Opinión

Hijos de la peste: un libro urgente

Por Gustavo Montoya

Historiador

Hijos de la peste: un libro urgenteImagen: LUM

El libro de Marcel Velázquez «Hijos de la peste: una historia de las epidemias en el Perú», reúne un considerable número de atributos teóricos y metodológicos sobre los cuales vale la pena discernir, discutir, disentir y, como no, también elogiar. En primer lugar, por la actitud del autor frente a un escenario dantesco, una coyuntura que lleva casi un año, y donde los peruanos se han sentido confrontados consigo mismos. Interesa destacar este primer punto. El compromiso ético, social y político de un intelectual con el actual tiempo de plagas. A lo largo del texto, el lector atento podrá hallar justamente una crítica sistemática con respecto a la precariedad del Estado a lo largo del periodo republicano; los reiterados fracasos de las elites políticas y sociales para resolver situaciones de descomposición social y esa atracción por el abismo que caracteriza al sentido común peruano.

El autor, consciente de la magnitud y el emprendimiento que se propuso, eligió la estrategia del ensayo histórico para ofrecer una visión panorámica sobre las epidemias, desde el periodo colonial tardío, hasta los terribles escenarios contemporáneos. El objetivo era de largo aliento y peligroso por los hallazgos que ello suponía. Exhibir por momentos con dramatismo, con ironía y hasta con sorna, la recurrencia de situaciones oprobiosas; patologías sociales que se suceden en el tiempo y, sobre todo, la auto exigencia del autor para explicar tales anomalías. No estamos frente al típico texto del erudito que se sumerge en fuentes de diversa procedencia y calado para reconstruir lo acontecido. O ensayar una representación casi aséptica de situaciones y personajes con nombre propio; como liberar al sujeto del drama histórico que se pretende conocer, bajo el pretexto de cierta objetividad. Pero en realidad, tal postura lo que pretende es no manchar los guantes o intentar salir inmune luego de visitar los despojos humanos y materiales de este desgraciado país. Estragado y maltrecho. No es el caso del libro ni del autor que nos ocupa.

Como ya fue indicado, desfilan por el libro personajes muy conocidos, pero que son mostrados bajo nuevos reflectores. Por ejemplo, el sabio Hipólito Unanue, luego de reconocer su concurso en favor de las primeras políticas de higiene pública, es presentado por Velázquez como «un cortesano y un político muy “hábil”». Más adelante, cuando reconstruye el ascenso de la bacteriología sobre las intervenciones de sanidad urbanas y el costo social del mismo nos dice el autor: “Este nuevo horizonte social contenía una promesa siniestra, que se cumplió también con los desplazamientos, entre blancura, limpieza y decencia que derivaron en asociaciones degradadas y morales relacionadas con los sanos y los enfermos; así vidas degradadas y cuerpos enfermos se superponen”.

Esta cita es ejemplar, pues es casi como si se describiera lo que ocurre hoy mismo. Son los estigmas, las acusaciones y estereotipos que circulan con motivo del covid-19, sobre los sectores populares y subalternos.

Otra cuestión reveladora es cuando se reconstruye una suerte de cartografía y equivalencia entre los barrios pobres de la ciudad y los focos de contagio y de propagación de las epidemias y los virus. Emergen los actuales barrios de Malambo, Barrios Altos y San Sebastián. Pasajes, casas de alquiler de gente miserable, hacinamiento, consumo de sustancias tóxicas, callejones hirvientes de promiscuidad y de barbarie, como esas viviendas habitadas por la comunidad china. Velázquez, se sumerge por estos territorios que en realidad le son familiares, debido a sus investigaciones y publicaciones previas. Pero ahora, se trata de establecer tipologías, patrones, ensayar regularidades entre los habitantes, el poder, la ciudad y las clases sociales que las habitan. Escrutar e historiar, la disciplina de los cuerpos, los olores, los rostros y las prácticas que dan lugar justamente a las epidemias desde la perspectiva del poder y la arbitrariedad social. Es el pánico que genera el contagio, y los mecanismos e instituciones del Estado y los sectores dominantes para enfrentarlos.

La investigación también se interesa por ingresar a la subjetividad religiosa y sus manifestaciones en épocas de pandemias. Es el reencuentro con el profundo contenido del imaginario religioso que caracteriza y define a las mayorías sociales del pasado y del Perú actual. La reticencia hacia la ciencia y la confianza ante la fe, como una compensación moral, sería una señal que distingue a los grupos subalternos. El libro recorre diferentes experiencias del pasado y hasta recientes, como por ejemplo, las que ocurrieron en Arequipa, convirtiendo a la «Virgen de Chapi» en un emblema más cercano a La sociedad del espectáculo, para referirnos al célebre libro de Guy Debord, o a la «niña profeta» en Lima, que logró congelar ansiedades cuando devino en intermediadora entre una ciudad espantada por la pandemia y la divinidad católica, ésta siempre presta a la tolerancia.

De las abundantes imágenes traumáticas que el lector interesado podrá hallar, se puede mencionar a la «Carroza de la muerte» y la figura límite de su conductor, encargado de recoger los cadáveres de los infectados, su paso por la ciudad y tener que hacer frente al terror y la insidia de los transeúntes; o cuando se hubo de clausurar y derruir el sórdido callejón de Otaiza, emblema irreductible de esa relación perversa entre epidemias y racismo que el autor identifica. También cuando se ocupa de los ojos del Estado, el control que ejerce sobre la sociedad, los cuerpos, las resistencias y estigmas que genera. En este apartado lo que se pone de manifiesto y además se denuncia, es la existencia de un Estado siniestro, donde el vigilar y castigar es llevado a extremos inimaginables por la perversión metódica que practica; la respuesta social no es menos oprobiosa, y Velázquez la denuncia de la siguiente manera: “La maldita propensión a juzgar y condenar al otro se ha exacerbado”. O cuando tiene que explicar por intermedio de preguntas inquisitivas, el terror que produce el dominado [se refiere al esclavo] entre sus opresores, vía los olores y el hedor de las víctimas. “¿El olor de los que no tienen cuerpo autónomo acosa a los que disfrutan de la libertad? ¿El agudo olor los protege de los amos? ¿Por qué el olor del cuerpo esclavizado espanta y obsesiona?”

En suma, «Hijos de la peste», es un libro que ha logrado trazar una cartografía inédita sobre la suma de desgracias que ha afectado a la sociedad peruana en diferentes épocas, como efecto de recurrentes epidemias, y las erráticas respuestas del Estado republicano. Cada capítulo del libro se inserta entre las porosidades de una sociedad a la que le es imposible disfrazar sus carencias, miedos sociales y atavismos culturales. Historia y Literatura se dan la mano en un libro urgente. Racionalizar los desórdenes de toda índole que padecemos actualmente. A mi juicio, la única observación al texto, sería que el lenguaje y su lexicografía inherente, limitaría su circulación a la masa crítica y académica, un poco fuera del alcance del gran público lector.

Quizá sin proponérselo, el autor ha logrado instalar una de esas vigas que son indispensables para ejercer una crítica científica al Estado, y al mismo tiempo un espejo en el que tendríamos que mirarnos, y sosteniendo la mirada, identificar nuestras falencias, temores y ansiedades que atraviesan el alma y nuestra historia común como nación. Quizás entonces, como se pregunta el autor, cada quién podría recuperar esta epifanía: «Quién pudiera volver a escuchar su primera risa…».