Lula, la izquierda y las tareas del mañana
Doctor en Ciencias Sociales. Editor del blog Socialismo y Democracia
Las fuerzas que se asumen como genuinamente socialistas en Brasil se sienten frustradas con el viraje hacia el centro del candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio Lula da Silva. La elección de Geraldo Alckmin como candidato a vicepresidente, es un poco indigesta para muchos militantes del PT y también para numerosos simpatizantes de su candidatura. Y motivos no sobran. Alckmin es un representante conspicuo de las facciones más conservadoras del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) el mismo del ex presidente Fernando Henrique Cardoso. Miembro del Opus Dei, siempre ha sido una figura que tiene como bandera los valores “sagrados” de la familia, con su impronta rancia de un catolicismo fervoroso. En lo económico es un fuerte defensor de la ideología pro mercado y de la disminución del papel del Estado en las actividades productivas, manteniendo solo una acción focalizada hacia los más desamparados y los indigentes.
Esta decepción puede aún ser mayor si pensamos que en la etapa de los gobiernos del PT (2003-2016) Brasil comenzó a robustecer su paso hacia una sociedad abierta, tolerante e integradora, incluso en el espacio rural que siempre había sido más acoplado a las formas y comportamientos conservadores.
Además, el candidato a vicepresidente carga con un historial de corrupción cuando estuvo a la cabeza del Gobierno de Sao Paulo. Entre otras acusaciones graves, posee la infamante denuncia de haber desviado a su favor recursos destinados para la merienda de los niños y niñas que frecuentaban las escuelas públicas del Estado. Posteriormente, una investigación de la Fiscalía - en base a declaraciones ante la justicia de ex ejecutivos de la constructora Odebrecht- sustentaba que Alckmin amparaba una red de sobornos que permitía ocultar el financiamiento ilegal de campañas. En pocas palabras, él representa sin duda el tipo de político que se caracteriza por hacer un uso patrimonialista del Estado y de los bienes públicos.
Entonces surge inevitablemente la pregunta ¿Qué puede aportar Geraldo Alckmin a una candidatura que pretende contrarrestar a las fuerzas del retroceso actualmente en el poder? En principio parece que nada o muy poco. Sin embargo, independiente de las aspiraciones del pueblo que se asume de izquierda y que levanta la candidatura de Lula en esta nueva contienda electoral, Alckmin puede significar el intento de formar un frente democrático que, en primer lugar, derrote electoralmente a las fuerzas retrógradas que se encuentran gobernando Brasil. Ciertamente la historiografía va a debatir por un buen tiempo cuales fueron las causas que determinaron el triunfo de un candidato con las credenciales de Bolsonaro, que representaba lo opuesto a los avances políticos, sociales, culturales y ambientales que aparentemente se habían cristalizado en la sociedad brasileña.
Lo que resulta más perturbador de todo este tránsito hacia el atraso es que si bien durante la dictadura cívico militar las restricciones a la libertad y a la democracia parecían impuestas desde fuera, con el triunfo de Bolsonaro y su base de apoyo parlamentaria y social, se pudo constatar lamentablemente que, el proyecto ultraconservador que se impuso finalmente fue una decisión realizada por decenas de millones de electores. Y muchos de quienes sufragaron por el ex capitán también eran parte de nuestro entorno cercano – parientes, amigos, vecinos o conocidos – los cuales estuvieron dispuestos a arrojar al país hacia los sombríos caminos de la extrema derecha.
Sin embargo, la presencia de elementos de un pensamiento atrasado ya se ha podido apreciar en otros momentos de la historia brasileña, específicamente en las crisis políticas de 1954 y 1964. En este último caso, las manifestaciones de la derecha –como la marcha en defensa de la familia– se cristalizaron en el golpe de Estado perpetrado por los militares el 1 de abril de 1964, para deponer el gobierno legítimo de João Goulart.
