La situación de Venezuela y su impacto en la región
Internacionalista
La creciente concentración de varios de los asuntos domésticos y en materia de política exterior alrededor de los hechos que ocurren en Venezuela, marcaron en los últimos años la conducción de gran parte de la política exterior peruana. Particularmente, las iniciativas del “Grupo de Lima”, desde su creación el 2017 bajo el impulso del asesor trumpista John Bolton, condujeron la dinámica de las relaciones bilaterales con Estados Unidos, e incluso las relaciones con los vecinos hemisféricos, como Bolivia, Ecuador y Colombia.
Gran parte de la disputa política entre izquierda y derecha en el Perú desde el lejano 2006 cuando aparece el tímido humalismo, así como dentro y fuera de los distintos Congresos habidos en la gestión de García, el propio Humala, PPK y luego durante gran parte de la crisis política (2016-2019), estuvo marcada por la posición que tuvieran los actores políticos nacionales respecto de la situación en Venezuela. Algo similar seguramente ocurrió en los países vecinos: la sucesión política en Brasil, Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile estuvo marcada por la posición que adoptaran las diplomacias nacionales y los actores políticos locales, en torno al gobierno en Caracas.
Es cierto que los factores que atizaron la confrontación y la toma de posiciones en el plano regional provinieron tanto de Caracas, como de Washington. Tanto el discurso confrontacional de sus líderes (Chávez y Maduro), la posición de Caracas respecto de Washington y otros asuntos regionales y mundiales, acicatearon el deterioro de la situación regional. A menor escala debemos agregar la dinámica sobre el conflicto en Colombia y los Acuerdos de Paz del 2016, el advenimiento de los gobiernos de Duque y Bolsonaro en la vecindad de Venezuela, la frágil situación de los derechos humanos, hasta llegar al problema de la migración y su impacto en nuestros países.
Pero también fueron determinantes otros acontecimientos imputables a acciones de los recientes gobiernos norteamericanos (Obama, Trump y ahora Biden), desde intentos de golpes e intervenciones indirectas, intromisiones disfrazadas de asistencialismo humanitario, reconocimientos ilegítimos, groseras campañas mediáticas impulsadas por el conocido Grupo de Diarios de las Américas, entre los más visibles. Luego vino el deterioro de la situación política, el debilitamiento de los principios democráticos y la débil situación de derechos humanos en dicho país, acicateados tanto por la pandemia como por las sanciones ilegalmente impuestas.
Luego del fracaso de todas las iniciativas elaboradas e implementadas para terminar con el régimen en Venezuela, la situación ha llegado a un punto de no retorno. Es claro que EE. UU ha recibido también una derrota táctica en América Latina, no a la escala de lo ocurrido recientemente en Kabul, pero que sin duda pondrá en tela de juicio su liderazgo en el hemisferio occidental. La situación generada en el caso venezolano, hace dudar sobre el rol de la OEA como interlocutor multilateral válido que priorizó su apuesta por el aislamiento y la sanción contra Caracas, así como las metas de la cooperación del USAID y de asistencia que proviene del Comando Sur y la DEA.
Los acontecimientos de Afganistán no solamente representan una derrota política urbi et orbi a la diplomacia militar de Washington y una puesta en duda de la legitimidad de la guerra global contra el terrorismo, arrastrando con ello a sus socios en la Unión Europea, la OTAN y otros socios periféricos, como lo fueron en su momento Colombia y algunos países de América Central, sino que ponen en tela de juicio la receta norteamericana para el fortalecimiento de la democracia y el Estado de Derecho. Es de esperar que la reactivación de vías de dialogo equitativo, pacífico y constructivo entre el Gobierno de Maduro y la Plataforma Unitaria de la oposición, con la intervención de países europeos, sea mucho más productiva para el desenvolvimiento de la situación política en Venezuela.