Karina Pacheco: una escritora valiente
Abogada
Conocí a Karina en una casona barranquina en la presentación de su libro Cabeza y orquídeas. Aún no había leído su novela, aún no había leído nada de ella, pero hasta ahora tengo la imagen grabada de su extendida panaca cusqueña en esa presentación, amigas y amigos, todos de Cusco con un gran orgullo celebrando por ella y con ella. Esa imagen del vínculo tan fuerte con sus raíces llamó mucho mi atención.
Luego, cuando leí Cabeza y orquídeas descubrí cómo, a través de la vida de una joven limeña de una familia con mucho dinero, se describe muy bien el arribismo, el racismo y clasismo de sectores limeños con gran poder adquisitivo. Y la escena en la que ella descubre los negocios de su padre y cómo estos son escondidos en su propio hogar, exponiendo a su familia por la ambición desmedida de poder, me quedó dando vueltas en la cabeza por mucho tiempo. Ese convivir en el día a día con la ilegalidad y con tal cinismo camuflarla incluso en su mismo hogar, esa historia de narcotraficantes o asesinos que son a la vez padres ejemplares de familia, ya la había visto. Me hizo recordar a todos los altos mandos del grupo Colina, que tuvieron que pasar como testigos obligados en el juicio a Fujimori, la imagen de sus familiares acompañándolos mientras ellos narraban cómo los entrenamientos de la matanza de Barrios Altos se hicieron en la playa la Tiza, la misma playa a la que iban a pasar el verano con sus familias. La fiesta de Cabeza y orquídeas no era una exageración, era un ejemplo más de nuestra historia.
Fue por esta novela, que no dudé ni momento en buscar y convocar a Karina para mi primera incursión editorial. Estaba armando una compilación de cuentos sobre el post conflicto. Y con un poquito de miedo de escribirle a una escritora ya conocida, agarré coraje y le mandé un correo. Karina de inmediato me dijo que sí, y a los días entregó un cuento tan hermoso como desgarrador. “No me mates papito voy a cantarte un cantito”, le dice un niño de 8 años a Samurai, el comandante de una base militar en Chungui, luego de que este ha matado a su madre y sus otros hermanos, el menor de tan solo un año. Este cuento sacado de una historia real de la vida del gran retablista Edilberto Jiménez, nos tumba del dolor, y a la vez da cuenta de cómo el arte es un ancla de resistencia.
Karina cierra este cuento diciendo “¿Qué habrá ocurrido con el hombre que no quiso escuchar ese cantito? Sabe que las almas condenadas no deambulan más por los cerros. Sabe que hoy caminan en las ciudades; tal vez el ruido de carros, televisores y teléfonos celulares esconde el sonido de las cadenas que lastran en los pies y en las palabras que pronuncian. Será por eso que conviven con las gentes sin pedir perdón”.
Fue ese cuento el que dio inicio a nuestra amistad, y también a mi admiración por ella. Recuerdo que la primera vez que hablamos me regaló su novela La sangre, el polvo, la nieve. Luego de leerla, y hasta ahora, sigo pensando que ya solo con esa novela, Karina merece un lugar especial en la literatura peruana. A partir de la vida de Giralda podemos respirar la esperanza del inicio del siglo XX en Perú, y lo más importante, la esperanza desde el Cusco; y cómo esta ilusión de tiempos mejores se va al traste, otra vez, con la dictadura militar de Sánchez Cerro: las detenciones, las persecuciones políticas a los partidos de izquierda, el intento de pisotear al movimiento indígena. A la par, en esta elaborada e intrigante historia, Karina denuncia los crímenes contra los indígenas, el racismo, el arribismo y todas esas taras que han seguido persistentemente pisoteando los anhelos de un cambio. Y nuevamente, algo que se repite mucho en su obra: las casas como espacio familiar de cariño de amor, y a su vez, espacio de crímenes y de tanto dolor.
Decir que el Perú es mucho más que Lima, lamentablemente sabemos que es necesario, y las historias en la obra de Karina nos lo dicen de una manera clara y poderosa. La voluntad del molle, El año del viento, Las orillas del aire, los cuentos de Alma Alga o el Sendero de los rayos son ficciones que van reconstruyendo como filigrana la historia del Perú y también sus grandes taras.
