El siguiente bastión (de la oposición)
Comunicadora política. Directora del podcast “La batalla de las palabras”
Sobre las elecciones municipales, sobre todo la de Lima, se han escrito ríos de tinta cargados de verdad y alarma sobre la mediocridad tatuada en las cédulas de votación que serán utilizadas el próximo domingo. Poco queda por decir sobre el entrampamiento en que nos encontramos en una ciudad donde la estabilidad es no tener opciones en positivo. Una ciudad que, por su complejidad, merecería visiones integrales, alternativas viables, y, cuando menos, un conjunto de medidas de urgencia para que deje de existir esa “Lima de dos velocidades” donde en función del distrito en que naciste o vives accedes o no a recursos que son, muchas veces, derechos. Por ejemplo, el agua. Sin embargo, quiero llamar la atención sobre un tema que se nos ha escapado del análisis, en tanto que la atención ha estado, lógicamente, centrada en la pobreza de oferta electoral para la capital. Y se trata de un tema medular que delineará una segunda fase en la guerra de posiciones desatada por la oposición al Gobierno de Pedro Castillo o por los maniobreros políticos en el Congreso de la República.
En un contexto ideal, la política municipal tendría que ver con la gestión de lo cercano, las políticas de impacto inmediato. En un contexto ideal, las elecciones municipales se dirimirían en función de planes de gobierno, proyectos de ciudad, medidas urgentes para una capital con casi 10 millones de habitantes que merece dejar de ser reducida a una burbuja de cuatro distritos donde habita casi el 100% de la élite nacional. En un contexto ideal, hacer del “mal menor” una norma no sería necesario y el “roba pero hace obra” debería escandalizar. Pero también debería escandalizar esa fractura entre quienes se arrogan la superioridad moral de contar con un proyecto abstracto para Lima mejor que el que demandan las mayorías de una ciudad donde urgen condiciones materiales y no sólo concepciones de lo que es una mejor ciudad. Pero el nuestro no es un contexto ideal. Todo lo contrario, estas elecciones son el fiel reflejo de una crisis que se agudiza también en la próxima jornada electoral. Esta es nuestra normalidad: elecciones de la crisis. La oferta electoral paupérrima es sólo una variable más entre otras tantas que así lo demuestran.
Pero estas elecciones cuentan con un trasfondo particular. No son las primeras elecciones de la crisis sistémica, pero sí las de la normalización del juego antidemocrático. Pensar que en este primer año del Gobierno de Castillo sólo hemos sido espectadores de las mediocridades del mismo o de las vergüenzas de la oposición golpista, es una lectura errada. Lo que estamos viviendo es una disputa ideológica y de fondo sobre aquello que está permitido en democracia. Y así como la pandemia logró que los sentidos comunes del país -y del mundo- viraran poco a poco hacia un espectro más de izquierdas y se debatiera el rol del Estado, la garantía de derechos o el modelo económico, este primer año del Gobierno de Castillo hemos tenido a una oposición que, si bien no ha logrado dar el golpe que reiteradamente quieren alcanzar, sí ha logrado normalizar al golpismo como vía de oposición legítima. Ha logrado hacer de la palabra “vacancia” una vía no sólo regular, sino sistemática de presión al Gobierno, y ha hecho del Congreso de la República del 6% de aprobación, su bastión. Pero no es el único.
En estos catorce meses hemos visto también cómo esta oposición normalizadora del juego antidemocrático ha contado con otros bastiones fundamentales. El poder mediático es uno de los más importantes ya que, sin él, ningún discurso golpista podría ser normalizado. Del mismo modo, sin el papel vergonzoso de los medios de la gran prensa limeña, Pedro Castillo no podría mostrarse como víctima de una operación voraz que no lo deja gobernar. Y esto no es falso. El relato, por eso, es fácilmente instalable. La oposición mediática lo regala. La oposición golpista lo protagoniza. Los poderes patalean. El presidente cosecha de ello evitando hablar de lo que deberíamos hablar: políticas.
