Hablemos de género
Comunicadora política. Directora del podcast “La batalla de las palabras”
*“Con López Aliaga eliminaremos la ideología de género” (Spot del equipo de la candidatura de Rafael López Aliaga en las elecciones presidenciales de 2021)
“Eliminaremos la mal llamada ideología de género” (Keiko Fujimori en el debate en Chota durante la segunda vuelta en 2021)*
Cuando pensamos en la palabra ‘género’, nuestros marcos mentales operan en dos direcciones casi inmediatas debido a la disputa en que esta palabra se encuentra: por un lado, pensamos inmediatamente en mujeres y, por el otro, en aquello que algunos se esfuerzan por definir como “ideología”. En ninguno de ambos casos la palabra está graficada con precisión. Por el contrario, está o limitada o convenientemente fracturada de sentido hasta ser falseada en su concepto. Por un lado, porque ‘género’ no hace alusión únicamente ni exclusivamente a las mujeres y, por otro, porque no existe algo así como la “ideología de género” pese a la repetición constante y sistemática que hacen de este rótulo actores políticos, generalmente conservadores, con intenciones de las que hablaremos en esta columna.
Empecemos hablando de ‘género’ entendiendo que se trata de un concepto político que, por lo mismo, ofrece una forma de entender el mundo desde una perspectiva transformadora. ‘Género’ no es una palabra descriptiva, sino planteada como una vía para evidenciar cambios posibles. ‘Género’ es ese término político que desde los movimientos feministas se acuñó para desnaturalizar las desigualdades entre hombres y mujeres. Desigualdades que, como sabemos, existen en todas las áreas: sociales, económicas, políticas, etc. y que eran entendidas como “naturales” debido a un sistema patriarcal que quería mantenerlas. Nada atenta más contra la transformación que naturalizar las consecuencias de los sistemas que gozan de hegemonía según los tiempos.
Y esta es la clave de la reacción. La palabra ‘género’ no está planteando solo una definición concreta de aquello a lo que hace alusión y de lo que hablaremos en breve, sino que está planteando un otro mundo posible, desnaturalizando las desigualdades que se perpetúan por el género pero no solo por dicha variable. Los conceptos de raza, clase social, lugar de enunciación, etc. se cruzan y dotan a ‘género’ de un peso transformador mucho más amplio de lo que parece a simple vista. De ahí que esta palabra resulte tan peligrosa para quienes tienen interés en sostener la arquitectura y los cimientos de las interrelaciones interpersonales, sociales y políticas que desarrollamos entre nosotros, nosotras y nosotres.
Una de las pensadoras feministas más influyentes en la actualidad, Judith Butler, nos habla del género como una acción performativa. Para Butler, el género constituye un fenómeno que producimos y reproducimos todo el tiempo y es en esa reproducción continua que lo construimos. Por tanto, ni tú que me lees ni yo que escribo nacemos con un género o somos de un género al nacer. Esta ruptura con el punto de vista biologicista del género es fundamental porque permite hacer la diferencia entre “género” y “sexo” que muchas veces se asumen como sinónimos de manera errada. Para la feminista y activista española, Beatriz Gimeno, la diferencia es obvia pues el “sexo se refiere a lo biológico y género a lo adquirido proveniente de la socialización, entendida esta en un sentido muy amplio”. Para Gimeno lo clave de la palabra “género” es lo que anticipamos líneas arriba: “la palabra “género” surge precisamente como un concepto político potente porque introduce la idea de desnaturalizar todo aquello que ha servido históricamente para construir la desigualdad entre mujeres y hombres”. Como vemos, una palabra con una amplitud conceptual mucho mayor de lo que se conoce.
Pero la desnaturalización de lo que construye desigualdad lleva también a quebrar otras asunciones que quedan caducas tras entender “género” en su real dimensión. Me refiero a los estereotipos de género que son ese conjunto de ideas que se materializan en los roles de género que se nos asignan a mujeres y hombres solo por serlo. Me refiero a ese “los niños no lloran” que le dicen a un pequeño que se ha caído al jugar o a ese momento en que a las mujeres nos llaman a la cocina a lavar los platos tras el almuerzo familiar mientras los primos, tíos y hermanos hombres pueden seguir conversando en la sobremesa. Estos estereotipos de género construyen los comportamientos que se consideran “aceptables” para mujeres y hombres y son, en palabras de Gimeno, como un traje que nos vemos obligados a utilizar y que muchas veces no sabemos identificar para poder quitárnoslo.
