Opinión

Hablemos de "Constitución”

Por Laura Arroyo Gárate

Comunicadora política. Directora del podcast “La batalla de las palabras”

Hablemos de "Constitución”Foto: CGTP

*“Es una distracción” (Maria del Carmen Alva, Presidenta del Congreso)

“Lamento informarles que con una nueva constitución el Perú no será otro” (Rosa María Palacios 27.11.2020)

“Juro, por los pueblos del Perú, por un país sin corrupción y por una nueva constitución” (Presidente Pedro Castillo en discurso de juramentación presidencial 28.07.2021)*

He de confesar que se me hace difícil pensar “neutralmente” en la palabra ‘constitución’. Y tal vez esa es la principal característica de esta palabra que, en el caso peruano, no sólo está en disputa, sino que despierta pasiones polarizadas que no tienen que ver sólo con el significado de ella, sino con muchos más elementos. Como he comentado en más de una oportunidad, hablar de palabras significa hablar de sentidos comunes y, por tanto, que sobre la palabra “constitución” antes que un sentido común que la dote de significado, lo que tengamos es una serie de conceptos asumidos relacionados con ella, nos habla del carácter de esta palabra en este momento histórico en nuestra sociedad. Hablamos entonces de una palabra y un entramado de significados construidos histórica, política y culturalmente alrededor de ella.

Hagamos entonces el ejercicio lo más seriamente posible y, por tanto, empezaré con lo que considero más honesto: señalar que, para mí, hablar de “constitución” en el Perú de hoy es hablar de una oportunidad de transformación por un lado, y, del lado contrario, hablar de la intención de perpetuar el sistema que nos estructura -y también define- en sus diversas áreas. Valga este apunte de sinceridad para iniciar la travesía desde una perspectiva más objetiva o, al menos, desde las preguntas que nos enrumben a mejores respuestas. Vamos a la historia.

El historiador y máster en antropología, Gonzalo Paroy, traza una línea de tiempo que nos permite entender la constitución como elemento histórico y político. Nos habla, por ejemplo, del siglo XVIII y la Revolución Francesa que, de alguna manera, es la evidencia del hartazgo de un país respecto al Rey que era LA LEY. Francia, en este hito histórico, cambia el pacto entre las autoridades y el pueblo mediante una revolución que genera una suerte de inicio de la historia constitucional. El Rey ya no es LA LEY.

¿Cómo llega este nuevo sentido de época a América Latina y al Perú en particular? Cabe recordar que los estados republicanos de América que nacen del siglo XIX son, en cierta medida, hijos de esa forma de gobierno que nace en occidente. Y, por cierto, cuando llega el siglo XIX, había ya en nuestras coordenadas una serie de procesos de independencia gestándose a fuego a veces lento y a veces mucho más veloz. Es en ese contexto de crisis, que desde el que era el Imperio Español se decide instaurar lo que conocemos como “Las cortes de Cádiz”, esa Asamblea Constituyente inaugurada en San Fernando en 1810 y que , posteriormente, se trasladó a Cádiz en 1811. Pero, a veces más importante que el “qué” es el “para qué”. El caso de las cortes de Cádiz es interesante pues esta es la medida que encuentra España para resolver o apaciguar una crisis tanto en Europa como en las que consideraban “sus” colonias en América. Sabemos por la historia que no lograron detener la crisis ni mucho menos los procesos de emancipación, pero sí lograron ganar tiempo. ¿Cómo? Permitiendo la participación de ciertas élites americanas en las Cortes de Cádiz donde se elaboran nuevas reglas básicas que definieran la relación entre el monarca y los ciudadanos. De alguna forma, entendieron que la representatividad más amplia podía apaciguar demandas legítimas.

La historia suele ser muy elocuente. Resulta de sentido común, que en un contexto de crisis como el del periodo del que hablamos, se entendiera que la elaboración de un nuevo pacto social -con las limitaciones propias de dicha época- era una vía para detener la crisis, apaciguarla o responder ante ella de forma eficaz. Hoy, 212 años después, hay un amplio sector del país que piensa justo lo contrario. Nos dicen que pensar en la elaboración de un nuevo pacto social tras la crisis de la pandemia, la crisis estructural evidenciada por la pandemia y la crisis económica internacional debido al contexto actual de conflicto, es en realidad una mala idea. Básicamente nos piden que ni lo pensemos.

Como vimos respecto a la palabra “democracia” , una palabra que también la define es “pluralidad”. Es innegable que la pluralidad de nuestro país no ha sido representada en la Constitución vigente del 93, pero tampoco antes. Y un aspecto clave en cualquier democracia es ese intento constante por seguir ampliando derechos e incorporando al sistema a aquellos nuevos “excluidos”, que siempre los hay. En esa misma línea, entender que el pacto social que nos define como país busque incluir cada vez a más voces desde nuestra pluralidad debería ser una meta, no una señal de drama ni de alarma. Debería ser un sentido común en una sociedad que busca escribirse entre iguales.

No obstante, y aunque hemos hablado de un aspecto medular que debiera quebrar los marcos instalados sobre el debate respecto a considerar siquiera la posibilidad de una nueva constitución, también es preciso señalar que en medio del ruido de este debate nos encontramos aristas que transitan entre las falacias y las imprecisiones. El listado de argumentos suele ser bastante extenso pero centrémonos en tres.

1. “Una nueva constitución no arreglará nada”

Este es un argumento recurrente. Ridiculizar el tema constitucional señalando que escribir una nueva constitución, o continuar con la que está vigente, no significa “realmente nada” es una forma de decir que lo mejor es quedarse con la vigente. Vale decir, hay un posicionamiento político obvio. No es que realmente no se resuelva nada, sino que se apuesta por no cambiar nada utilizando este argumento trampa.