Y es en este contexto, tanto de crisis sistémica como de disputa a niveles de intensidad nunca antes vistos con ningún otro gobierno, que las elecciones municipales en Lima cobran un tono distinto. No lo digo yo, lo dicen los mismos opositores que hoy disputan la llegada a Palacio Municipal. Hagamos un ejercicio de memoria rápida. ¿Recuerdan cuál fue el mensaje de César Combina cuando anunció en Enero su fugaz candidatura por el Fujimorismo para la Alcaldía de Lima? “He aceptado la invitación de Fuerza Popular para ser precandidato a la alcaldía de Lima con el ánimo de sumar esfuerzos y buscar la unidad de la oposición. Estoy seguro que juntos podremos vencer a esta izquierda criminal en las próximas elecciones municipales.” El mensaje es diáfano: el objetivo de la candidatura era y es utilizar el Palacio Municipal para hacer oposición, no para gobernar la ciudad ni ninguna de esas “tonterías”. Cuando Keiko Fujimori le bajó el pulgar a Combina hizo lo propio pues señaló que debían apostar por un candidato que uniera a la oposición al Gobierno.
Y los tres punteros en la carrera por Lima replican el mismo mensaje. Rafael López Aliaga lo ha dejado claro tras el último debate electoral: oposición al Gobierno desde Palacio Municipal. “Yo me quedo los cuatro años, porque creo que el Perú en estos momentos tiene que tener un candidato de unidad contra este gobierno corrupto (...)” Curiosa cruzada anticorrupción la del candidato que no paga impuestos. George Forsyth tampoco perdió la oportunidad de vertebrar su mensaje a partir de su posición sobre el Gobierno de Castillo: “Estoy en contra de este Gobierno, me parece un mamarracho.” Y continuó felicitando a esa misma Fiscalía que cuenta con varias irregularidades sobre las espaldas para seguir sosteniendo su mensaje principal: “Por eso felicito a la Fiscalía, porque no es fácil investigar al presidente (...)”. Por su parte, Daniel Urresti, ha sido algo más ambiguo en su postura contra el Gobierno, pero eso no evitó que nuclee sus mensajes en el último año. Podría haberse valido de muchas fórmulas discursivas, pero el racismo, cuando está tan impregnado, se sale en cualquier momento. De ahí que Urresti pronunciara su racistamente célebre “El coeficiente intelectual de Pedro Castillo es demasiado bajo”.
¿Por qué es importante advertir que las coordenadas del debate público en la elección municipal de Lima tienen que ver más con el Gobierno de Castillo que con gobernar la ciudad? En una campaña la clave es la pregunta electoral que se responde en las urnas. En la campaña presidencial pasada esa pregunta podría parafrasearse como “¿continuismo o transformación?” Y todos los mensajes de Fujimori y Castillo respondían de alguna forma a esa pregunta electoral. La pregunta electoral en la campaña municipal es bastante clara según las respuestas que los candidatos punteros brindan: ¿quién será mejor opositor para este gobierno? De ahí que se pronuncien constantemente sobre él antes que preocuparse por ofrecer algo a Lima. Lamento confirmar la intuición: Estas elecciones no tienen realmente nada que ver con Lima, sino con la utilización de Lima para contar con un nuevo bastión para la oposición.
