Masculinidad, patria y violencia: claves para entender la represión militar de las protestas en Ayacucho
Antropólogo, Centro Loyola Ayacucho
En diciembre del 2022, tras el golpe fallido de Pedro Castillo, se generó una crisis política tras la encarcelación del presidente y la asunción de Dina Boluarte como presidenta del Perú. Miles de peruanos y peruanas salieron a protestar en varias regiones del Perú mostrando su rechazo al actuar del Congreso de la República, así como a la falta de un debido proceso para Castillo. Paulatinamente, la respuesta del gobierno fue minimizar las protestas y fortalecer la mantención del orden en las principales ciudades, generando una ola de violencia y muerte.
La represión a la protesta por las Fuerzas Armadas y Policiales ha ocasionado la muerte de sesenta y cinco personas y cerca de dos mil heridos. Además, la decisión del gobierno de militarizar y declarar zonas en estado de emergencia ha generado miedo, dolor y convulsión social. Uno de los actores reiterativos en la perpetración de la violencia es la figura del militar y el policía con características marcadas de una hipermasculinidad.
El presente escrito tiene como objetivo comprender los sentidos de masculinidad en la represión militar de la protesta del 15 de diciembre en Ayacucho donde se produjo la muerte de dieciocho personas y más de cincuenta heridos. Se busca responder: ¿Qué permite a los militares deshumanizar al otro y asesinar?, y ¿Cómo está relacionado este hecho con la masculinidad? Para ello, se analiza la represión en Ayacucho con las categorías analíticas de los estudios de masculinidad.
Los sentidos de masculinidad en la represión militar en Ayacucho
Aproximación al contexto
Ayacucho es una región que concentra altas tasas de desnutrición, anemia y pobreza. Su principal actividad económica es la agricultura seguida del comercio informal, y está muy marcada por la presencia de economías ilegales principalmente el narcotráfico. La selva alta de Ayacucho integra el VRAEM , una de las regiones en constante estado de emergencia. El 15 de diciembre las calles principales se llenaron de personas que ejercían su derecho a la protesta. En horas de la tarde, un grupo de manifestantes se dirigió al Aeropuerto Alfredo Mendivil, ubicado cerca del cuartel Los Cabitos, con la finalidad de tomarlo. En respuesta a ello, un contingente de militares buscó impedir la toma del aeropuerto utilizando bombas lacrimógenas. Ante la persistencia de los manifestantes, comenzaron a disparar con armas de fuego en dirección directa a los manifestantes. Ese mismo día se registraron 8 muertes y en los días posteriores la cifra ascendió a 18 muertos. La mayoría de los cuerpos registran contusiones provocadas por proyectiles de bala y perdigones. Además, se produjeron detenciones arbitrarias a jóvenes. La represión ha sido una forma de deshumanización clara de eliminar la vida del otro contestatario. ¿Qué sentidos de masculinidad están detrás de dicho acto?
Hipermasculinidad y violencia
La masculinidad como categoría de análisis permite comprender mejor el por qué algunas prácticas sociales de las instituciones fundantes como el Ejército modelan una forma de ser hombre que está íntimamente relacionada con el Estado y la violencia. Se entiende la masculinidad, como aquellas “configuraciones de las prácticas estructuradas por las relaciones de género. Son inherentemente históricas, y se hacen y rehacen como un proceso político que afecta el equilibrio de intereses de la sociedad y la dirección del cambio social” (Connel, 2003, p. 72). La masculinidad del soldado surge enmarcada en una política de gobierno que apunta a generar el sentimiento patriótico y instruir a la población iletrada. Uno de los pilares fue capitalizar determinados rasgos procedentes de la masculinidad criolla para consolidar una representación de la masculinidad hegemónica. La higiene, el orden, lo letrado acorde a una necesidad de “convertir en civilizados a otros hombres”. Al mismo tiempo, aguerrido, tenaz, violento con razón y disciplina. Estos rasgos han constituido el capital masculino (Vásquez del Aguila, 2014), que ha guiado premisas importantes de distinción entre la cultura militar y la cultura civil.
El militar, visto como la encarnación del Estado, en tanto procedente de una institución que no solo monopoliza la violencia sino que también reproduce la figura de una hipermasculinidad alineada al proyecto político de modernización del Estado. Tal como afirmaba Connel (2003) que “el propósito del ejército es ejercer la violencia a la mayor escala posible; ningún otro ámbito ha ocupado un lugar tan trascendente en la definición de la masculinidad hegemónica en la cultura (…)” (Connel, 2003, p. 287). El constante intento de alcanzar la masculinidad hegemónica, como un ideal, hacen que las prácticas de socialización, de relacionamiento y de posición sean marcadas por una hipermasculinidad. Es decir, dispositivos pedagógicos y coercitivos que potencian las características del capital masculino.
Los rituales de masculinidad, tal como afirma Vásquez del Aguila (2013) tienen la función no solo de asegurar la pertenencia al grupo sino también de consolidar los límites y fronteras de la identidad masculina que posibilita convertirse en hombres. En la cultura militar el ritual de la perrada es el marcador de la producción de la masculinidad militar que pasa necesariamente con eliminar todo componente procedente de la práctica civil (Ramos, 2022). Para ello, los reclutas son deshumanizados y tratados como perros, sometidos a ejercicios corporales, con suspensión de sus derechos y una marcada pedagogía de la violencia. El fin principal es moldear una hipermasculinidad que esté preparada para situaciones de guerra. Una vez culminado el ritual de la perrada, reciben el reconocimiento social de ser soldados, que tienen que seguir desarrollando capacidades y habilidades para ser militar. Hay un componente principal de relacionamiento que dinamiza y hace funcional las relaciones jerárquicas: el intercambio de la violencia de manera jerárquica y la validación homosocial.
