Opinión

Julián M.del Portillo: los herederos liberales

Por Christian Elguera
Julián M.del Portillo: los herederos liberalesFoto: Portada

Luego de leer Lima de aquí a cien años de Julián M. del Portillo es necesario precisar que las crisis políticas peruanas entre 1830 y 1840 no solo fueron provocadas por el caudillaje, sino también por los liberales, quienes apoyaban o atacaban a los caudillos según sus propias conveniencias. Los liberales no dudaron en aproximarse a Santa Cruz y luego confabular en su derrota; tampoco dudarían en apoyar a Castilla (verbigracia el discurso de Domingo Elías en 1855) para luego confrontarlo tajantemente en su segundo gobierno. La narrativa histórica de Portillo trata de demostrarnos que las crisis se debieron únicamente a los caudillos, trazando una dicotomía entre victimarios y víctimas. Es indudable que las reyertas del caudillaje impidieron la consolidación de la gobernabilidad, de tal manera que los presidentes militares invirtieron más esfuerzos en defender sus puestos que en fortalecer el sistema republicano. No obstante, no mencionar la responsabilidad liberal es ocultar una parte de la historia peruana. Portillo, a través de los recuerdos y el discurso del anciano en Lima de aquí a cien años, busca escribir la versión del liberalismo sobre las guerras de 1830 y los primeros años de 1840. Pero no solo se trata de atacar el pasado caudillista, sino construir una propia historia liberal. Frente al desorden de los caudillos y sus seguidores, la novela propone una historia de cómo los liberales reconstruyeron la nación. Por esto, el anciano resalta que «el primer paso que dieron [los peruanos luego de 1843] fue el de aniquilar el germen revolucionario». Entre las dicotomías propuestas, tal vez la más resaltante sea la configuración de una geopolítica liberal a nivel planetario. Sin embargo, como recuerda John Lynch, los caudillos de Latinoamérica estuvieron lejos de defender un nacionalismo cerrado. Es conocida la frase que Tomás Anchorena le dirige a Rosas en 1846, en alusión a las relaciones del caudillo argentino con Inglaterra: «las excesivas generosidades que está Ud . dispensando a los gringos me tienen de muy mal humor».

En Lima de aquí a cien años, Portillo plantea que la nación peruana, para 1943, se ha convertido en una potencia a escala global. Es importante subrayar que Portillo es uno de los primeros en conectar las dinámicas del liberalismo peruano con el liberalismo mundial. Sobre este punto, enfocado en el contexto brasileño, Roberto Schwartz precisa: «o tic tac das conversões e reconversões do liberalismo e favor é o efeito local e opaco de um mecanismo planetário» [1]. Incluso, países como Rusia, China y Francia reconocen que ha llegado el turno de Perú para convertirse en una potencia semejante a Europa. Al respecto, atendamos a este pasaje: «La vieja y orgullosa Europa se habian reunido para venir a tributarnos, la primera, un culto de admiracion y respeto… nos acababa de reconocer por sus iguales». En esta construcción histórica se borran las políticas internacionales de la Confederación Perú-Boliviana. Como bien señala Sobrevilla, «the Argentine Confederation and Chile were unimpressed by the idea of the union of their neighbors Peru and Bolivia. The main reason for this was geopolitical» [2]. Pues bien, Santa Cruz venía afianzando lazos con Europa, proyectando un posible dominio del libre mercado en la región. Portillo pudo recibir alguna influencia de los planes de Santa Cruz, pero ese no era el modelo que propondría seguir a sus lectores. Si Portillo quería configurar un futuro ordenado, lo más lógico hubiese sido retomar los proyectos confederados que quedaron truncos y que se perfilaban a recuperar una gobernabilidad perdida. Recordemos que Santa Cruz justifica su intervención en el país para reestructurar el orden civil e institucional corroído por guerras civiles precedentes. Sin embargo, Portillo descarta los aportes de la confederación porque este régimen había favorecido a las provincias del sur peruano y, en cierta medida, había promovido el agenciamiento de grupos subalternos. Para Portillo la geopolítica de 1943 no puede beneficiar, pensarse o dirigirse a sujetos indígenas, afrodescendientes, campesinos o clases populares. Es importante mencionar que los conflictos entre caudillos evidenciaban una inestabilidad que, no obstante, permitió la participación de grupos minoritarios. En este sentido, de acuerdo a Cecilia Méndez, «The early republican state in Peru was institutionally weak and politically unstable. But it was precisely such fragility that led its rulers to forge alliances with sectors of society like the peasants of Huanta» [3]. Tales alianzas no tendrían lugar alguno en la nación imaginada por Portillo. Eliminando esas negociaciones en su Lima futura, Portillo está imponiendo un modelo político dirigido por burócratas, cuyas leyes buscan legitimar una soberanía nacional, un consenso de nación imaginada que es abstracto y no tiene ningún interés por realidades concretas, como las del campesinado de Huanta en el estudio de Méndez. En contraste, los caudillos, al mismo tiempo que usaban la letra y la escritura para defender sus gobiernos, también facilitaron una relación más mundana, más real entre el Estado y las poblaciones. Por esto, John Lynch ha señalado que: «the caudillo was real, the state a shadow» [4]. Por su parte, Basadre ha indicado que el caudillaje fue una democracia tropical [5]. Lo importante aquí es que en medio de sus defectos y conflictos, el sistema político del caudillaje permitió el empoderamiento de las minorías peruanas, poniendo en peligro el estatus de los herederos decimonónicos. Sujetos subalternos emergieron en medio de esa inestabilidad, como el negro León y sus montoneros, quienes tomaron Lima el 28 de diciembre de 1835 [6]. Por lo tanto, escribir una historia peruana desde la perspectiva del liberalismo es borrar, anular, las historias de los subalternos. En la narrativa histórica ideada por Portillo los integrantes de la llamada plebe son presencias «silenciadas» o «impensables» [7].