A través de Ayra, Rada, Ilana, Giralda, Nina, Barbara, Bernarda, Elena, Nena, va construyendo ficciones que son parte de nuestra historia, como si fueran los Episodios de una guerra interminable de Almudena Grandes. Karina ha ido armando un rompecabezas imprescindible contra el olvido. Es a través de sus novelas que muchas hemos conocido quién fue Marco Antonio Ayerbe Rojas, líder estudiantil asesinado por el Estado por pedir reformas justas en un país tan desigual, o que fue el Juramento de Mándor en 1961 en Quillabamba, uno de los antecedentes más importantes de la reforma agraria, o sobre Luis Dalle y Luis Vallejos Santoni, esos curas “rojos” que sufrieron ambos raros accidentes que ocasionaron sus muertes.
O también hemos recordado cómo vivimos y sufrimos el Fujishock, como se concesionó de manera corrupta el tren que lleva a Machu Picchu y cortando su ruta hasta Quillabamba, como el conflicto armado interno nos inundó de sangre y de barbarie, como el narcotráfico está desplazando y matando en la Amazonía, repitiendo así la ferocidad con la que los caucheros esclavizaron a pueblos indígenas enteros como los omagua.
Así, vamos uniendo las piezas de nuestra historia, una historia contada desde distintas regiones del país. En su obra, y sobre todo en sus novelas, se nota la formación acuciosa de una científica social que no solo ha investigado de manera rigurosa cada detalle de la historia que nos cuenta, sino que, además, y ese es el potencial de Karina, conoce de verdad los lugares, los caminos: los ha vivido, los vive. Las rutas de Cusco a Abancay y luego Andahuaylas, los caminos de Ayacucho, de Quillabamba, cuando los narra una se da cuenta de que no solo es investigación, sino vivencia.
Y también, a través de esas piezas de nuestra historia, va armando tramas con los problemas y disyuntivas que enfrentan estas mujeres fuertes que son sus personajes, problemas que enfrentamos las mujeres en Perú y en el mundo hasta ahora, la violencia y la discriminación basada en género, vemos en Ayra Rada a miles de mujeres peruanas huyendo de sus feminicidas o a Giralda desafiando a su padre y dejando todas las comodidades por seguir estudiando.
En tiempos de sentir que estamos en un bucle infinito, una comedia decadente cada vez más absurda, donde nuestra clase política en el poder no se diferencia mucho de las mafias — o quizás son lo mismo—, en tiempos que sentimos que, parafraseando a Blanca Varela, como mujeres habíamos ganado la carrera, pero el premio solo fue otra carrera y hasta ahora no bebemos el vino de la victoria; los personajes de Karina, ese aquelarre de brujas y hechiceras, como en Recuerdos del futuro de Siri Husvedt, se nos hacen imprescindibles para enfrentar esos ladridos de los perros que quieren impedirnos avanzar.
En tiempos que hieden a fascismo, en que grupos anti derechos han tomado el poder y se empeñan en quitarnos derechos a las mujeres, en que la memoria nos quieren borrar, y que hasta nuestra historia reciente se quiere disfrazar con eufemismos: el conflicto armado interno ya no se llama conflicto armado, ahora le dicen periodo de violencia entre el 80 y el 2000, o que hasta han borrado del LUM que Fujimori renunció por fax, ahí están las novelas de Karina para recordarnos la historia, nuestra historia. Para reiterar que las mujeres escritoras están y que siempre estuvieron, para honrar a las ancestras, a Clorinda Matto de Turner, a Magda Portal, a Mercedes Cabello y a tantas más; gracias Karina, porque emulando a Mamahuaco nos das tu literatura como arma de resistencia. Nos quedará la literatura para resistir, y nos quedará sobre todo la literatura creada por mujeres valientes.
Texto leído en el homenaje a la escritora cusqueña Karina Pacheco en reconocimiento a su trayectoria y labor literaria, realizado el sábado 22 de octubre en el IV Encuentro de escritoras peruanas 2022.