La memoria y las esterilizaciones forzadas en Ayacucho
En el mes de octubre del 2015 viajé a Huamanga. El libro Memorias del caso Peruano de Esterilización Forzada se presentaría en la universidad en cuyas aulas surgiera la insurrección senderista. Desde noviembre del año 2013 no me había podido reunir nuevamente con las mujeres y hombres que sufrieron las violentas esterilizaciones impuestas durante el segundo gobierno de Fujimori bajo el Programa Nacional de Salud Reproductiva y Planificación Familiar (1996-2000). Pero el libro que se publicó con algunos de sus testimonios llegó a sus manos en el año 2014 a través del proyecto Quipu.
Un día antes de la presentación en la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga visitamos el Museo de la Memoria de ANFASEP “para que no se repita”. Hacía mucho que no sentía una experiencia tan vital en un museo. Isabel nuestra guía nos contó una historia distinta a la mostrada en el Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Según las madres de la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados Detenidos y Desaparecidos del Perú y sin justificar el daño perpetrado por los senderistas o emerretistas, las muertes de manos del Estado peruano eran mucho mayores a las perpetradas por las manos de los insurgentes. En la segunda parte del museo en la Sala de la Nostalgia, rodeadas de más de 500 objetos personales de los desaparecidos y ante la magnitud de la violencia brotó un profundo dolor.
Al día siguiente, aún con el dolor a cuestas, partimos desde el local de ANFASEP con Mamá Juana y Ximena. Portando en el taxi frutas, ofrendas y flores, el taxista buscaba encontrar la vía que nos llevaría al santuario de la memoria, contiguo al cuartel general del Ejército conocido como Cuartel Los Cabitos, el centro de torturas y desapariciones. En las siete hectáreas de La Hoyada teníamos el proyecto de reunirnos, al lado de las cincuenta y ocho fosas comunes, con las madres de ANFASEP en un ritual dedicado a los muertos y desaparecidos en la época de violencia política. Ahí en La Hoyada fue donde se realizó la búsqueda de desaparecidos, la excavación exploratoria arqueológica más grande del mundo (2005-2010).
En un momento del viaje el sendero se hizo confuso. El taxista nos preguntaba exactamente a dónde queríamos llegar y Mamá Juana le explicó sobre el santuario, el ritual y Los Cabitos. El taxista tocado por la situación recordó que en su comunidad hacia poco habían encontrado varios restos al momento de excavar para construir sus nuevas casas de cemento. “Los cuerpo aparecían por todas partes”, nos dijo. Sin sorprenderse, Mamá Juana le preguntó sobre los ejecutores, quería saber si los cuerpos habían fallecido a manos de Sendero o del Estado. A lo que el taxista respondió sorprendido: “Y yo ¿cómo podría saber eso?”. Mamá Juana tranquila continuó preguntando: “¿Cómo estaban ubicados los cuerpos? ¿Estaban colocados de manera ordenada, unos al lado de otros, intercalados los pies con las cabezas y atados de pies y manos?”. El taxista bajo la velocidad, miró a Mamá Juana aún más sorprendido y asintió: “Sí estaban atados de manos y pies y ordenados los pies intercalados con las cabezas”. Mamá Juana sentenció: “Entonces fue el Estado”.
En la arqueología de la memoria y la tipología de la muerte los cuerpos siguen hablando y Mamá Juana junto a los miembros de ANFASEP, que cada vez son más, los escuchan. Para los ayacuchanos los muertos están en todas partes, salen de la tierra. Los grupos de cadáveres desordenados son obra de Sendero. Los cuerpos ordenados y atados militarmente son de mano del Estado. En los civiles ha penetrado la nostalgia.
El sol ayacuchano no dejó de brillar un solo instante durante toda la ceremonia. Los cantos en quechua parecían salir de las fosas y alcanzar el cielo. Detrás de la cruz se leía: “La verdad se abre paso… Recordamos por que queremos construir un país más justo”. Las ofrendas se extendieron en la pequeña pampa donde el ichu y las plantas secas que llenan de nueva vida el desolado paisaje son memoria y límite del horror pero también diagnóstico de esperanza. Ahí conocí a Mamá Adelina, actual presidenta de ANFASEP, y quien presentaría el libro sobre esterilizaciones forzadas al día siguiente.
Al salir ocurrió un suceso simbólico. Caminaba yo casi al último cuando vi que las mujeres se acumularon alrededor de una fosa. No dejaban de ver el hoyo. Pensé lo peor. Cuando me acerqué vi que un perro negro había caído en una de las fosas y no podía salir. El sol intenso y el hambre lo tenían moribundo y asustado. Al voltear vi a Ximena cargar y llegar con una escalera de madera bajo el brazo. Una de las madres de ANFESEP se metió y logró rescatar al perro. La escena final de La Hoyada fue ver al perro caminar libre entre las fosas guiado por los silbidos y ademanes de las mujeres que trataban de enseñarle el camino fuera del lugar. El perro me mostró el horno donde se incineró tantos cuerpos y salió del lugar. Eso fue lo último que vi.
De regreso en el segundo piso del local de ANFASEP nos reunimos las madres y los hijos también. Mamá Adelina tomó la palabra y luego de hablar sobre los asuntos de la organización invitó a las mujeres a la presentación del libro. Al darme la palabra expliqué brevemente qué era una esterilización forzada y luego pregunté: “¿Cuántas de ustedes han sido esterilizadas de manera forzada o conocen a mujeres operadas a la fuerza durante el régimen de Fujimori?” Seguido de un breve silencio, las manos comenzaron a levantarse…