Los límites del crecimiento
Economista e historiador
En 1972, una asociación privada de intelectuales y políticos denominada el Club de Roma, publicó el Informe «Los límites del crecimiento», en el que se divulgaron los resultados de unas proyecciones numéricas hacia el futuro. El modelo que usaron, en lo esencial, planteaba que la población estaba creciendo a tasas altas y que, en el horizonte previsible, recursos muy escasos como la tierra cultivable y el agua, entre otros, planteaban serias limitaciones en la producción de alimentos. También se encontraban serias limitaciones en otros recursos claves, como minerales e hidrocarburos, para la producción industrial y de energía, pero, sobre todo, advirtieron serios y crecientes problemas de contaminación. Señalaban que si esta tendencia continuaba, el crecimiento económico del mundo llegaría a un límite dentro de los siguientes 100 años, con terribles e incontrolables consecuencias.
Este Informe provocó una gran discusión académica y política. Por un lado, líderes empresariales cuestionaron los límites planteados y señalaron que muchos de los problemas se resolverían con los avances tecnológicos. Por otro lado, voces de países del Tercer Mundo señalaban que los supuestos límites implicaban pretender restringir su crecimiento económico, manteniéndolo para los países más industrializados. Pero el tema de la población fue el que provocó discusiones más intensas.
En el Perú de entonces, en el seno del gobierno militar, los economistas de izquierda llamaron neodarwinista al Informe. Asimismo, las fuertes voces de la Iglesia dentro del gobierno criticaron la posible insinuación de una política de control de la población. Hay que recordar que en ese tiempo las cifras censales y demográficas mostraban que el Perú tenía una tasa promedio de crecimiento de la población de casi 3% anual y estaba entre las más altas de América Latina. Pero pasado ese tiempo, las preocupaciones sobre las tendencias hacia el largo plazo disminuyeron.
Medio siglo después, se puede decir que ese Informe se preparó con la mejor información posible sobre las variables que se escogieron y usando los avances de computación que recién se incorporaban a la investigación académica. Pero la crítica esencial es que el modelo no incorporó en su diseño el tema fundamental de las desigualdades de riqueza, ingresos y servicios, además de las diferencias en los derechos de las personas que existían en los países del mundo. Era un modelo restringido al crecimiento económico y que no tenía en cuenta las inequidades sociales.
Aun así, este modelo incompleto y sus resultados, llamó la atención y propició la discusión de temas importantes para el desarrollo social y económico de las naciones, tanto a nivel mundial como nacional. Así, la proyección de un crecimiento explosivo de la población mundial no se cumplió. La tasa anual de crecimiento que era de 2.06% en 1970, medio siglo después se ha reducido a 1.05% en 2020. Es decir, de 3,700 millones de habitantes que éramos en ese año, ahora somos casi 7,800 millones. Además, hay que señalar que, en algún momento, si esta tasa sigue bajando la población del mundo comenzará a estabilizarse, como ya está ocurriendo en varios países desarrollados.
En cambio, en Sudamérica el crecimiento se ha desacelerado, pero no tanto. En el Perú, la tasa está todavía en alrededor de 2.0% que es un crecimiento todavía alto, pero a su vez desigual. Es decir, la población está creciendo menos en los niveles de altos y medianos ingresos. Como en otros países, en el Perú este cambio demográfico ha tenido la influencia intensa del avance en educación, particularmente de la mujer. En efecto, se ha comprobado que la tasa de fecundidad, o sea el promedio del número esperado de hijos de una mujer, disminuye en la medida que accede a mayores niveles de educación. De hecho, ha ocurrido en países de Asia, Sudamérica y África, aunque a diferentes velocidades. Un cambio sustantivo ha sido también el aumento de la población urbana, que posibilita el mayor acceso a información, educación y servicios, pero con fuertes desigualdades dentro de las ciudades.
La producción de alimentos en el último medio siglo ha crecido significativamente, pero es difícil hacer comparaciones consistentes. En 1972 este Informe estimaba que al menos un tercio de la población mundial no estaba adecuadamente alimentada. Pero, al presente, indicadores globales del tema señalan que al menos un 10% de la población mundial está en situación de hambre e inseguridad alimentaria. A nivel de América Latina y el Perú, este problema, en promedio, es igual, con una grave elevación en los recientes años. Estos promedios contienen disparidades más graves en zonas marginales urbanas y en las zonas rurales. Si a esto se añade el incremento de la dependencia de las importaciones, el país tiene un severo problema alimentario. Entonces, si bien puede haber habido mucho progreso en la producción de alimentos mundial con cambios intensos en productividad y tecnología, la distribución y consumo siguen siendo muy desiguales.
Finalmente, el Informe de Roma fue una de las primeras alertas significativas de que el crecimiento económico, especialmente el industrial y de actividades extractivas, estaba ocasionando lo que en ese momento se llamó impactos de contaminación, inclusive la aparición de desechos atómicos. Se estaba creciendo sin ningún control de los impactos ambientales en el aire, el agua y en los ambientes que comparten los seres vivos. No existían reglamentaciones ambientales.
En el Perú, por ejemplo, la industria del petróleo estatal tuvo un gran crecimiento sin ninguna restricción ambiental. La minería de igual manera --tanto en yacimientos estatales como los de Centromín, o privados como Toquepala e Ilo--, se expandió causando serios impactos ambientales. Es recién a comienzos del siglo XXI, y como un reflejo de lo que ocurría en el mundo, que se comenzó a enfrentar con reglamentos y acción del Estado los impactos ambientales.
Un serio problema mundial sobre el que apenas hay consenso es el calentamiento global, en el que inciden varios factores inherentes al desarrollo económico. Uno de esos factores es el dióxido de carbono que, entre otras fuentes, se genera con el uso de energía que procesa carbón e hidrocarburos. Esto ha levantado un debate político en las naciones industrializadas en las que no hay una aceptación uniforme sobre lo que debe hacerse. Hay serias propuestas para adaptarnos a este cambio, pero también posturas menos decisivas. Incluso, en la actual coyuntura del conflicto bélico de Ucrania, algunos países europeos están considerando reutilizar el carbón para fines energéticos.
En nuestro país, además de cambios intensos en el clima que comienzan a notarse, hay un claro deterioro observado de la perdida de los glaciares andinos, con serias consecuencias de los equilibrios hidrológicos y, por tanto, en la disponibilidad futura de agua para consumo humano y para usos productivos.
En suma, el Informe de Roma constituyó, en 1972, un señalamiento de algunos de los problemas globales que enfrentaba el mundo, como la deficiencia alimentaria y la contaminación. Quizá haya contribuido a algunas de las medidas que se han adoptado en estos campos. Sin embargo, el modelo era limitado y no abordó otros temas críticos, en particular las desigualdades sociales. Entonces, pensando en las próximas décadas, cualquier visión de desarrollo --global, regional o nacional--, tiene que incluir las variables tanto del campo económico, como también aquellos aspectos medulares que tienen que ver con las fuertes desigualdades sociales entre países y dentro de cada país.
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