Ahora bien, es verdad que creer que una nueva constitución va a cambiar las situaciones concretas y materiales de los ciudadanos solo por incluirlas en sus hojas, es también una exageración. Por eso hablamos de pacto social y no solo de impresión de hojas. Una Nueva Constitución es hija de un momento histórico y de acuerdos y cesiones entre los y las representantes que la redactan. En política, los diálogos son fundamentales. Y, por cierto, también los símbolos. Creer que evitando el debate sobre una Constitución porque “no arregla nada” se logrará detener demandas legítimas de un sector del país que se siente fuera de ese pacto social, es, cuando menos, ingenuo. Cuando mucho, perverso.

2. “Todo lo avanzado en la economía va a retroceder”

Lo cierto es que hay millones de peruanos a los que la frase “lo avanzado en la economía” les suena a mentira. Este es un argumento hijo del trauma. La crisis económica vivida tras el primer gobierno de Alan García aún le resuena a millones de peruanos y peruanas con razón. Sin embargo, creer que crecimiento económico significa únicamente crecimiento de cifras macroeconómicas y no redistribución ni afianzamiento del estado del bienestar, es también una visión reduccionista. De hecho, valdría la pena preguntarnos más bien que si la economía va tan bien con esta constitución, ¿por qué hay gente que se manifiesta en contra de ella y del sistema económico en Perú?

La clave, tal vez, está en ampliar la mirada sobre lo que la economía significa. ¿Su alcance ha de ser solo el de cifras macroeconómicas? ¿Qué tanto peso damos al bienestar de las familias? ¿Es el PBI la mejor forma de medir el crecimiento económico? ¿Qué nos dejamos fuera cuando ceñimos la mirada a este indicador únicamente? Y así, muchas otras preguntas.

Pero, sobre todo, hay un detalle crucial que, nuevamente, aborda Paroy: “es realmente preocupante estar reduciendo el mundo político a la economía”. No hace falta hacerlo. Hablar seriamente de la “constitución” supone también dejar de lado esta visión binaria similar a la que durante la pandemia nos dijo que debíamos elegir entre la salud o la economía. No solo no hace falta hacerlo, sino que no existe la una sin la otra.

3. “No es el momento, debe ser un proceso”

Había una vez un niño que se despertó, se levantó de su cama, miró por la ventana y vio que había llegado “el momento constituyente”. No. El momento constituyente (sintagma que valdría la pena repensar también) no es un periodo concreto que surge de la nada y se aparece ante ti. Tal vez hablar de “pulsiones” constituyentes tenga más sentido. En efecto, el proceso para llegar a los consensos que nos permitan redactar un nuevo pacto social plural, amplio y representativo, es largo. Y, tal vez justo por eso, tenga más sentido que nunca hablar de la posibilidad y el anhelo de un sector de la ciudadanía de escribir una Nueva Constitución que eliminar la posibilidad de hablar y debatir este tema porque “no estamos en un momento constituyente” o porque “debe darse un proceso”. Este argumento construye un círculo vicioso donde no se puede iniciar un proceso a la vez que la razón por la que no se inicia es porque…no se ha iniciado. Así de absurdo.

Podríamos dedicar un artículo entero a pensar en cada uno de los argumentos por los cuales se busca neutralizar el debate sobre una Nueva Constitución, pero quedémonos con lo que históricamente se demuestra: que un pacto social suele surgir en contextos de crisis como una vía para escribir nuevamente reglas de convivencia que definan las relaciones entre ciudadanos, instituciones y poderes. Tal vez, no hay mejor momento que este en que nos encontramos aún transitando las resacas de varias crisis consecutivas, para repensar también nuestros propios pactos sociales.

De momento, empecemos por la historia que, como siempre, da luces sobre cómo y en qué contextos estos pactos ocurrieron y también, por cierto, nos narra las características propias de nuestras constituciones vigentes, como la del 93 que tuvo apenas 7 meses entre la conformación de una Asamblea Constituyente y su ratificación vía referéndum. Una Asamblea donde participaron tan solo 7 mujeres, donde la representación de movimientos sociales o colectivos de la sociedad civil o comunidades indígenas no existió, y donde la mayoría abrumadora fue conservadora y vinculada al fujimorismo. Si hablamos de democracia y, por tanto, de pluralidad y representatividad aquí hay una razón para considerar la Constitución Vigente como poco democrática. Esto sin contar con que dio pie de inicio a la dictadura fujimorista.

Me quedo finalmente con la frase del constitucionalista y profesor de la Universidad de Sevilla, Joaquín Urías: “Sin constitución no hay democracia, pero el grado de democracia de un país va a depender también de cuán democráticos sean los valores que presenta como aspiraciones sociales la constitución en vigor.” ¿Nos hemos preguntado al respecto de esto? Tal vez sea buen momento para hacerlo.

Estas reflexiones son producto del quinto episodio del podcast “La Batalla de las palabras” que pueden oír completo aquí

Spotify: https://open.spotify.com/episode/4AqtnfFyNtcQKXKbSrfCdj?si=WFzuYRg-R0eKcLuJhtZWBQ


(1) Declaraciones de Maria del Carmen Alva aquí: https://youtu.be/sRw1ZKg8GpI?t=195

(2) Videocolumna de Rosa María Palacios aquí: https://www.youtube.com/watch?v=hRz1FbCmgKw

(3) Juramentación Pedro Castillo aquí: https://youtu.be/IcDajokJz5o?t=30

(4) Hablemos de “democracia”. Noticias Ser 04.05.2022 https://www.noticiasser.pe/hablemos-de-democracia