Martha Hildebrandt (1925-2022)
Escritor y periodista
Ha fallecido Martha Hildebrandt. Varios años han transcurrido desde su alejamiento de la escena pública. Desde que dejó el Congreso en 2011, se conocía que había perdido la vista por completo, hecho fatal para una lectora empedernida como fue ella. Su última actividad, gracias a su prodigiosa memoria, era dictar a una asistente su pequeña columna para el diario El Comercio, en la que explicaba el origen de palabras de uso popular. Como Luis Alberto Sánchez, no dejó de producir hasta el final de sus días.
Martha Hildebrandt nunca fue tibia. O era fría o era caliente. Aunque hasta los años setenta pareció ser una nacionalista moderada, en sus últimos años abrazó a la reacción. No se debe tener en cuenta solo su militancia en el fujimorismo, sino sus declaraciones despectivas hacia el uso del idioma quechua, por ejemplo. Sin embargo, vale la pena matizar su trayectoria, y no quedarnos solo con la última imagen.
Si bien en 1875 María Trinidad Enríquez se convirtió en la primera mujer que estudió en una universidad, la San Antonio Abad del Cusco, por muchas décadas este espacio fue hegemónico para los varones. Es en ese contexto que Hildebrandt ingresa a San Marcos, en la década de 1940. A inicios del siguiente decenio, dirigió el primer curso de capacitación para maestros indígenas, en Ucayali. En su periplo venezolano hasta 1961, dirigió la Sección de Lingüística Indígena del Ministerio de Justicia de aquel país.
Tras su vuelta al Perú, retomó la cátedra universitaria en San Marcos. En 1972, se convirtió en la segunda directora del desaparecido Instituto Nacional de Cultura (INC), creado un año antes por el régimen de Juan Velasco Alvarado. En una semblanza sobre el poeta Arturo Corcuera con motivo de su fallecimiento, de autoría de Rodrigo Núñez Carvallo (curiosamente, publicado en el semanario de su hermano César Hildebrandt), el primero mencionó que doña Martha había sido la mejor directora que tuvo el INC. Fue la mandamás de una institución bajo un gobierno que era considerado nacionalista y revolucionario. De esa época circula una imagen suya junto a Victoria Santa Cruz, intelectual afroperuana, con pancartas que decían “INC” y “cultura para todos”. En 1976 asume como subdirectora general para las Ciencias Sociales y sus Aplicaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, siglas en inglés), cargo que ejerce hasta 1978.
Hasta allí tenemos una Martha Hildebrandt nacionalista, latinoamericanista y defensora de la educación y la cultura de los pueblos indígenas. Casi dos décadas después, se conocerá su versión más conservadora, con la que muchos se han quedado.
En 1995 es elegida congresista por el fujimorismo. En el final de su primer quinquenio como parlamentaria, defendió la re-reelección de Alberto Fujimori del año 2000. El premio: en 1999 llegó a la presidencia del Congreso, y fue reelegida en el puesto cuando el expresidente asumió su tercer mandato. Pero con la caída en desgracia de Fujimori vino la suya propia. En noviembre de ese último año, fue censurada por haberse negado a conformar una comisión investigadora de la fortuna que se le había descubierto al exasesor presidencial Vladimiro Montesinos. En 2001 no consigue la reelección en el Congreso; pero poco tiempo después asume como accesitaria gracias al desafuero de Carmen Lozada y Luz Salgado. Siendo la única fujimorista en el Congreso durante el régimen de Alejandro Toledo, Hildebrandt decide tener perfil bajo.
En 2006 consigue su última reelección. Pero en ese quinquenio ya no se destaca por su defensa del fujimorismo, sino por sus expresiones despectivas contra sus colegas María Sumire e Hilaria Supa, ambas quechua hablantes, a quienes criticó por haber jurado a sus cargos en su idioma nativo. Eso le valió una columna durísima de su propio hermano César, “Hermanita querida”. También son recordadas sus humillaciones a periodistas nada cultos.
Nadie puede discutir el aporte de Martha Hildebrandt en lo académico. Incluso en su etapa más conservadora, defendió la incorporación de nuevas palabras a los diccionarios de lengua española, en base a lo que ella llamaba “uso popular”. Se permitía esas licencias con quienes hablaban el español, nuestra lengua dominante; como podía permitirse educar indígenas o marchar junto a la afroperuana Victoria Santa Cruz. Mientras que estos no discutieran el orden establecido; o al menos coincidieran con su etapa más nacionalista, no había problema. Cuando los subordinados, gracias al mismo Velasco del que nunca habló mal hasta el final, empezaron a tener protagonismo en la vida nacional, se despierta la Martha Hildebrandt conservadora. Es algo común en quienes provienen de las clases dominantes, e incluso en algunas clases medias. Y quizás por eso su propio hermano, hace cuarenta años creyente en el socialismo, hoy se parece bastante a su hermanita querida.
Martha Hildebrandt no está más entre nosotros. Ahora disfruta del reposo del guerrero. Nos quedamos con lo mejor de su aporte académico y desde la gestión pública. Lo demás ya no cuenta en este nuevo Perú que, como su hermano, ya no comprendía.