La crisis y el monstruo poliédrico
Periodista y profesor de la UNA-Puno
¿Existirá algún tipo de relación entre la tremenda crisis política que venimos soportando y el modelo centralista que nos organiza como país? A primera impresión se podría deducir que la relación es mínima, pues la pugna entre el Ejecutivo y el Legislativo es un lío que enfrenta a las altas esferas del poder político. Y que se trata de un enfrentamiento que se juega sobre suelo capitalino con el aderezo tendencioso de los medios limeños.
Esta primera impresión dice mucho. Un país construido desde su capital costeña que permanentemente reproduce y alimenta su propio poder, transmite el mensaje que vivimos en un caos de gobernabilidad inédito. Derechistas e izquierdistas (limeños) juntan sus voces de coro indignado que canta el adelanto de elecciones ¡Cómo puede ser posible que un profesor campesino inmiscuido en presuntos y descomunales casos de corrupción, y rodeado de gente provinciana, radicaloide, incompetente y fea nos siga gobernando! Parece ser la exclamación de la China Tudela, gracioso personaje creado por Rafo León, que narra las vicisitudes y las tonterías de los pitucos limeños.
Algo tremendo parece que está pasando en Lima. La hecatombe más grande de la historia republicana que solo puede ser solucionada con la vacancia del inepto cajamarquino y su corte de igualados. Como acaba de anunciar Juan Carlos Tafur en una reciente columna periodística: todo esto se soluciona con dos buenos gobiernos de derecha para los próximos diez años. Gente decente y entrenada en el manejo del orden neoliberal al mando de la nación, así se evitan estallidos populistas. Y asunto arreglado.
Pero, no es así de simple como piensan las chinas Tudela y Tafur. El asunto de fondo no es la ineptitud del gobernante, ni la solución es ofrecer una derecha recargada. Nuestro problema va más allá: es cómo estamos organizados como sociedad, en lo político, económico, cultural y territorial. La aparición y vigencia de soluciones extremistas, autoritarias, populistas o radicales (vengan de donde vengan) es porque estamos encerrados injustamente en un diseño fallido que no corresponde con lo que somos y soñamos.
El diseño de nuestra institucionalidad no fue pensado con el propósito de corregir las históricas desigualdades materiales, extender y priorizar las oportunidades de desarrollo de los más débiles, potenciar y expandir las maravillosas y diversificadas capacidades de nuestra nación interna, fortalecer y apalancar las iniciativas de los pequeños emprendedores, reconocer y reparar la deuda histórica con los pueblos y comunidades ancestrales, incorporar el ethos andino-amazónico en la vida pública y en la construcción del Estado-Nación, ensamblar otro tipo de organización territorial que supere el legado colonial, Y claro, se hizo y se hace todo lo contrario, todos los días: alimentar con esmero la mole del voraz centralismo.
Nuestro centralismo es un monstruo poliédrico: histórico, político, económico, social, simbólico, mediático, intelectual, territorial, deportivo… Es una realidad total y perversa. Aceptada y normalizada. Que se reproduce en mayor o regular medida en los departamentos (llamarlas “regiones” es una obscenidad), provincias y distritos. Y es que junto a los grandes hallazgos y metáforas explicativas de nuestra realidad nacional, el centralismo peruano es el marco del cuadro, dibujado con dedicación para instituir relaciones asimétricas de poder. El dominio, la inferiorización, el sometimiento y el control dentro de cualquier parte del poliedro gozarán de buena salud y vigencia mientras el diseño se mantenga y se reproduzca.
El episodio Castillo vs Congreso y la polarización que nos persigue desde hace algún tiempo son los síntomas del reacomodo del monstruo o el anuncio de la posibilidad de un nuevo horizonte. Por eso es crucial estar alerta y activos. Qué vendrá, cómo salimos del embrollo, qué debemos hacer, qué estamos haciendo y dejando de hacer, cuál es la salida de coyuntura, a corto, mediano y largo plazo. Tiempo de desafíos y de toma de posición. No queda espacio para la indiferencia.