Opinión

El último voto

Por Julio Failoc

Economista

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El actual panorama electoral, tal como lo pintan los medios de comunicación, las encuestadoras y hasta el debate presidencial final, me hace recordar al personaje de una película protagonizada por Kevin Costner, un héroe anónimo en “El Último Voto”, una película clásica americana con un argumento que trata de unas elecciones presidenciales empatadas, y cuya definición, por una serie de circunstancias, recae en un pobre hombre pegado a la bebida y desinteresado en la política, que de pronto se ve avasallado y abrumado por una campaña electoral en torno a él, en la que ambos candidatos le ofrecen el oro y el moro, con soluciones y promesas que no logran convencerlo, por lo que decide plantearles su mayor incógnita: “Si somos el país más rico del mundo ¿Cómo es que apenas podemos sobrevivir?”.

Tal cual me siento como el pobre Bud, solo con más dudas y muchos temores, de cómo será la patria si cae en malas manos, apenas sostenido por una promesa de campaña que la siento ingenua, pero a la vez sincera: “No más pobres en un país rico”.

Si bien las últimas encuestas publicables presentan un empate técnico -como en la película “El último voto”-, esto no deja de generarme ciertas suspicacias por los resultados mostrados desde el inicio, con poco sustento técnico en su comportamiento tendencial y hasta contradictorio, en algunos casos. En el tramo final de la campaña, las encuestadoras revelan el empate técnico considerando los niveles de error, salvo CPI, que le da a Castillo cuatro puntos a favor, cuando la semana anterior le daba menos de dos puntos de diferencia. No obstante, hay algunos datos que deberíamos analizar, dado que la mayoría de encuestadoras coinciden, el caso de los indecisos que oscilan entre el 17 y el 21% y que podrían determinar quién sería el próximo Presidente de la República. Empero, hay un factor distorsionante que alteró los resultados de las proyecciones electorales de primera vuelta y que no se está considerado en las encuestas: el “ausentismo electoral” que alcanzó el 30%. Ese ausentismo, detectado por IEP en sólo el 2%, puede jugar una mala pasada a uno de los candidatos, tal como lo hizo con Hernando De Soto que se creía fijo para la segunda vuelta. Entonces el empate técnico, mostrado por las encuestadoras, resulta ser bastante relativo.

Y si alguien pensó que el debate del último domingo iba a definir las elecciones, se quedó con los crespos hechos, aunque los medios por aclamación digan que ganó Keiko y que en las redes sociales se inclinen por Castillo. El debate sirvió muy poco para animar a los indecisos y menos aún para persuadir a los que han tomado la decisión de votar en blanco o viciado, a que cambien de opinión a favor de uno de ellos.

De un lado, la señora Fujimori se presentó soberbia, con una incapacidad de autocrítica hacia los errores de su padre y de ella misma, perdió la oportunidad de ofrecer los cambios al modelo que la gente del interior demanda -y que electoralmente no le favorece- y en cambio ofreció todo, el oro y el moro con promesas populistas incumplibles, como en la película mencionada, sin medir los límites presupuestarios y con un profundo desconocimiento de cómo funciona realmente el Estado.

Por otra parte, si bien Pedro Castillo se preparó para el debate y obtuvo una mejor performance, desperdició segmentos que estaban servidos como para sacar ventaja a su contrincante; los temas de educación, lucha contra la corrupción y derechos humanos, no fueron abordados con la debida contundencia y sagacidad. En el tema económico desaprovechó la oportunidad para dirigirse al electorado limeño y dejar en claro su posición frente al modelo chavista, para darles la tranquilidad que tanto necesitan, y así capturar votos que consolidaran su liderazgo en las elecciones del próximo domingo.

Esta semana es decisiva para el país; no es suficiente votar, sino también organizarse para vigilar, tal cual lo señala Carmen Vildoso: “… para parar los errores e insistir en la construcción de un cambio que afirme derechos y libertades. Vigilar el enfrentamiento certero a la pandemia, imprescindible para dinamizar la economía y abrir masivamente las escuelas, junto con el fortalecimiento y la articulación del sistema de salud, para atender todo aquello que la pandemia ha postergado y agravado”.

Pero también es hora de los partidos, los que, como señala el amauta Michel Azcueta, se han mantenido silenciosos, y que tienen el deber moral de garantizar la gobernabilidad sea quién gane las elecciones. La ausencia de una mayoría parlamentaria y la imagen que están dejando sus antecesores, los obliga a tomar una posición clara frente a los graves problemas que vivimos y que exigen un gobierno y un congreso de coalición nacional que involucre a la ciudadanía, tal como lo hemos venido demandando diversos colectivos a lo largo y ancho del país.

Los partidos están en la obligación de reivindicarse y colocarse a la altura de los grandes problemas, así como de plantearle una agenda país a quien gane las elecciones. Y el que salga elegido, también está en la obligación de aceptarla con humildad, si es que realmente quiere que el Perú vuelva al cauce de la gobernabilidad perdida en los últimos cinco años.

Los ciudadanos por nuestra parte votaremos este domingo 6 de junio como si fuera nuestro último voto, pero no en función de las promesas que estamos acostumbrados a que no sean cumplidas, sino para salvar la democracia de quienes la amenazan con herirla de muerte con sus férreas posiciones autocráticas.