Muchos asesinos
Escritor
Escribo estas líneas la madrugada del domingo 15. La crisis política desatada en el Perú seis días atrás por la vacancia de Martín Vizcarra aún no tiene un resultado definitivo. A estas horas, el gobierno usurpador de Manuel Merino, que nació herido de profunda ilegitimidad, continúa aferrado a un estrecho espacio de poder, pero ha sufrido una irreparable hemorragia de apoyo, y formalmente al menos, su destino pende de un hilo (por ahora invisible) en el Congreso, en manos de los mismos personajes que lo pusieron en Palacio solo para después desconocerlo. Formalmente, digo, porque su destino real se sigue jugando en la calle, donde la batalla contra él ha sido fiera. Merino se rehúsa a renunciar, pero su renuncia parece inevitable. Pronto sabremos si lo es (si no se sabe ya al publicarse esta columna).
La agitación es intensa y el paisaje político aparece esta mañana abierto a un abanico de posibilidades de diverso signo. Debajo de todo ello, sin embargo, se me hace muy difícil encontrar algo de sentido. Está ahí la realidad brutal, bruta, de lo que nos dejó la noche de protesta convertida en combate: al menos dos muertos, más de 90 heridos, más de 40 posibles desaparecidos. Es difícil saber qué quieren decir estos acontecimientos. Es difícil, realmente difícil, no sentirlos absurdos.
Porque la verdad es que Jack Bryan Pintado Sánchez, 22, e Inti Sotelo Camargo, 24, hoy héroes de la vida cívica peruana, héroes de nuestra viabilidad como país, héroes de nuestro futuro, no deberían haber muerto. Salieron a defender algo que no debería haber estado bajo asalto. Salieron a defender no a un gobierno, no a un presidente, sino una posibilidad: la posibilidad de una política distinta, que pareció abrirse con la disolución del Congreso anterior y que el ascenso de Manuel Merino amenazaba con cerrar de manera quizás definitiva.
Lo que sucedió esta semana en el Perú y sigue sucediendo hoy, aunque parezca agonizar, fue un intento de captura del Ejecutivo por una red corrupta, en alianza con dos o tres oportunistas y algún grupúsculo de ultraderecha. La naturaleza de su proyecto estuvo clara desde el inicio. Bastó enterarse de sus primeros planes legislativos para saber de qué iban: favorecer a los capitales en torno al extractivismo ilegal y las universidades-estafa, controlar los nombramientos en el TC, cooptar la ONPE en ruta a las elecciones de abril, ponerle freno a las acciones de la procuraduría.
Ese proyecto no tiene realmente un contenido ideológico, aunque la presencia en él de Ántero Flores Aráoz haya sugerido lo contrario. Es la expresión política de una voluntad mafiosa, y debió haber sido confrontada como tal en su momento embrionario. No tendría que haber sido necesario que salgan tantos miles de peruanos a las calles para intentar ponerle freno. La voluntad de esos manifestantes, su deseo de defender el terreno ganado en estos últimos años, su firme determinación de impedir el renovado asalto, debió haber tenido su propia expresión en el parlamento, y en la práctica, no la tuvo.
Ese es el más profundo vacío de la esfera política peruana, su radical carencia de responsabilidad cívica y su incapacidad de responder realmente a nuestros más básicos intereses colectivos. Por supuesto, Manuel Merino y sus ministros fantoches son los culpables directos de lo ocurrido ayer, titiriteros de una policía lumpenesca de cuya brutalidad todos una vez más hemos sido testigos. También son culpables los operadores del capital que quiso negociar con ellos, el empresariado gángster dispuesto a darles la mano y los medios que han jugado largamente su juego, todo lo cual hubiera continuado sucediendo si la calle no se hubiera plantado en medio.
Pero cada uno de los parlamentarios que decidió entregarles la banda presidencial es también responsable, y mi deseo es que todos sin excepción paguen pronto por ello en las urnas. Fueran cuales fueran sus motivos, fueran cuales fueran sus justificaciones, digan lo que hayan dicho sus tuits del día siguiente: todos ellos. Con irresponsabilidad abismal, con profunda estupidez política, ciegos y sordos a todo lo que no sea su pequeño tablero de ajedrez colocado sobre el abismo, todos contribuyeron a sembrar la semilla de un caos absoluta e irredimiblemente innecesario, ruido y furia sin ningún sentido, y obligaron a los ciudadanos a poner el cuerpo en defensa de algo que tendrían que haber defendido ellos. Entre esos ciudadanos estaban Jack Bryan Pintado Sánchez, 22, e Inti Sotelo Camargo, 24, nuestros héroes, asesinados anoche por muchos asesinos.