Examen Final
Psicólogo
Este domingo, nuestro sistema político dará un examen final con pronóstico reservado, como suelen decir los médicos, cuando la gravedad del paciente ha vencido a los remedios que la ciencia puede alcanzarle. No sólo los pesimistas han imaginado catástrofes al corto y al mediano plazo si venciera una u otra alternativa.
Desde el comienzo del siglo venimos escogiendo entre el cáncer y el sida, como dijo Vargas Llosa. Pero, ¿así fue realmente? Si nuestro sistema político (ya no el económico, porque se ha visto que nunca estuvo en peligro) aprobó el examen con 11 en ocasiones anteriores, hoy parecemos estar delante de un examen difícil, en una materia que se rechaza y con escasísima preparación.
¿Cuál es el abismo por el que, de alguna manera, ya empezamos a precipitarnos? Pues, lo que se ha llamado la polarización entre dos sentimientos que han crispado a las mayorías detrás de las candidaturas finalistas. Una polarización que ha sacado lo peor de peruanos y peruanas en sus burlas e insultos. Polarización alimentada por una prensa sensacionalista, políticos irresponsables, rumores tremendistas, racismo y discriminación, afanes revanchistas y negación de las posibilidades de acuerdos mínimos para salir de las profundas crisis a las que nos ha llevado la pandemia.
Nuestro sistema político se sostiene precariamente en la desconfianza a los políticos y sus agrupaciones. Aún así, las elecciones de abril fueron las más plurales de nuestra historia y las que menos distancia en la publicidad tuvieron las candidaturas. Resulta un sarcasmo llamarlo “democracia” cuando los partidos son cascarones y pululan oportunistas que los bien pensantes sólo critican, pero que no están dispuestos a correr el riesgo y reemplazarlos. Un sistema político que no se sostiene en ciudadanos sino en clientes con más necesidades que gustos, informados tan sólo por rumores y titulares inexactos. Un sistema con una burocracia mediocre de ahijados políticos.
Lo más grave es que hasta ahora, ninguno de los candidatos y de sus círculos cercanos, luego de haber hecho promesas y firmado innumerables compromisos, ninguno ha dicho claro y fuerte que van a respetar los resultados que emitan los organismos electorales, ni ha instado a sus seguidores a esperar con calma y aceptarlos. Como si todos alimentáramos la fogata que va a devorarnos, como ese entusiasmo con que marchan los soldados a una guerra de donde volverán cadáveres.
Si los resultados se respetan con los sobresaltos esperados (no hay que descartarlo del todo), se habría impuesto la sensatez sobre la violencia y sería un respiro necesario para quien tenga que hacerse cargo de la administración del gobierno en medio de la más terrible guerra que hayamos librado después de la conquista. No hay que perder las esperanzas.