Los avatares del pueblo
Sociólogo
Desde la teoría y la práctica política el ‘Pueblo’ (con mayúsculas) no se limita a una entidad sociológica, es decir, a un conjunto social que comparte ciertos sentidos de pertenencia a priori establecidos, sino más bien supone una construcción política a través de palabras y acciones. En este sentido, este sujeto político que denominamos ‘Pueblo’ implica la articulación de demandas y aspiraciones de una heterogeneidad de sectores sociales animada por la intervención de líderes o representantes, apelando de manera preferente a aquellos sectores que se reconocen como los/as marginados/as y excluidos/as del contrato social, es decir, aquellos/as que no se reconocen como parte plena de la comunidad política. Desde las demandas de los trabajadores precarizados en las zonas urbanas, pasando por los reclamos por el reconocimiento del derecho al territorio de las comunidades indígenas, hasta las demandas por una mayor participación política de las mujeres, esta heterogeneidad puede ser articulada en un proyecto político que apela al ‘Pueblo’. Ahora bien, como puede deducirse esta articulación política no es nada sencilla, ya que puede considerar demandas y aspiraciones de sectores sociales que incluso pueden generar tensiones entre sí. Por ejemplo, un proyecto político que termina priorizando demandas vinculadas al campesinado volviendo subalternas las demandas de paridad y participación de las mujeres puede decantarse en una disgregación de las articulaciones que el proyecto popular aspiraba a generar. En tal sentido, para que opere esta articulación los y las representantes deben tener la capacidad de plantear un horizonte político con el cual esa heterogeneidad de sectores sociales se identifique (una propuesta de cambio social o emancipatorio, por ejemplo) y, a su vez, reconozca a aquellos responsables de que estos sectores sociales no puedan ser plenamente parte de la comunidad política (el ‘neoliberalismo’, la corrupción o las élites, por señalar algunos ejemplos), es decir, plantear una alteridad política.
Me he permitido las anteriores líneas teóricas, quizás algo áridas y que demandarían de un mayor desarrollo, para plantear algunas reflexiones sobre estas primeras semanas del gobierno de Pedro Castillo. El convulsionado inicio del nuevo gobierno permite comprender los avatares de la construcción del ‘Pueblo’. No es necesario contar con una aguda capacidad analítica para reconocer en las palabras y acciones de Castillo (candidato y presidente) a ese destinatario privilegiado que resulta ser el Pueblo, su consigna de una ‘Constitución con olor, color y sabor a Pueblo’ es solo un ejemplo. En esta línea, se ha dicho mucho en torno al voto de la primera vuelta electoral en favor de Castillo, en el cual se puede reconocer un voto fuertemente rural y de los sectores socioeconómicos más desfavorecidos, incluidos entre ellos a profesores de escuelas públicas. De esta lógica de representatividad de la primera vuelta (de una intensa identidad entre votante y candidato) se transitó a una lógica de representación más difusa en la segunda vuelta, en donde la apuesta electoral por Castillo aglutinó a sectores sociales antifujimoristas y que apostaban por el cambio social. Esta situación post electoral que podríamos denominar la ‘línea de base’ del gobierno demandaba de una iniciativa política de su parte orientada a generar articulaciones en torno a un proyecto político que le permita una amplia base social, un ‘Pueblo’ que respaldara y participara en los procesos de cambio liderados por Castillo. Sin embargo, lo que hemos visto ha sido, en mi opinión, más desorientaciones que orientaciones. Y esto estaría relacionado -entre otros factores- por las pugnas al interior del gobierno.
La retórica del gobierno que se presenta como alternativa ‘popular’ frente a los grupos de poder y al ‘modelo’ imperante en los últimos treinta años en el país, no viene siendo claramente acompañada de un horizonte político en el cual una heterogeneidad de sectores sociales que ven menguada su capacidad de ejercer derechos pueda identificarse. Por ejemplo, la práctica de integrantes del gobierno viene mostrado escaso interés por las inequidades que sufren las mujeres en nuestro país. Esto puede decantarse más temprano que tarde en un claro distanciamiento por parte de organizaciones de mujeres que vienen reclamando mayor atención a sus demandas de lo que representa el gobierno de Castillo. De no ser rectificadas, las limitaciones que viene mostrando el gobierno para generar amplias articulaciones, que le permita también mayor gobernabilidad, pueden decantarse en un gobierno aislado y, por tanto, incapacitado para generar los procesos de cambio que este país demanda. He ahí la relevancia de la construcción política del ‘Pueblo’ en un gobierno que aspira a ser de las mayorías. La posibilidad de esta construcción pasa también, a mi modo de ver, por despejar toda ambigüedad por parte del gobierno frente a los extremismos de izquierda, reafirmándose en la democracia y el pluralismo. En lo inmediato, lo expresado en este párrafo debería decantarse, a mi modo de ver, en cambios en el gabinete (que le permita mayor amplitud política y mejor sustento técnico a la gestión pública). Castillo se enfrenta a los avatares de la construcción de aquel sujeto político al que apela con tanta insistencia: el ‘Pueblo’.