los partidos comunistas de la Unión Soviética de Khrushchev y la China de Mao Zedong (1960-1963). Todos ejemplos históricos, ampliamente conocidos, de las tendencias centrífugas de la Izquierda internacional.

Y, sin embargo, para la mayoría de sus críticos de ayer y hoy, la Izquierda es vista como una amenaza monolítica a punto de destruir el mundo existente, ese creado por el desarrollo industrial capitalista en los últimos 250 años. ¿A qué se debe semejante ignorancia? ¿Por qué el anticomunismo, a lo largo del siglo XX y en aún el siglo XXI, simplifica la complejidad de los procesos históricos y políticos de aquellos a quienes ve como sus rivales? ¿Es, acaso, el miedo a perder privilegios lo que obnubila la razón? ¿O estamos ante una típica simplificación del “discurso” político contemporáneo, que necesita mensajes sencillos para repetirlos ‘ad nauseam’ hasta que se conviertan en el “sentido común” de la gente?

Sea cual fuere la razón, la visión anticomunista sobre la Izquierda distorsiona cualquier intento de estudiar y comprender a cabalidad el desarrollo histórico de esta corriente política. Un caso relevante es el de “Sendero Luminoso”, parte importante del proceso de fragmentaciones y rivalidades al interior de la Izquierda peruana.

Producto del caudillismo de su líder Abimael Guzmán, su origen en 1970 se encuentra en la ruptura respecto de “Bandera Roja” y su dirigente Saturnino Paredes. Hasta 1980, “Sendero Luminoso” fue uno de varios grupos maoístas enfrentados entre sí. Y, mientras el resto de la variada y antagónica Izquierda peruana de la época se vinculaba a organizaciones sindicales de profesores, obreros y campesinos, así como a organizaciones barriales en un país que experimentaba un acelerado proceso de urbanización, los seguidores de Guzmán, principalmente en la universidad ayacuchana, memorizaban el “Libro Rojo” de Mao y se aislaban, esperando el final del Gobierno Militar (1968-1980).

El Conflicto Armado Interno, iniciado en 1980 por “Sendero Luminoso”, no solo estuvo dirigido en contra del Estado peruano y sus instituciones (gobierno, poder judicial, fuerzas armadas y policiales), sino contra todo el sistema político y social existente. Visto en términos absolutos como un sistema injusto, y decididos a cambiarlo exclusivamente por la violencia, los seguidores de Guzmán señalaron como blanco de sus asesinatos políticos a todos aquellos que participaran “del sistema”. No solo a los distintos funcionarios estatales (prefectos, policías, militares, médicos, profesores), sino también a los representantes políticos elegidos a partir de 1980 (sus directos rivales, desde el gobierno central a los gobiernos municipales). Como el resto de la Izquierda peruana, desde 1978 con la Asamblea Constituyente, estaba participando en elecciones y en estos distintos niveles de representación (congreso) y gobierno (municipios), “Sendero” los marcó como sus principales rivales y enemigos. Y en realidad lo eran, pues a lo largo de la década de los 80 la Izquierda peruana, especialmente a través del frente electoral “Izquierda Unida” (1980-1989), les disputaba en todos los ámbitos (barrios, fábricas, organizaciones) la representación de las mayorías del país (aquellas “clases populares” que hoy se han convertido en los “sectores” D y E de las agencias de márketing y las encuestadoras).

El crecimiento electoral de “Izquierda Unida” (IU) en las sucesivas elecciones municipales (1980, 1983, 1986, 1989), el triunfo de Alfonso Barrantes como alcalde metropolitano de Lima (1984-1986), los diversos gobiernos regionales en el interior del país (1989-1992), muestran el avance de esa opción política en el Perú de los años de la violencia. Y los líderes de la Izquierda, tanto de los partidos conformantes de IU, como de los independientes que apostaron por ese proyecto, y de los líderes sindicales y barriales, estuvieron en la mira de “Sendero Luminoso”, que infiltraba sus organizaciones (en un contexto de crisis económica y de la hiperinflación del primer gobierno de Alan García, 1985-1990) y los asesinaba. El caso más emblemático de esta guerra de “Sendero” contra los dirigentes populares de Izquierda lo constituye, sin duda alguna, el asesinato de María Elena Moyano, la teniente alcaldesa de Villa El Salvador, el 15 de febrero de 1992.

En las conclusiones del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación se señala que hubo “un deslinde ideológico insuficiente y … tardío” de los partidos de IU frente a “Sendero” en los 80, dándose “una situación ambigua frente a las acciones del PCP-SL y más aún del MRTA” (núm. 108). Sin embargo, al hablar de los dirigentes asesinados por “Sendero”, el mismo Informe resalta a las “autoridades locales que permanecieron en sus puestos a pesar de la intensidad de la violencia … en muchas zonas del país, militantes de izquierda fueron un freno para el avance del PCP-SL” (núm. 105).

No se equivocaba la periodista Patricia del Río cuando hace unas semanas, en la quincena de marzo, aclaraba que calificar con ligereza de “terrucos” o “terroristas” a quienes hoy se encuentran a la izquierda del espectro político es una manipulación interesada e irrespetuosa. Los muertos de “Izquierda Unida” en los 80 son prueba de ello.

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