Alguien podría pensar que los estereotipos de género son una consecuencia menor del sistema patriarcal, pero su carácter violento es profundamente alarmante. Así como hablar de ‘género’ nos permite desnaturalizar y plantear como transformables -y denunciables- las desigualdades, esta palabra nos permite entender también otros espacios que se relacionan directamente con nuestra libertad como acto individual y, por supuesto, su repercusión y potencia en la acción colectiva de dicha libertad . Los estereotipos de género afectan nuestra libertad en tanto que son irracionales y, por lo mismo, causan sufrimiento. El feminismo lo que nos enseña es que ese “traje” del que nos habla Gimeno no sólo es irracional, sino que somos libres de quitárnoslo y ponernos otros. ¿Vemos ahora la potencia transformadora de esta palabra? Es transformadora en tanto también es liberadora.
Por todo esto no debería sorprendernos que haya quienes consideran una amenaza contra sus propias y estrechas visiones de la vida, las relaciones y las identidades, hablar de ‘género’. De ahí que en los últimos tiempos hayamos oído a diestra y siniestra un rótulo impreciso y perverso, el de la “ideología de género”. ¿Tiene algo de cierto este rótulo? No. Entonces, ¿por qué hablan de esta falsa ideología?
Para Gimeno la respuesta es sencilla. No solo la ideología de género no existe, sino que “la extrema derecha la llama así para poder presentarla como una ideología concreta enmarcada en las coordenadas de las izquierdas, del marxismo y el comunismo, para así poder presentarla como parte de ese “todo” al que hay que combatir.” En efecto, el rótulo es falso pero resulta útil para quienes contraponen su proyecto político continuista y conservador a cualquier idea distinta señalándola de comunista o de roja. Algo que en Perú conocemos bien en ese verbo del que ya hemos hablado anteriormente: el terruqueo .
Por otra parte, para la directora de la organización TRANSformar, Maju Carrión, el rótulo de “ideología de género” constituye una narrativa perversa por parte de aquellos que son en realidad la verdadera ideología. Para ella “esta narrativa es usada por los grupos conservadores y fanáticos religiosos para demonizar al feminismo pues los conservadores están en una campaña de terror ideológico.” En la misma línea, la antropóloga feminista, Angélica Motta apunta que la ideología que mayor daño causa es el machismo pues “se trata de un conjunto de ideas de supremacía masculina que lo que hace es generar violencia, feminicidios, discriminaciones y desigualdad en los diversos terrenos de la vida cotidiana.” Entonces, ¿quiénes son los de la ideología? Sirvan estas reflexiones para saber cómo responderles.
Sin embargo, como en todas las disputas, sabemos que en la batalla de las palabras hace falta algo más que argumentos. Conocemos el significado de ‘género’ así como la agenda de quienes intentan hablar de esta palabra como si se tratara de una ideología para así garantizar su combate pese a lo transformadora que resulta. Es desde ese terreno de cultivo que frases como “ni feminismo ni machismo” surgen y alcanzan cierta aceptación por parte de quienes ya sea por ignorancia o por voluntad, intentan hacer del feminismo un adversario. A este respecto, Gimeno apunta no solo a la ignorancia sino a la perversidad de esta frase tantas veces repetida: “Es no saber nada de una corriente de pensamiento y de una corriente social y política que ha cambiado el mundo en los últimos 50 años, hasta el punto de que hoy en día la democracia no puede entenderse sin las aportaciones del feminismo. Por tanto, decir eso de “ni machismo ni feminismo” es asumir la agenda de la extrema derecha. Sin el feminismo no puede entenderse ni la democracia ni la justicia.”
Como bien apunta la escritora y periodista peruana decolonial, Gabriela Wiener, en realidad lo que les amenaza es que la palabra ‘género’ supone hablar y aceptar la existencia de “otras formas de vida alternativas al capitalismo. El sistema te quiere casada, cansada, callada y siendo propiedad de alguien. Quien tiene el poder quiere seguir teniendo el poder y la impunidad de poseer y de matar.” En efecto, hablar de ‘género’ no es hablar sólo de la identidad libre de todos, todas y todes, sino sobre todo de las nuevas formas de organización social, de distribución de la riqueza, del poder, etc. porque supone poner sobre la mesa ese mundo distinto del que hablamos al inicio. ‘Género’ es una palabra que transforma y, por tanto, tenemos el deber de disputar este concepto para que nuestra comunidad de sentido no solo sea diversa y rica, sino transformadora y liberadora. Una disputa que merecemos dar con fuerza, sí, pero también con la sonrisa que genera apostar por la transformación de la vida antes que por la esclavitud de los sujetos a las normas impuestas.