Seamos categóricos: Julián M. del Portillo en Lima de aquí a cien años es un defensor de los llamados herederos, siendo él mismo un heredero que cuida a su propio grupo. Sabido es que Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron publicaron un libro llamado Les Heritiers en 1964. Ambos autores demostraron que la mayoría de estudiantes que tomaban clases en las universidades francesas provenían de familias acomodadas, clases medio-altas, donde los parientes también habían seguido una carrera universitaria, que fueron, en algunos casos, profesores o intelectuales. El libro intentaba rastrear las ventajas de grupos privilegiados en el acceso a la educación, así como sus redes y alianzas para preservar tales beneficios. En este sentido, Portillo es un heredero que protege a otros sujetos privilegiados. Poco importa si estos herederos provenían de una familia aristocrática como Orbegoso, si pertenecían a las élites económicas como Domingo Elías, si eran liberales como Vigil y Luna Pizarro, si eran letrados de folletín como el mismo Portillo. Cada uno de ellos, desde sus diferentes esferas, trató de preservar los intereses políticos y financieros de su grupo, reforzando el parlamentarismo liberal, la economía de libre mercado, el europeísmo social y el blanqueamiento racial. Buscaron proteger una jerarquía de poder y una visión de mundo en detrimento de las poblaciones subalternas, que eran descartadas para tomar cualquier decisión política. Quienes tomaban las decisiones eran los herederos, tal como ejemplifican las constituciones liberales de 1823, 1828 y 1834. Ese orden debía ser preservado de aquí a cien o doscientos años. Por esto Portillo construye su historia liberal; reduce el caudillaje a la anarquía; celebra hoteles rusos, franceses, calles con nombres extranjeros; desaparece toda huella indígena y afro de la ciudad futura. Portillo considera que los herederos merecen vivir y gobernar esa Lima de 1943, un espacio producido para elites sociopolíticas, epítome de mentalidades eurocéntricas, modernizada a costa del exterminio étnico y, sobre todo, una ciudad liberal y republicana. Portillo describe esa Lima que los liberales y las elites imaginaban cuando defendieron la presidencia de Orbegoso en 1833. En esa Lima de 1943 campea el linaje de Orbegoso, sobre quien Manuel Bilbao cuenta: «era además perteneciente a la aristocracia de cuna y la nobleza del Perú divisaba en él una época de grandeza y distinción, para los descendientes de sangre azul».

