Opinión

Hablemos de “terruqueo”

Por Laura Arroyo Gárate

Comunicadora política. Directora del podcast “La batalla de las palabras”

Hablemos de “terruqueo”Imagen: Pikrepo

“Yo me comprometí en la campaña a no terruquear, los únicos que se terruquean son ustedes mismos” (Keiko Fujimori. Debate presidencial 2021)

“Sagasti, en mi opinión, es un filoterruco” (Rafael López Aliaba en el programa ‘Sin medias tintas’. 22-03.2021)

Las prácticas racistas o clasistas no son exclusividad de ningún país. A nivel mundial vemos cómo los discursos de odio y de discriminación se han ido reproduciendo con mayor ferocidad en los últimos años en que la extrema derecha, cuyas alianzas e impacto son interncionales, se encuentra envalentonada. Vemos así a VOX, por ejemplo, diferenciar refugiados de ojos azules y piel blanca (ucranianos) de los africanos o latinos desde el Congreso de Diputados español, a Donald Trump queriendo construir un muro contra migrantes mexicanos mientras le sonreía a los de otro lugar de procedencia, a Jair Bolsonaro repudiando a las comunidades indígenas brasileñas, a Mario Vargas Llosa llamando “analfabeto” al Presidente Pedro Castillo en un medio de comunicación chileno o al representante de la ultraderecha peruana, José Cueto, diciendo que que si las niñas son violadas en la selva es porque tienen “otra idiosincrasia”. El racismo no es exclusividad de ningún país pero es sangrante en cualquier contexto.

En Perú, sin embargo, una práctica racista y discriminatoria que busca deslegitimar a quien se tiene al frente cuenta con una palabra propia, con un verbo específico que es nuestra triste aportación a la lengua que hablamos. Ese verbo es “terruquear” y esa acción (el terruqueo) es una de las marcas de identidad más lamentables en un país que se dice democrático o que aspira a mínimos índices de igualdad.

¿Qué quiere decir que una práctica como ésta cuente con una palabra propia? Como venimos diciendo en la serie de artículos sobre palabras en disputa , ninguna es casual. Las palabras nos definen como sociedad pues constituyen una comunidad de sentido. En el Perú, la comunidad de sentido se encuentra fracturada en tanto hay palabras claves como “democracia” cuyo significado se ha vaciado de contenido o, en otros casos, palabras como “libertad” se encuentran en disputa. Pero en el caso concreto del “terruqueo” -la acción de terruquear- lo que queda claro es que convivimos en una sociedad cuya interrelación se basa en la estigmatización de un “otro” al que se deslegitima desde el inicio impidiendo así cualquier tipo de debate o argumentación.

La acción de “terruquear”, sin embargo, no es exclusivamente peruana. La historiadora peruana y profesora principal en la Universidad de California, Cecilia Méndez, conversó con nosotros y nos recordó que, tras el atentado de las Torres Gemelas en los EEUU, el trauma social ocasionado por dicho acontecimiento hizo que en EEUU se construyera un “otro” a partir de lo que denominan “racial profile” (perfilado racial) que sumó a la estigmatización de migrantes no sólo con rasgos musulmanes, sino con cualquier rasgo que los mostrara como “extranjeros”. En Perú, sin embargo, aquel “otro” construido resulta aún más perverso. El “otro” no está situado fuera de las fronteras, sino dentro. El “otro” es el autóctono. El compatriota que por haber nacido en determinadas coordenadas geográficas, hablar una lengua originaria como lengua materna, o contar con rasgos andinos, es considerado “ajeno” en su propio país.

El historiador de la Universidad de Oregon, Carlos Aguirre, ha estudiado a fondo los orígenes del término “terruco” . Este habría surgido en Ayacucho y pudo ser producto de la quechuización del término “terrorista”, algo que no es inusual y ocurre con diversos sustantivos a los que se añade el sufijo “-uco” en quechua. Por otra parte, este término fue apropiado por las Fuerzas Armadas o Policiales durante el periodo del Conflicto Armado Interno (CAI) para hacer alusión a los miembros de Sendero Luminoso, pero -y esto es clave- no fue una palabra utilizada con connotaciones descriptivas, sino como rótulo que generó una asociación muy distinta: una sinonimia perversa cuyo resultado es ‘terruco’ = ‘indio’. Y de esos polvos, estos lodos.

Hay quien podría pensar que la apropiación del término “terruco” por el lenguaje castrense -y su masificación a partir de entonces- es sólo un tema discursivo. Sin embargo, hablamos de un término que fue utilizado como un “arma verbal” que además de estigmatizar indiscriminadamente, fue utilizado como amparo para una serie de acciones graves como violaciones de derechos humanos, detenciones arbitrarias, torturas y asesinatos. No, ninguna palabra es casual ni mucho menos inofensiva. Un arma verbal es, en la práctica, un arma que legitima la utilización de la violencia contra quien es estigmatizado.

