El sinuoso comportamiento mediático en la crisis política
Ahora que el país está en la fase de control de daños, muchos sectores de la sociedad reconocen sus culpas y buscar resarcir las heridas abiertas. Empezando por el presidente Sagasti, algunos políticos e incluso los analistas se han rendido a la nueva realidad política. Sin embargo, como era de esperarse no todos tienen esa capacidad autocrítica, la derecha militarista difícilmente va a comprender el país, ni los cambios que están pasando y seguirán repitiendo sus teorías conspirativas copiadas de los años ochenta.
En cambio, otros actores mucho más instruidos como los periodistas no fueron del todo autocríticos en esta coyuntura. Los videos, las pancartas, los testimonios y escraches de los jóvenes en sus casas expresaron su indignación hacia la forma en que los medios cubrieron la actual crisis. Pero, no es posible poner a todos en el mismo depósito, es necesario distinguir a periodistas que desde un principio se fajaron por la institucionalidad, de aquellos que cambiaron de posición según el viento político. Por ello lo importante es distinguir las diferentes fases de la cobertura:
La primera fase, el 8 de noviembre, donde la mayoría de programas dominicales pedían la cabeza de Vizcarra y su pública decapitación, poniéndola en bandeja de plata a los congresistas ávidos de asaltar el gobierno. Destaca especialmente la periodista Rosana Cueva que aceitó las cuchillas de la guillotina, para deleite de Alarcón, Merino y demás complotadores.
En la segunda fase, una vez consumada la vacancia, y elegido al premier, observo que algunos programas informativos tomaron distancia o se dieron cuenta de lo que implicaba, pero en lugar de recoger las voces de los jóvenes que desde mismo el lunes 9 empezaron a movilizarse, abrieron sus espacios para operadores mediáticos que minimizaron la protesta, sumándose al carro ganador, alabando a Flores Araoz como si se tratara de la segunda venida del mesías. Otros medios, en cambio, no dudaron en describir la vacancia como un golpe de Estado y recordaron que el efímero premier tenía un historial autoritario, homofóbico y racista, antecedentes que presagiaban una sombra sobre el futuro del país.
Durante la juramentación, el jueves 12, hubo un burdo esfuerzo por legitimar a un estrábico gabinete, sorprendió la narración de una poco convencida Patricia del Río, resaltando las credenciales de los ministros y convirtiéndolas en garantía de gobernabilidad. Basta con observar los hashtags en Twitter que fueron tendencia: #ApagaLaTele y #PrensaBasura que sumados a un sinnúmero de carteles en manos de los jóvenes para darse cuenta que para la ciudadanía no pasaba desapercibido el débil compromiso de algunos medios con la democracia. Quizás ese cartel en manos de un joven que decía “El Comercio” Alto en golpes de Estado" y "Alto en CONFIEP", resumía el sentir mayoritario.
El viernes 13, luego de la primera gran marcha, era evidente la férrea e innecesaria represión a los jóvenes. Sin embargo, observo un esfuerzo de algunos editores por mostrar los daños, las pintas en las paredes, un cajero vandalizado, un vidrio roto de un banco, estigmatizando a los jóvenes como violentos, dando espacio a los conspiracionistas y sus narrativas de “manos negras” e “intereses oscuros” con sus desgastadas letanías de la presencia del MRTA y SL que ya no asustan como antes.
Pero también hubo periodistas valientes de medios privados, que reconocieron el derecho a la protesta, que incomodaron con sus preguntas las afirmaciones del inefable Ministro del Interior señalando que los que protestaban son 4 gatos y no hubo un uso excesivo de la fuerza. Periodistas y directivos del canal del Estado denunciaron el intento de hacer del canal del público una oficina de difusión y propaganda.
La última fase, el sábado 14, el país entero gritaba a todo pulmón la destitución de Merino y se desarrollaba la tragedia: La muerte de dos jóvenes y la hospitalización de un centenar que pusieron el pecho por la democracia. Ante estos acontecimientos, la mayoría de medios experimentaron una transustanciación, convirtieron sus discursos tibios o de defensa del nuevo régimen, a una feroz crítica a los métodos policiacos y el pedido unánime de la cabeza de Merino, convirtiéndose en “traductores” del sentir y demandas de los jóvenes que salvaron la democracia.
El domingo 15, los reporteros que antes preguntaban tímidamente, pecharon al premier y a los ministros, dejándolos en ridículo, mostrando su incompetencia. Los editores, por su parte, sacaron a la luz videos y registros sobre los excesos policiales, que en otra oportunidad se mantendrían en la sombra pública bajo el pretexto de no alterar el orden público.
En la semana posterior, los medios, unos más y otros menos, cambiaron su discurso y su forma de cubrir las marchas, alabaron a los jóvenes, fustigaron a los políticos, visibilizaron las demandas de los jóvenes de cambio de constitución. Pero también existen periodistas como Beto Ortiz, Paco Bazán, Milagros Leiva, Barba y Rey, que continúan en la fase negacionista, terruqueando y tratando de levantar con lemas ochenteros los fantasmas del terrorismo que solo habitan en sus mentes.
Este comportamiento sinuoso de los medios alimenta las críticas a sus detractores, ahora la DBA, los apristas, fujimoristas y sectores militares, echan la culpa a los medios de la vacancia, el encumbramiento de Merino y de la caída de Flores Araoz. Los acusan de ser operadores del club de la construcción, de la izquierda Caviar e incluso del desaparecido MRTA. También la izquierda desubicada cree que todos los medios estuvieron, están y estarán en su contra.
Sin embargo, lo más importante, es que los jóvenes que vivieron la experiencia de que los medios les dan la espalda, cuestionan y observan al periodismo. Existe una conciencia del momento histórico que viven, y una vez más la tendencia de los medios de ponerse como gatekeeper del sistema les cobra factura, tal y como ocurrió durante la caída de la dictadura fujimorista.
Como toda institución o persona que ejerce una función en el espacio público, los medios están expuestos a la crítica, pero los reclamos actuales de los jóvenes se basan en que fueron ninguneados, invisibilizados y calificados de violentos, por los mismos medios que ahora se erigen como los defensores de la democracia.
¿Esperaran sentados una autocrítica o disculpas públicas?