Opinión

Más allá de la segunda vuelta

Por Alfredo Quintanilla

Psicólogo

Más allá de la segunda vuelta

El periodista y escritor Renato Cisneros, usualmente optimista, ha escrito recién, en un tono sombrío, que a los peruanos nos ha llegado la mala hora. Pero no se refiere a la mala hora oscura y fatal, que llegó con la pandemia, de la que no tenemos culpa, sino a la otra, descrita por Gabriel García Márquez para referirse a la violencia fratricida que asalta a los colombianos cada cierto tiempo. ¿Estamos al borde de un nuevo ciclo de violencia entre peruanos? ¿Cuándo empezó nuestra última mala hora? Porque no ha sido el 11 de abril, aunque muchos crean que en las últimas elecciones hayamos estado al borde del abismo.

Cisneros se pregunta ¿por qué, desde que se derrotó militarmente a Sendero, no se secó ese caldo de cultivo de miseria y discriminación que le permitió crecer? Y constata, como lo hemos hecho todos en esta pandemia, que la prosperidad que trajo el modelo -basado en los buenos precios de los minerales- fue falaz, un chorreo para pocos y una vana ilusión para muchos. Los más de cien mil muertos por el virus, son la comprobación dolorosa y sublevante, de que el Estado mínimo que construyeron las reformas económicas de los años 90 no atendió la salud de los más pobres. Y es que esa miseria, esa discriminación, sigue alimentando un resentimiento que puede terminar en un estallido de ira que arrase con todo, si es que no se hacen las urgentes reformas políticas y económicas que se necesitan para traer un poco de calma a estas tierras y ser una nación unificada.

Otro es el tono de la reflexión de Salvador del Solar cuando se pregunta “¿por qué hemos llegado otra vez a esta situación?” refiriéndose a la “amenaza del abismo”, lamentando que, para muchos, las emociones fuertes sean sus principales consejeras en estas semanas cruciales. Asegura que la salida o tabla de salvación no estará en ninguna de las dos opciones del próximo mes, que, más bien, se abrirá es un período de peor inestabilidad política y lo que es peor “una polarización extrema” extendida por el país. Y eso sucederá, a menos que se obligue a los candidatos a un pacto para enfrentar juntos la catástrofe que nos golpea.

¿Cómo salir entonces del círculo vicioso de la desconfianza en los políticos y sus partidos para cada cinco años tener que escoger entre dos candidatos que representen a minorías? ¿Cómo evitar la polarización emocional que enfrenta como enemigos a los que deben votar entre dos opciones finalistas? Parece que los políticos o líderes sociales centristas perdieron el tren de la oportunidad, apenas conocidos los resultados de la primera vuelta, para llamar a la unidad nacional y proponer una agenda mínima y un plan de gobierno de salvación. Somos testigos de cómo la prensa no ha ayudado a la reflexión sino a la rápida y emotiva toma de posición, siguiendo a las barras bravas de ambos bandos, como si el voto del 6 de junio fuera a poner fin a la crisis política.

¿Nos ayudaría a salir de ese círculo vicioso implantar el voto voluntario? Esta propuesta de reforma puede haber sufrido mella, pues hasta los peruanos residentes en el extranjero y los mayores de 70 años que no están obligados a votar, así como los ausentes del 11 de abril, están ansiosos de participar en la segunda vuelta y salvar a la patria de peligros reales e imaginados. Claro, no faltarán los que como el reflejo del avestruz, escondan la cabeza para no enfrentar los problemas, y no acudan a votar, pero serán seguramente una minoría.

Soy de la opinión de que hay que poner en debate la regla constitucional que nos exige hacer una segunda vuelta presidencial, porque fuerza a la mayoría de ciudadanos a escoger entre dos candidatos que sólo obtuvieron una minoría de votos, que artificialmente se ven inflados para alcanzar alrededor de la mitad de los votos válidos, sin que orgánicamente la representen y sin que haya garantía que las adhesiones logradas sean también acuerdos y concesiones entre grupos afines para que quien gane represente a más de un grupo de intereses. Hay que recordar que la segunda vuelta fue un transplante del ballotage francés, aprobada en la Constitución de 1979, sin reparar que Francia es una república parlamentaria con un fuerte sistema de partidos, realidad totalmente diferente a la del Perú.

¿Se podría volver a resolver la elección en una sola vuelta con mayoría simple, como fue hasta 1963, pero con una valla del tercio del padrón general? Eso hubiera significado que para ganar las elecciones de una sola vuelta la lista ganadora habría debido obtener más de 8 millones de votos, lo que hubiera evitado la dispersión y se habría obligado a que acuerdos, alianzas y coaliciones se dieran antes y sobre todo, se habría evitado alimentar la polarización que hoy vivimos.

¿Y cómo habría funcionado la propuesta de la Comisión Tuesta para reformar la representación congresal si se hubiera aplicado en estas elecciones? Como se recuerda, proponía pasar la elección de los congresistas a la segunda vuelta, para hacerla junto con la elección presidencial, cosa que no pasa en ningún país del mundo. ¿Qué hubiera sucedido? ¿Los electores habrían votado como votaron el 11 de abril o se habrían concentrado en sólo las dos listas de los candidatos presidenciales con los riesgos de una polarización irreversible? Sería más probable la segunda opción y aunque estuviera garantizada la estabilidad del gobierno si ganara la mayoría parlamentaria, - y un pequeño infierno si no la ganara - no hubiera apaciguado el clima de confrontación al desaparecer las fuerzas del centro político. A la larga, una reforma de este tipo forzaría a un bipartidismo, ajeno a nuestra tradición y sobre todo ajeno a nuestra plural y variada realidad, y a aumentar las tensiones políticas.

Si el problema central en la relación de los políticos que dirigen el Estado con los peruanos es la desconfianza, ¿cómo revertirla? En décadas anteriores, era la irrupción de un líder que encantaba a los electores proponiéndoles un horizonte a alcanzar. Pero en nuestra época de primacía del individuo sobre los colectivos, resulta más difícil persuadirlo de seguir un sueño. Desgraciadamente vivimos la época de la mercantilización de la política, de la videocracia y del espectáculo, que el marketing político es más eficaz que diez o veinte razones a la hora de decidir un voto, aunque mañana más tarde el producto elegido decepcione al que lo escogió.

¿Ayudaría que los parlamentarios fueran elegidos por dos o tres años y no por cinco, como se hace ahora, para evitar crisis recurrentes? Si bien esta reforma no fue planteada por la Comisión Tuesta, sí fue propuesta por distintos legisladores en los últimos tiempos y tendría la ventaja de poner más competencia para ganar los puestos, mejorar el promedio de los candidatos y hacer más dinámica la vida interna de los partidos y movimientos.

Estas reformas urgentes necesitarían cambios constitucionales sobre cuyos procedimientos debe fomentarse el debate. Es vital pensar en el Perú que vendrá después del 6 de junio y dejar de pensar con tremendismo cobarde como si fuera una fecha apocalíptica. Y eso pasa por aceptar democráticamente los resultados y no ceder un milímetro en nuestro derecho a la vigilancia ciudadana activa que no cesa de apostar por un Perú unido y con futuro.