En este marco, el actuar de los militares en la represión en Ayacucho responde al presupuesto cultural del ejercicio del capital masculino militar de someter, ordenar y eliminar aquellos modelos disociados del ideal militar. Las masculinidades de los protestantes vistas con el componente transgresor se enfrentan a la hipermasculinidad del militar, que detenta el poder que reside en su arma, en el uniforme.
Hombres patrióticos
Después de la guerra con Chile, el Estado peruano puso énfasis en institucionalizar el Ejército del Perú y hacerla exclusivo para los hombres. Uno de los elementos que la élite criolla criticaba fue el escaso sentimiento de pertenencia al Estado Peruano por lo que se encargó a distintas instituciones sociales a la formación de hombres con una masculinidad patriótica. Los cuarteles y el servicio militar obligatorio jugaron un papel decisivo en el cumplimiento de una política de género de producción de masculinidades patrióticas. Encarnar al Estado-nación para así defenderlo con la vida en situaciones de guerra es el fin principal del Ejército. Así, todo el ciclo decimonónico está marcado por el papel preponderante que cumplieron los militares en el gobierno, así como los licenciados del Ejército lideraban en sus comunidades la conquista de derechos territoriales y políticas. Con ello, se reafirmó la dominación masculina como el “principio de la perpetuación de las relaciones de fuerza materiales y simbólicas que allí se ejercen, se sitúa en lo esencial fuera de esa unidad, en una de esas instancias como la Iglesia, la Escuela o el Estado (…)” (Bourdieu, 2000, p. 83).
Entonces, la institución castrense imprime en sus cuerpos no solo su posición hegemónica sino también su lealtad patriótica. En otras palabras, la legitimidad de ser hombres de la nación cuya posición de enunciación está enmarcada dentro de un criterio de calificar al otro bajo sus mismos términos. La otredad permite el brote de una actitud deshumanizante en tanto amenace al Estado-nación. El principio de “qué vidas merecen vivir y cuáles vidas no merecen ser vividas”, planteada por Butler (2010), marca la distinción clave que los militares manejan en sus criterios de actuación. La toma del aeropuerto posicionó a los manifestantes como personas transgresoras a los principios del Estado, que han sido categorizados como “terrucos”, un componente contaminante que debe ser eliminado, en la lógica de los militares. En síntesis, los militares respondieron en nombre del gobierno, alimentados por la hipermasculinidad militar y haciendo uso de su licencia simbólica.
A manera de conclusión
La represión militar en Ayacucho contra los manifestantes condensa tres sentidos de la masculinidad militar que han posibilitado la violación a los derechos humanos sin tener en cuenta los protocolos de actuación del Ejército en situaciones de protesta. El primer elemento es la misma naturaleza de la institución que produce una hipermasculinidad a través de rituales institucionalizados que buscan detentar el capital masculino en su máxima expresión. El segundo elemento es la pedagogía de la violencia que es el dispositivo ordenador de la estructura militar, la que se manifiesta en los actos cotidianos, símbolos, castigos, premios, jerarquía y en las relaciones homosociales. El tercer elemento es la patria como un elemento unificador y como un lente que permite distinguir entre qué vidas protegen al Estado-nación y cuáles amenazan el orden establecido.
Es necesario, reflexionar que el Ejército, como institución fundante y monopolizador de la violencia, es productor de masculinidades asociadas a prácticas violentas, jerárquicas, poco democráticas, fundadas por distinciones de deshumanización y con cultura machista. Además, la misma forma de convertir hombres patriotas sigue manteniendo formas pedagógicas de violencia sofisticada que naturalizan el ejercicio de la violencia. A pesar que la Comisión de la Verdad y Reconciliación recomendó realizar reformas estructurales en el Ejército principalmente en la incorporación de los derechos humanos para evitar la repetición de masacres ocurridas durante el conflicto armado interno (1980-2000). Por lo tanto, es indispensable establecer políticas públicas que reconfiguren las masculinidades no solo en espacios educativos sino también en las instituciones fundantes teniendo como parteaguas el respeto por la humanidad, la diversidad y la consolidación de una nación democrática.
Bibliografía
Bourdieu, P. (2000). La dominación simbólica. Barcelona: Anagrama. Butler, J. (2010). Marcos de guerra: las vidas lloradas. Barcelona: Paidós Iberica. Connel, R. W. (2003). Masculinidades. México DF: UNAM, Programa de Estudios de Género. Ramos López, J. (2022). Qaris, machos y cachacos: masculinidades de los jóvenes acuartelados posguerra en Ayacucho. Tesis para optar el grado de Licenciatura en Antropología Social. Ayacucho: Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga. Vasquez del Aguila, E. (2013). Hacerse hombre: algunas reflexiones desde las masculinidades. Política y Sociedad, 817-833. Vasquez del Aguila, E. (2014). Masculine capital, homophobia and Homoerotism. En A. Amodeo, & P. Valerio (Eds.), Hermes: Linking Networks to Fight Sexual Gender Stigma (págs. 9-23). Naples: Liguori Editore.