Lima se empieza a recuperar a sí misma
Activista de origen aimara y quechua. Estudiante del Doctorado de Sociología.
Las cosas están cambiando en el Perú: ahora también las calles de Lima lo manifiestan. Y aunque hayamos sido miles de ciudadanos y ciudadanas marchando este miércoles 19 y el sábado 21 de julio, no me refiero solo a esos hechos. Me refiero a lo que está pasando en el imaginario popular limeño.
Lima, la capital peruana, fue la capital del Virreinato español y el bastión de resistencia ante la oleada independentista que recorría América. Desde entonces, y a pesar de la proclamación y consolidación de la “independencia” en 1821-1824, Lima ha seguido representando la vocación conservadora de las élites criollas y ajenas al resto del país. Élites que se han caracterizado por imaginar el “progreso” de la república en oposición a los pueblos preexistentes al Estado-nación peruano. Pueblos a los que se considera, aún hoy en día, como inferiores.
La cultura racista nos ha atravesado, desde entonces, a todos y a todas. Más allá de las élites criollas, la discriminación se hizo tan cotidiana como estructural. Generalmente siendo agredidos por alguien más claro en la escala de color de piel (por poner uno de sus indicadores) o victimizando a alguien más oscuro para poder diferenciarnos. De esta forma, incluso “los provincianos” en la capital han aprendido a ser menos indios para encajar, o solo en aquello que resulte menos incómodo: lo folclórico, lo “simpático”, lo “no conflictivo”. Quizá por eso cuando en enero marchábamos por las calles de Lima nuestra imagen, mientras más cobriza y menos mestiza fuera, generaba más rechazo y no pocas veces oímos resonar: ¡pónganse a trabajar!, ¡vuelvan a sus cerros!, ¡serranos de m…!, ¡resentidos!” Y dolió, dolió mucho.
Por eso las movilizaciones del miércoles y del sábado fueron significativamente diferentes. Estos días lo hablábamos entre mujeres de Puno, mujeres de vida o familia ilaveña. Lo hablamos para decir: eso está cambiando, nos están tratando bien, ¡con admiración! ¡Así debería ser siempre! En la caminata del miércoles en Villa María del Triunfo por la Av. Los Héroes, las heroínas eran las mujeres de pollera. Y aunque en enero y febrero de inicios de año la solidaridad de colectivos y activistas de Lima no fue poca, las calles sí eran hostiles. Los no manifestantes (no todos, pero sí muchos) miraban nuestros sombreros, trenzas o acaso oían el quechua y aymara y el estigma saltaba en sus miradas, sus expresiones, sus insultos. Pero hoy en día, el retorno de las movilizaciones en Lima parece mostrar que todo este tiempo ha servido para algo. Para que la Lima diversa y originaria que también busca cómo resistir, se recupera a sí misma.
Dina sigue en la Presidencia de la República y el Congreso sigue acabando con la endeble independencia de las instituciones claves en la defensa de los derechos ciudadanos, como la Defensoría del Pueblo y la Fiscalía de la Nación. Pero todo esto, y el tiempo transcurrido desde que las delegaciones no limeñas se fueron parece haber servido para que más gente en Lima empiece a perder el miedo. El hartazgo crece y es profundo, pero quiero creer que también crece el respeto a los ciudadanos y ciudadanas “indígenas” (por usar una inscripción que se sigue reflexionando) que hace mucho reclamamos justicia y consideración. Quiero creer que la próxima vez que veamos campesinas y campesinos denunciando contaminación, se pregunten por qué reclaman en lugar de descalificar sus demandas a priori.
Aunque soy consciente que para eso falta mucho, lo cierto es que Lima popular y provinciana nos empezó a mirar diferente. Empieza a mirarse a sí misma tal vez. Trabajadores ambulantes nos acercaban botellas de agua, madres de familia y escolares aplaudían desde las escaleras del tren eléctrico, dueñas de tiendas y transeúntes se acercaban a preguntar cuándo sería la siguiente marcha. No una vez, sino muchas veces. Y aunque los pedidos de fotos no siempre son cómodos y espero que un día no llame la atención nuestra presencia, esta vez se sentían diferentes: era admiración. Para mí esto no es anecdótico, es un signo de que los tiempos pueden estar cambiando y que las heridas históricas podrían sanar en un buen curso.
A la vez, lamentablemente, es una evidencia de que la mayor parte de las veces no es así. El respeto hacia las personas y pueblos originarios movilizados es la excepción histórica y lejos de romantizar esta apertura, es la oportunidad obligada para repensar el país, reconocer las mutuas ignorancias que podemos tener de otros sectores de la sociedad y aceptar que el consenso se construye desde las tensiones y disposiciones. Dina nunca ha sido lo más importante, es lo que representa: el racismo encarnizado en alguien que, incluso hablando quechua, reproduce el poder de las élites criollas y no quiere reconocer como sujetos políticos a los pueblos movilizados. El trasfondo es: las masas solo deben congraciarse con “programas sociales”. No tienen derecho a pedir más ni hacer política.
Hace casi cien años, en agosto de 1923 en Huancané, en la gesta de Huancho Lima los pueblos decidieron enfrentar la violencia y exclusión del Estado-nación moderno con política. La “República Aymara del Tawantinsuyo” se fundó, porque una vez más los abusos cometidos por los gamonales no fueron considerados por la capital criolla. Aquella vez, como en toda la historia republicana del Perú, las “fuerzas del orden” reprimieron y asesinaron a tantos que ni cifras se tienen, pero nuestra memoria histórica sabe que fueron muchísimos/as. Esta vez la historia tenía que ser distinta, pero los más de 60 asesinados e incluso las agresiones de ayer a mujeres aymaras en la Plaza San Martín nos hacen ver que no tanto ha cambiado el país.
En medio de eso, esperamos que la expectativa de que “ahora le toca a Lima” se siga concretando. Que la adrenalina se convierta en disposición de aprendizaje de todos/as, limeños o no, criollos o no, aymaras y quechuas, para enfrentar a las múltiples Dinas, Otárolas y Williams que atraviesan el país: racismo, machismo, clasismo, dogmatismo y violencia neoliberal. En su lugar, siga surgiendo organización, respeto, fuerza y dignidad.
Foto: @JuanZapata