Pero esta Lima no solo fue pensada para la estirpe orbegosiana, sino también para los descendientes de Domingo Elías. Portillo fue un adepto de Elías en 1843 y, para congeniar con él, no dudó en asegurar que su vino sería consumido en los futuros cien años. No olvidemos ese brindis candoroso del anciano, escena en que rezuman la argolla y el elitismo tan característicos de escritores decimonónicos como Portillo : «Pues sí, señor, es del país [el vino Elías], y en el día tiene el mayor aprecio, no hay casa donde no se tome, y en los principales cafés es el más usado; en el de Moran, que es el que está más a la moda, no hay quien no pida una copa del vino Elias después de haber tomado un baño tibio o tirado media docenas de balazos en el blanco». Notemos cómo son esos herederos de 1943: van a cafés lujosos, se duchan lozanamente, juegan a los dardos para disfrutar el ocio propio de sus clases. Portillo —es bueno aquí recordarlo— no avizoraba un mundo de ciencia ficción, sino un momento histórico muy concreto. Era un liberal con grandes esperanzas en lo que podría advenir a corto plazo: el guano había sido descubierto en 1841 y, para las elecciones de 1851, Elías fue candidato presidencial de las clases privilegiadas del país, quienes «emitieron votos que textualmente decían por “don Domingo Elías porque es hombre de frac” y se formó un club “El Frac Negro”» [8]. Liberales, aristócratas y familias ricas de aquella Lima lograron establecer su hegemonía a partir del gobierno de Castilla en 1845, cimentando un poder soberano que fuera capaz de contener cualquier intento de revuelta militar o popular. Al respecto, como recuerda Foucault, todo principio de soberanía demuestra «comment un pouvoir peut se constituer non pas exactement selon la loi, mais selon un certaine légitime fondamentales, plus fondamentale que toutes les lois, quie est une sorte de lo générale de toutes les louis» [9].En Lima de aquí a cien años, el anciano detalla que luego del caudillaje fue esencial crear leyes para imponer la soberanía del liberalismo. Recuerda que el primer presidente en gobernar Perú impuso su autoridad y ley por encima de otros, a tal punto que cimentó una autoridad patriarcal obedecida por el pueblo. Y aquí surge el dilema de Portillo. Su texto ponía en evidencia que los liberales buscaban construir un gobierno próspero, sin importar lo recalcitrante y paternalista que fuera el presidente. Liberales a ultranza como Luna Pizarro, González Vigil, Orbegoso y Elías, guardaban todavía las apariencias de sus estocadas finales, pero Portillo dejaba en evidencia los tuétanos del liberalismo: cimentar la soberanía y privilegios liberales sin importar los derechos de otras poblaciones.

No tuvieron que pasar cien años para que las clases dominantes viviesen como pensaba Portillo en 1943. En realidad, esta novela percibe lo que vendría poco después, en el primer gobierno de Castilla, cuando las elites «could dress like good Europeans, rebuild fallen family fortunes, demand proper deference, and properly debate their national future» [10]. Esa «sorte de lo générale de toutes les louis», mencionada por Foucault en su definición de soberanía, se encarna en el modelo político de 1943: hegemonía de las elites liberales, minorías sin agencia, república colonizada.


  • Adelanto del libro: Portillo, Julián M. Amor y muerte. El hijo del crimen. Lima de aquí a cien años. Edición y estudio preliminar de Christian Elguera. Ediciones MYL, 2021.

Notas [1] Schwarz, Roberto. «As idéias fora do lugar». Ao vencedor as batatas. Forma literária e processo social nos inícios do romance brasileiro. Editora 34, 2012, pp. 30. [2] Sobrevilla, Natalia. The caudillo of the Andes: Andrés de Santa Cruz. Cambridge University Press, 2011, p. 163. [3] Méndez, Cecilia. The Plebeian Republic: the Huanta rebellion and the making of the Peruvian state, 1820-1850. Duke University Press, 2005, p.243. [4] Lynch, John. Caudillos in Spanish America (1800-1850). Clarendon Press Oxford, 1992, p. 155. [5] Basadre, Jorge. La iniciación de la república: contribución al estudio de la evolución política y social del Perú. Tomo primero. Fondo editorial Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2002, p. 143. [6] Bilbao, Manuel. Historia del jeneral Salaverry. Imprenta del Correo, 1853, p.397. [7] Vid. Trouillot, Michel Rolph. Silencing the Past: Power and the production of history. Beacon Press, 1995. [8] Basadre, Jorge. Perú: problema y posibilidad, y otros ensayos. Biblioteca de Ayacucho, 1992, p. 53) [9] Foucault, Michel. Il faut défendre la société. Gallimard, 1997, p. 38 [10] Gootenberg, Paul. Imagining development: economic ideas in Peru’s «fictitious prosperity» of guano. University of California Press, 1993, p. 39.