La miseria humana en las relaciones internacionales
Abogado, fundador del CIDDH, ex Presidente Ejecutivo de DEVIDA
Mientras el Hubble y el Webb, los telescopios más potentes de la NASA escudriñan la inmensidad del espacio a 270 millones de años luz, son incapaces de focalizar el escenario más cercano que sucumbe frente al cambio climático, el mismo que puede ocasionar -según el Banco Mundial- 216 millones de desplazados climáticos para el 2050. La deforestación amazónica avanza incontenible a pesar de los modestos avances de Brasil y Colombia. La contaminación urbana crece y avanzan las distintas formas de violencias que van desde el terrorismo a la criminalidad en los territorios. Los avances en materia de inteligencia artificial, no lograrán resolver las agudas contradicciones sociales y económicas de la población mundial, en el mundo de la post pandemia.
Usualmente, la miseria en la naturaleza humana ha sido descrita y explicada desde el comportamiento de individuos particulares, como lo atestigua Emile Zola en su obra “Pot Bouille, Miseria Humana”. Ahora, es necesario hacer una reflexión desde las relaciones internacionales que se circunscriben al comportamiento de Estados, gobiernos y organismos internacionales. En la historia del derecho internacional, del “ius Gentium” de los antiguos, el valor de la ética y la moral siempre estuvieron en el centro de los debates académicos y jurídicos. Tales reflexiones marcaron la consolidación de los juristas como Hugo Grocio en su “De jure belli ac pacis” y las leyes internacionales.
En el año que acaba de terminar hemos visto los peores casos de miseria y barbarie humana, reflejada en el comportamiento de algunos gobiernos, presidentes, organizaciones irregulares y organismos multilaterales, que van desde el desprecio hasta la indiferencia más absoluta. Es el mundo de las “poli crisis”. Un caso es el enfrentamiento histórico entre el Islam y Occidente, que lleva demasiados siglos sin solución, en sus diversos escenarios.
El primer caso se refiere al fenómeno migratorio: 184 millones de personas viven fuera del país en el que nacieron. Un flujo global que tiene una sola gran dirección, de Sur a Norte, del hemisferio más pobre al más rico. Sea a través de las selvas del Darién, América Central y México (más de 560 fallecidos en la frontera de México y EEUU el 2023), o el Sahel, y el cruce del Mediterráneo. El caso más palpable es el de la embarcación Adriana que ocasionó la muerte de 500 migrantes en el Mediterráneo. En EE. UU, la sociedad conservadora representada por los republicanos y los representantes de MAGA, Oath y otros, elevan el tema migratorio en la agenda exterior de un cada vez más decrépito Joe Biden. En Europa, los países fronterizos se niegan a aceptar las presiones de la autoridad comunitaria.
El segundo caso, es la que ocurre en medio de los conflictos armados, externos e internos. Es natural sentir pánico cuando se trata de medir el costo de una guerra “tradicional” entre dos bandos, como la que se produce en Ucrania. Pero es aún más horroroso ventilar ante la prensa internacional, la miseria que provocan los bombardeos sobre población civil en Gaza que han ocasionado la cifra de 21,000 muertes en un conteo siempre en aumento.
Según el Banco Mundial, el precio global de los commodities ha declinado el 25%, en relación al 2022. Para este año, 700 millones de personas que viven en pobreza extrema, perciben menos de US$ 2.15 diarios. Los países de América Latina y el Caribe tienen una deuda de US$ 1989 billones; sus sociedades dependen en parte, de los US$ 155.9 millones que reciben de remesas de sus migrantes, aproximadamente el 2.5% de su PIB. No son los indicadores que uno esperaría para su región. Pero es aún más grave hacer una simple comparación objetiva en 3 indicadores (acceso agua, trabajo y nutrición) a escala global, entre ciudadanos de Europa, de América Latina y de África. Diversos lugares del globo sufren la consecuencia de ese abandono global: el Cuerno de África o las calles de barrios populares en la región andina. Los grandes foros internacionales, desde el G7, el G20, el Foro de Davos, son incapaces de ventilar esta asimetría mayúscula. Mientras, el capitalismo extremo e impersonal se repite en las grandes urbes, desde Nueva York, Marsella o las villas miseria o favelas de Buenos Aires o Sao Paulo.
América Latina se desenvuelve entre variadas formulas populistas, entre políticas de ajuste o mantenimiento de subsidios, igual de irresponsables en la conducción de la economía. Parece haber perdido el norte en materia de conducción de relaciones internacionales.
No se libran de este crudo análisis, los organismos que conforman el sistema de Naciones Unidas, desplegados en todo el mundo. No obstante, los loables esfuerzos que realizan sus agencias en el campo de la alimentación (FAO), el refugio (34.6 millones de refugiados según ACNUR, 2023), la salud (OMS y los retos para enfrentar nuevas pandemias), o los cambios que se producen en el mundo del trabajo (OIT): el 12% de la fuerza global de trabajo lo hace en línea. Sus acciones no alcanzan para revertir tendencias. Mas aún, cuando sus limitados esfuerzos chocan con la imposibilidad de los 191 países en lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible a través de la Agenda 2030. Muchas veces aducen sus representantes, que no dependen de ellos sino de la voluntad de los Estados.
La verdad es que la comunidad internacional está cada vez más lejos de un estándar mínimo de moralidad, ética y legitimidad.