Opinión

El último bastión

Por Pablo Najarro Carnero

Teólogo y docente

El último bastiónFoto: César Zorrilla / URPI-LR

No hablo de la producción de la televisión estatal sobre el bicentenario, me refiero más bien, a que el sistema que ha vivido de estas tierras, hace unos quinientos años (desde el 15 noviembre de 1532) se resiste a perder el último bastión de todo este corrupto tinglado político y económico. Hay mucho dinero en juego. Muchos beneficios. Compromisos millonarios de las mafias aprista y fujimorista, sin descontar a los partidos pro sistema y los emergentes – léase Renovación, Avanza País, APP y otros – que se han beneficiado ampliamente de la cercanía a la cúpula mafiosa.

Demás decir que en 1821 con San Martín o en 1824 con Bolívar en Ayacucho, no hubo una real independencia. La del 21, declarativa y no vinculante. La del 24 concesiva y traidora. Si España, al vencer a los moros les impuso condiciones coercitivas y excluyentes, la capitulación de Ayacucho fue concesiva y vergonzante.

Lo dijo un escudero de la mafia, se sabe perdida la causa, pero se alarga la proclamación con una finalidad que van reconociendo soterradamente. Con el fujimorismo nada es por nada. Las empresas de publicidad de la mafia lo dicen. No sueltan la palabra “hoja de ruta” porque saben que Pedro Castillo ganó la segunda vuelta. En la primera vuelta había posibilidad y tenían confianza en su victoria. Pero no sucedió lo esperado. Quieren que Castillo recule en un solo tema. No quieren que se toque la Constitución, menos el capítulo económico. Entienden que es parte del discurso del chotano, así que el mensaje por todos los medios es decir que, si lo quiere hacer, debe pasar por el Congreso. Ahí tienen mayoría. Quieren la “palabra del maestro” diciendo que no harán una Asamblea Constituyente. El problema es que, hasta ahora, los voceros oficiosos de los perúlibristas no ceden en el tema y la insistencia neurótica, rayana con el paroxismo, encuentra un aliado sutil o también interesado, en el JNE que no termina de proclamar a Castillo.

Perú suena a último bastión de la resistencia, esta vez no realista como en 1821, sino liberal en el extremo económico y social. Al igual que en el tiempo de los próceres y precursores, cuando los ibéricos defendían su colonia, también tienen los de hogaño como aliados a un sector de la Iglesia Católica que excomulgaba a quien defendiera, esta vez no a los peruleros, sino a los “comunistas” y “terroristas”. Rosarios y plegarias se elevaron de los púlpitos para pedir al divino hacedor que “el pecado” de un provinciano, para más señas “serrano”, “guanaco”, no gane la elección.

Un prosélito de la rancia Iglesia incluso ha hecho proyectos socialistas. ¡Creo que ya se viene el fin de los tiempos! Han tocado puertas aquí y más allá desgañitando la consigna “fraude en mesa”. La aliada del club de Lima, la OEA ¡Horror de horrores! A través de sus observadores ha dicho que la segunda no viene con resbalosa. Que fue limpia como un amanecer andino.

Los herederos de los virreyes, el marqués Vargas Llosa y el “conde” Barnechea, apoyados por unos espíritus chocarreros creídos ya caminado los círculos de Dante, con tufillo también peninsular como Del Castillo y Gonzales Posada también hablaron desde el más allá.

Las plumas ligeras de los pasquines más mediáticos, también soltaron la artillería de lo que es el mejor grupo armado que el mundo democrático tiene: la pluma terrorista de la pseudo prensa. Ha corrido imagen, saliva y tinta de los alfiles para salvar a la dama del caos. Esta vez el hermano mayor, no era afín a sus palabras. Fueron a buscar tribuna en el icono de la democracia y ahí nadie les paró bola. El nuevo inquilino de la Casa Blanca a través de su portavoz ha dicho que las elecciones en Perú fueron: “libres, justas, accesibles y pacíficas”.

El sueño americano de tener éxito con un trabajo duro y determinación será EE.UU. Pero el de las oportunidades para robar, creo somos nosotros. Triste lauro.

Lo bueno es que la RAE tendrá que aceptar el neologismo perucho que por estos días se va acuñando: “keikiar”, para decir que, a través de apelaciones, uno la puede hacer larga hasta el quemar el último cartucho para no aceptar algo, ¡Ah! Y no teniendo la razón.