Esos repertorios de la cultura reaccionaria –en el sentido dado por Albert Hirschman– se encuentran presentes en la atmósfera política y social brasileña desde que el país se fundó sobre una matriz esclavista y excluyente, generando simultáneamente un fuerte proceso de desinstitucionalización de los mecanismos de resolución de conflictos surgidos en el seno de la sociedad, lo cual se ha evidenciado a través de los años en violaciones sistemáticas a los derechos humanos en el país, especialmente agudo en el caso de las poblaciones pobres, negras e indígenas.
Por lo mismo, es de suma importancia comprender y reconocer que en este nuevo trance histórico resulta imprescindible unificar a todas las fuerzas democráticas y republicanas que enfrentan la embestida autoritaria y las amenazas de un futuro autogolpe con Bolsonaro a la cabeza. No es por falta de aviso que la sociedad brasileña se debe preparar para oponerse a las huestes de milicianos y seguidores incondicionales que vienen repitiendo incansablemente que en el caso de ganar el candidato Lula da Silva, ellos desconocerán el resultado de las urnas, tal como lo hicieran –frustradamente- los partidarios de Trump en las últimas elecciones estadounidenses.
Como todo indica que la llamada “tercera vía” no va a ser capaz de despegar, la disputa electoral se va centrar necesariamente en el dilema entre un proyecto de centro izquierda democrática y pluralista y una extrema derecha que aspira a consolidar un régimen despótico y plutocrático. Si existe algún tipo de polarización en esta próxima contienda ella se configura en torno de la dicotomía democracia versus dictadura. Precisamente, empero la legitimidad y pertinencia de sus propósitos, la izquierda y los conglomerados socialistas no deben esperar que Lula asuma un discurso radical, pues condicionado por las actuales circunstancias -con el preocupante aumento en la intención de voto para Bolsonaro- el ex presidente deberá contener su lenguaje y su programa, para atraer el voto “gelatinoso” del centro que puede inclinarse en última instancia hacia el ex capitán. Es un enorme dilema, pero si el PT y los partidos aliados no son capaces de demostrar su voluntad de construir un bloque que le permita conquistar la confianza en su proyecto de restauración democrática y generar las bases para tener una “gobernabilidad” futura, muchos de los electores que siguen indecisos también pueden restarse de concurrir a sufragar o votar blanco o nulo.
A pesar de los escollos que existen para ejercer un mandato efectivamente socialista o de izquierda, probablemente la coalición triunfante podrá dar el giro necesario que asegure nuevas bases para recuperar las banderas y promesas incumplidas hasta ahora, como la de otorgar mayor estabilidad y capacidad de negociación a los trabajadores, retomar acciones a favor de los derechos humanos y de las minorías, re-implementar las políticas sociales que han sido desmontadas en estos últimos 3 años, revertir las regresiones impuestas en el sistema previsional y cuidar mejor de los ecosistemas nacionales, primordialmente terminar con la devastación del territorio amazónico, del pantanal y de la mata atlántica.
La tarea estratégica deberá consistir en el desmantelamiento de la ideología del bolsonarismo, de los grupos protofascistas y milicias paramilitares que se han enquistado en las estructuras del Estado, dando sustento a la intimidación golpista, a la violencia contra las instituciones, a los fake news y a las expresiones más abyectas de racismo, clasismo, homofobia y misoginia. Para ello será necesario retomar los vínculos de los partidos de izquierda con la sociedad a través de un vasto trabajo de capilaridad territorial que se proponga la organización y la formación política de la ciudadanía, disputándole el espacio a las iglesias pentecostales que continúan dándole apoyo a Bolsonaro y a sus visiones más oscurantistas de la realidad. En ese sentido, es prioritario erigir un clima de esperanza en el cual el mundo popular y las grandes mayorías sientan que están llamadas a participar en la construcción de su propio destino, para enterrar definitivamente las voces y gestiones de los iluminados que quieren decidir por ellos.