Ahora bien, es evidente que no es lo mismo López Aliaga, Urresti o Forsyth en la Alcaldía. Y no hablo en términos políticos, sino en la forma en que desarollarán la estrategia basada en la relación con el Gobierno. López Aliaga en la Alcaldía será la mejor noticia para el golpismo que habrá ganado un nuevo bastión en su estrategia antidemocrática. Sacarán los escaños del Congreso y los llevarán también a los sillones municipales. Usarán Lima para contar con más peso en un momento en que el Congreso está tan desprestigiado que necesita de una institución nueva que utilizar para seguir instalando el discurso golpista y su consecuente acción. Urresti o Forsyth basarán también su gestión en relación con su posicionamiento con el Gobierno. Preparémonos para que ante cualquier problema en la ciudad, escándalo o dejadez de gestión (como fue en el gobierno inexistente de Muñoz) tendrán la posibilidad de desviar la atención haciendo de opositores contundentes de Castillo. Esta es, por cierto, la misma estrategia que usó Jorge Muñoz con la venia del poder mediático que mientras Lima seguía a la deriva por falta de alcalde, lo invitaban a todos los sets de televisión a pedir la renuncia de Pedro Castillo con una cara tan dura como el cemento.
Pero además de este desvío de atención sobre la gestión -algo que demuestra lo poco que importamos los ciudadanos y ciudadanas a estos candidatos- lo que veremos con Urresti en la Alcaldía será una negociación constante. De ser el alcalde, tendrá la posibilidad de negociar los próximos cuatro años votos y apoyos en el Congreso a partir del peso que le dé la Alcaldía de Lima. En el caso de Forsyth, esta negociación no será directa pues no cuenta con bancada, pero sí podría ser el nuevo alfil en el tablero de ajedrez de algunas bancadas congresales que vean en él una posibilidad de negociación o de, en última instancia, aumento de hostilidad hacia el Gobierno. A Forsyth le coquetearán desde el minuto uno.
Como vemos, estamos no sólo ante unas elecciones de la crisis en la que el ganador será también un alcalde de la crisis y, por tanto, su gestión será menos que mediocre. Estamos también ante una nueva fase del juego político como resultado del tipo de disputa que estamos viviendo en Perú. No se puede disociar el ánimo electoral del tipo de juego político que hemos vivido estos catorce meses. Los voceros del (falso) fraude continuarán con la cantaleta, esta vez, con López Aliaga liderando la coalición desde Palacio Municipal si logra ganar este domingo. Los maniobreros de Podemos en el Congreso, los que ponen sus intereses por delante de cualquier política pública, contarán con un peso pesado en el municipio limeño si Urresti se alza con la victoria y la utilizarán para negociar que los privilegios de los que gozan por la informalidad y la corrupción se sostengan. Y de ser Forsyth la “nueva sorpresa” electoral, veremos una disputa constante por llevarlo hacia uno u otro lado como el alfil que permita dar peso al golpismo o a los maniobreros. Ese es el escenario de fondo en estas elecciones en Lima donde más allá de los lamentables candidatos se inaugurará una nueva fase de presión al Gobierno desde la Alcaldía limeña.
Pero ojo, que se utilice una institución tan importante como el gobierno de la capital para hacer oposición al Gobierno no es nuevo. Es una estrategia ya desplegada por la extrema derecha en muchos países. Miremos España y cómo la Comunidad de Madrid gobernada por la derecha del Partido Popular -con el apoyo de la extrema derecha de VOX- ha sido el principal bastión de oposición de las derechas contra el Gobierno progresista de coalición. Desde Madrid, Isabel Díaz-Ayuso (Partido Popular) ha sido la más feroz opositora a todas las medidas del Gobierno, incluso contra aquellas que protegían a la gente del virus durante la pandemia. Bajo el lema falaz de la “libertad”, Ayuso llevó a los tribunales al Gobierno y, aunque pudiera perder en ellos, lograba hacer el ruido que quería para posicionarse de cara a elecciones futuras. Esto le espera a Lima.
A pocas horas de las elecciones, me temo que no puedo augurar un escenario esperanzador sobre lo que le espera a la capital en el próximo cuatrienio. Pero nos sirve descifrar esta estrategia para poder estar alertas y saber hacer oposición a la utilización de nuestra institución local para réditos políticos que nada tienen que ver con la gestión de nuestra ciudad. Sirva la alerta para no permitirles usar de bastión un Palacio que es nuestro y no de ellos. Si quieren un bastión, que lo encuentren fuera de nuestras instituciones.