Incompetentes y resentidos
Periodista y profesor de la UNA-Puno
Con la llegada a la cumbre del poder político de un presidente provinciano y de una organización política creada en el interior del país, venimos asistiendo a un escenario inusual de ataques que evidencian la vigencia de los prejuicios que arrastramos desde larga data. La designación de ministros y altos funcionarios del aparato estatal, en días recientes, ha desatado una ola de cuestionamientos contra el partido Perú Libre, su fundador Vladimir Cerrón y el presidente Pedro Castillo.
En algunos casos se trata de graves denuncias de corrupción y cuentas pendientes ante la justicia. Obviamente resquebrajan al naciente régimen y muestran no sólo impericia, sino las dificultades para encontrar cuadros que den la talla para asumir cargos importantes y a la vez comulguen con los planteamientos y estrategias del partido cerronista.
En anteriores ocasiones, los gobiernos entrantes no han tenido inconvenientes para elegir funcionarios y profesionales que asuman cargos importantes, pues era evidente que desde el inicio del Estado neoliberal en la década de 1990 se ha formado y fortalecido una élite técnica que ha circulado en los últimos 30 años en la gestión gubernamental. El problema surge ahora cuando un partido de izquierda de origen provinciano quiere marcar un punto de inflexión. Al rechazo natural que las élites tienen ante posturas de izquierda se suma el no menos significativo rechazo a la condición provinciana.
En ese mar de desprecios, hay dos calificativos en los que deseo detenerme: incompetentes y resentidos. La competencia que se exige no sólo es de carácter técnico-laboral, deja traslucir la preferencia por un tipo de profesional amoldado a los requerimientos del orden neoliberal, con una trayectoria de gestión al servicio del modelo, capitalino si fuese mejor, formado en universidades “de prestigio” y por supuesto “conocido” por los medios y ambientes limeños. Resulta que el sello peruano de clase está más cercano a los modos cortesanos, que a las exigencias modernas de la eficiencia. Claro, los provincianos y encima rojos son una cachetada a los encantadores modales del centralismo.
Pero, el adjetivo que se lleva todos los premios es el de resentido social. Con qué rapidez emerge en los labios modosos de algunos sectores. Los resentidos son los que no superan el pasado, los que se resisten a adoptar la cultura criolla, los que siguen cargando el dolor del racismo, los cholos clasistas que rechazan a los sectores altos, los que expresan amargura y rebeldía en su rostro y en sus actos. Lo que no se quiere entender es que ese resentimiento no es un problema, es el síntoma de una historia de despojo, desprecio y violencia.
Resulta que ahora los llamados incompetentes y resentidos, con todas sus luces y sus sombras, sus alegrías y sus furias, han asomado cachosos y pendencieros al banquete infame de la política. Quieren, pues, cortar el jamón. Las elecciones presidenciales del 2021 nunca serán olvidadas, son un parteaguas. El relato recién empieza.