Es hora de dar vuelta a la página
Teólogo y docente
Para los años que tengo, ya sexagenario, recuerdo bien las elecciones de los años ochenta y las campañas de los candidatos. A Belaúnde, el hombre de la lampa, se le recuerda por sus cejas; al “tucán” Bedoya por su aguileña nariz. A Barrantes por su apelativo “frejolito” y una canción que se entonaba haciendo alusión a la leguminosa. Unos años después aparece “caballo loco” como se le decía al finado presidente García, mientras que a Jorge del Castillo le decían “Jorgito” en alusión a su dependencia del líder aprista. Luego apareció “el hermanón” Belmont, conocido por sus teletones a favor de la Clínica San Juan de Dios y luego por la estafa del “accionariado difundido” de canal 11. A su sucesor Alberto Andrade le decían “Beto”, y luego vino “el mudo” Castañeda, y la “tía regia” como se le decía a Susana Villarán. Un poco antes a Valentín Paniagua, recuerdo que, por su talla y en alusión a un personaje cómico se le puso el mote de “Chaparrón”. Y una década antes todavía a Fujimori se le llamó “chino” por sus ojos rasgados aunque su ascendencia es japonesa. Incluso tuvimos a un presidente al que le decían “cosito”...
Pero aunque antes también habían ”guerras sucias electorales” de estos tiempos ha salido a flote, entre muchas cosas, un racismo subyacente e impensable, manejado sobre todo en y desde Lima que preocupa. Repugna que en una Lima que ya ha sido permeada por los migrantes provincianos de todo el Perú, se escuche decir en tono despectivo que el presidente Castillo es un “serrano” o un“indio”, incluso asociado a ello “profesor rural”, título que no existe. El amable lector habrá escuchado más motes en ese tono.
No me asombra ver que en las marchas que repudian al presidente hayan personas de los sectores altos y medios, llamados A o B por las encuestadoras, personas con apellidos hispánicos – como el mío y como el del presidente – que se sienten con todo el derecho de calificarlo de modo peyorativo y racista.
Pero a uno lo deja pasmado ver que personas de origen andino, quizá alimeñado, cuyos padres probablemente llegaron a Lima entre los años cuarenta y sesenta del siglo pasado, y que se asentaron alrededor de la Lima urbanizada de aquellos tiempos, ganando cerros aledaños, pampas y arenales para construir sus viviendas -y hoy son parte de los sectores C y D- se sumen al coro racista de los auspiciadores de las gestas subversivas promovidas por las clases que siempre han estado encima de ellos. Que sean ellos los que pongan el pecho a una lucha que no es suya ni que llegado el momento los considerara, a uno lo deja alelado y desconcertado al escuchar el mismo lenguaje despectivo y racista de las clases altas.
Tengo amigos que, conociendo su origen, uno puede enrostrarle su origen humilde y hasta andino por el apellido, pero, ellos ya nacieron – en Lima – o una ciudad costeña, quizá ya tienen un título universitario o han logrado una posición en la pirámide social, sienten que ello los hace diferente.
El gabinete de Castillo está nombrando a gente con apellidos provincianos. No hay apellidos compuestos ni de blasón, tampoco anglosajones o de otros orígenes. Y eso no está mal en un país que desde Arguedas llamamos de “todas las sangres”, e incluso algunos dicen que el Perú es plurinacional.
Pero vemos que la política en el Perú ha caído a un nivel marginal y degradante. No hay debate de ideas. Hay mentiras. Hay racismo en un país donde todos tenemos mucha fusión cultural. Y eso es muy preocupante. Quizás es hora de deconstruir muchas viejas ideas y construir esa identidad que hasta hoy no tenemos, y demos vuelta a la división que han dejado las elecciones.