Pero el contexto ha variado o, mejor dicho, se ha ampliado. Como señala Méndez, con el pasar del tiempo, y mientras más nos alejamos del periodo del CAI, el término “terruco” ha ampliado su campo de designación. Sigue cumpliendo la misma finalidad de deslegitimar, pero ahora ya no hace alusión solo a una clase social ni obedece sólo a patrones racistas (aunque esto no se ha eliminado del todo), sino que se ha extendido para dibujar un “otro” distinto: cualquiera que se pregunte por el funcionamiento del sistema o hable de reformas o transformación. Esto vale tanto para los reformistas más moderados, el centro más conservador, o la izquierda más radical. No es un delineado desde la comunión ideológica de aquellos “otros”, sino un rótulo utilizado como un cajón de sastre donde cualquiera que no responda a una lógica conservadora, reaccionaria y negacionista, entra. Eso explica que se haya terruqueado a una excandidata presidencial de izquierdas como Verónika Mendoza, pero también al expresidente Francisco Sagasti. Se ha terruqueado al Presidente Pedro Castillo y también a más de uno de los ministros que lo acompañó en algún momento como fue el caso de Íber Maraví. Se ha terruqueado a la excongresista Rocío Silva Santisteban o, hace pocos días, al congresista Guillermo Bermejo en el mismísimo Congreso de la República. Se sigue terruqueando a Raida Cóndor y Gisela Ortiz, madre y hermana luchadoras por la memoria de sus familiares desaparecidos durante la dictadura fujimorista que también fueron víctimas del terruqueo que, insisto, no es sólo una acción lingüística. Se ha terruqueado también a quienes marcharon contra el Gobierno golpista de Manuel Merino. Los rezagos del terruqueo siguen golpeando a diario a las familias de Inti y Bryan como nos ha narrado Killa Sotelo, hermana de Inti Sotelo, a quien agradecemos por compartir con nosotros su experiencia. Se terruquea hasta hoy la canción “Flor de retama” y, en la misma lógica terruqueadora, se han vandalizado en más de una oportunidad murales por la memoria de los jóvenes que marcharon el 14 de noviembre exigiendo democracia.

El “terruqueo”, entonces, se ha ampliado y ahora toca a cualquiera que se haga preguntas sobre los dogmas establecidos en un Perú que se encuentra en medio de una crisis sistémica. Nada más perverso que deslegitimar las voces que se hacen preguntas en un escenario donde es el sistema el que está quebrado. Pero, cuidado, alguien podría pensar que al “terruquear” a todo el mundo, esta palabra ha ido perdiendo sentido o efecto. Esto es falso. Si, como señalan Méndez y Sotelo, la intención es deslegitimar a un “otro” dibujado con esta palabra que estigmatiza, lo que vemos es que el “terruqueo” de hoy lo que busca es dibujar a un “otro” más grande. Un “otro” donde entramos casi todos y todas. De hecho, la pregunta más pertinente llegados a este punto es ¿quién no sería un “terruco” en el Perú que reproduce esta práctica discriminadora cotidianamente?

“Terruquear” es un verbo que excede a la utilización de una palabra que hemos acuñado en Perú. El “terruqueo” es un acto verbal performativo que, en términos de la Profesora Emérita de Literatura Comparada en la Universidad de Columbia, Jean Franco, supone que una palabra “consiga convertirse en acción”.

¿Qué dice de nosotros como sociedad que conjuguemos términos propios para hacer alusión a prácticas que discriminan? ¿Qué dice de la comunidad de sentido peruana que así como el “terruqueo” supone un arma verbal que descalifica y anula a un otro adjudicándole un delito tan grave como asesinatos y violaciones a los DDHH se haya hecho parte de nuestra cotidianidad? ¿Qué otras palabras que definen prácticas discriminatorias estamos acuñando en nuestro país dentro de esta lógica de dibujar “otros” versus falsos “nosotros? ¿Es el “caviareo” una acción que busca algo similar?

Hay preguntas que llevan a más preguntas. En el episodio cuatro de “La batalla de las palabras” hemos intentado pincelear algunas claves que nos permitan delinear algunas urgentes respuestas en un Perú que merece desterrar de su vocabulario el “terruqueo” y cualquier otra palabra que nos defina como una comunidad de sentido partida.

Estas reflexiones son producto del cuarto episodio del podcast “La Batalla de las palabras” que pueden oír completo aquí

Spotify: https://open.spotify.com/episode/1pSXHObDJzT7kySRet0qpk?si=86d4e0af74f14ab2

YouTube: https://youtu.be/8WKN8hmN8As